Perfiles pergaminenses

Martha Ofelia Orlandi: su vida en la docencia, con vocación y sensibilidad


 Martha Orlandi en el Colegio Nacional- un lugar importante de su historia de vida (LA OPINION)

'' Martha Orlandi, en el Colegio Nacional: un lugar importante de su historia de vida. (LA OPINION)

Querida por todos por la dedicación con la que ejerce su tarea, es parte misma del emblemático Colegio Nacional “Almirante Brown” donde fue preceptora y hoy es secretaria, además fue vicedirectora de la Escuela Nº 502. En lo personal tiene una vida interior rica que se nutre en su conciencia de siempre hacer el bien.

No es exagerado decir que Martha Ofelia Orlandi “Martita” como la conocen todos, es parte misma de la historia de la educación en Pergamino, ya que ha tenido protagonismo en varias de las principales instituciones educativas de la ciudad a través de su desempeño como preceptora tanto en la Escuela Normal Mixta como en el Colegio Nacional donde hoy es secretaria. También como docente en la Escuela de Educación Especial Nº 502 donde se jubiló como vicedirectora, y en el Centro de Formación Laboral Nº 1 que dirigió.

Hablar de su compromiso con la tarea en el aula es traer al relato las vivencias de un tiempo en el que los adultos eran referentes para los chicos. En ellos estaban los atributos de profesionalismo y confianza. 

Martha Ofelia Orlandi tiene 75 años, nació en Pergamino el 18 de noviembre de 1940, y la sorprende la convocatoria para ser parte de la sección “Perfiles Pergaminenses”. “Nunca creí ser merecedora de tal distinción”, dice emocionada apenas comienza la entrevista que se desarrolla en su segunda casa, el Colegio Nacional “Almirante Brown”. Respetada y querida por sus pares, todos saben de la trascendencia que para ella tiene este diálogo y se muestran colaboradores para ayudarla a transitar por la experiencia del diálogo periodístico en un clima de comodidad y confianza. La charla transcurre en la biblioteca, ubicada en el primer piso del emblemático edificio. Allí está su vida, resumida en la conversación. Se emociona cuando habla de sus padres Santiago Orlandi e Irene Saccani y de sus hermanas Alicia Mabel, Olga Norma (fallecida) y ella, la más pequeña de la casa. 

“Nací en el barrio Centenario, en la casa de mis abuelos paternos y después nosotros edificamos adecuándonos a las necesidades de la familia”, cuenta, acercando las vivencias de un papá albañil y una mamá dedicada a los quehaceres domésticos.
Es dueña de una memoria envidiable, capaz de recordar fechas y detalles con una precisión minuciosa. Acepta que le digan “Marthita” porque siente ese apodo como algo caluroso. “Uno casi como que se siente mejor cuando lo escucha porque en general viene de gente querida”.

Pasó su infancia en el campo, en Ortiz Basualdo y cuando tenía 6 años se trasladó con su familia en busca de mejores horizontes económicos. “Acá no había muchas posibilidades para mi padre, dedicado a las tareas de albañilería, así que nos fuimos y nos acercamos a familias que vivían en el campo, papá comenzó a trabajar en esas tareas, mientras mi hermana mayor se dedicaba a la costura y mi mamá y Olga a los quehaceres domésticos. Yo era la más pequeña, comencé la escolaridad primaria en la Escuela Nº 162 de Ortiz Basualdo. Allí hice de primero a cuarto grados y fue hermoso”.

Confiesa que su experiencia en la escuela rural fue extraordinaria y recuerda que tenía compañeros que llegaban en sulky, a caballo y otros en bicicleta. Los primeros aprendizajes los tomó de sus docentes de aquel tiempo: Angela Concepción Períes y Carmela Crescensi. “La escuela del campo fue una verdadera familia para nosotros”.

Cuando fue el momento de volver a Pergamino vivió en la misma casa que, según cuenta, “después se construyó distinta” y continuó sus estudios en la Escuela Nº 77, hoy Escuela Nº 53, donde hizo quinto y sexto grados. De ese tiempo recuerda a la señora Elena Derisi, una de las pioneras de ese establecimiento.

La escuela secundaria la hizo en la Escuela Normal Mixta de Pergamino, donde se recibió como maestra normal nacional. “Recuerdo a mis compañeras, Olga Martínez, Susana Caivano, Susana López y otros, que a lo mejor ya no están. Fue una muy linda época”.

Ya con su título de maestra estudió en el Instituto Superior de Psicopedagogía en la carrera de Asistente en Psicopedagogía, donde tuvo como docentes a Susana López Gorrini de Sharry y Miguel Horacio Pico y más tarde fue docente en esa institución. Es profesora de Educación Especial en la modalidad de discapacitados mentales. 

 

La vida laboral

Cuando se recibió en 1958, el llamado del profesor Pertierra para cubrir un cargo de preceptora en la Escuela Normal Mixta la puso frente a la posibilidad de su primer trabajo. Lo aceptó gustosa y recuerda con emoción el recibimiento que le hicieron Pertierra y la secretaria que era la señora de Vergara Campos. “Me recibieron con mucho cariño porque su alumna venía a trabajar al colegio”.

Más tarde cuando Pertierra pasó a integrar la Junta de Clasificación en Buenos Aires lo reemplazó en el dictado de la materia Lógica y Filosofía. “Por los estudios que yo tenía accedí a la materia, así que trabajé como profesora dictando esa materia. Después volví a ser preceptora y trabajé en la Escuela Normal hasta 1971. “El 1ºde abril de ese año me llega la titularidad como preceptora e ingresé al Colegio Nacional, una institución que significa mucho para mí, como también la Escuela Normal”.

Martha reconoce que su crecimiento laboral y el desarrollo de su profesión se fueron constituyendo en el pilar de su vida. Con la contención de sus compañeros, con la pasión por su trabajo fue sorteando las dificultades de la vida y también disfrutando de las alegrías. “En la Escuela pasa lo bueno y lo malo, trabajando me tocó afrontar situaciones no gratas como fue el fallecimiento de mis padres, mi papá en 1967 y mi mamá en 1977 y el trabajo siempre fue un sostén y un refugio.

“En el Colegio está la grandeza de la vida, me siento muy querida. Ingresé como preceptora en una época en la que trabajé con grandes compañeros como María Luisa Amaya, María Celia Pomar,  Julio Bucetti, ‘Sere’ D’ Ana, ‘Yoyi’ Escaboza, Alicia Aversa y Jorge Sharry, que siempre fue el más travieso”. Trabajó como preceptora hasta 1991 en que fue designada como secretaria titular, cargo que desempeña en la actualidad.

 

La educación especial

En forma simultánea a su trabajo en el Colegio Normal ingresó en la Escuela de Educación Especial Nº 502, como maestra de chicos con Síndrome de Down. “De ellos y de sus familias aprendí casi todo lo que sé. El cariño de esos chicos y de esos padres me llenó tanto que mi gratitud hacia ellos es infinita.

“Fui maestra, secretaria y vicedirectora de esa escuela, trabajé con la directora María Cristina Ruffini en un equipo increíble. Resolvíamos las cosas con el corazón”, menciona y de aquellas experiencias recuerda con tristeza la trágica inundación de 1995 que dejó a la Escuela literalmente bajo el agua. “Perdimos todo pero no perdimos las ganas, salvamos el cariño y nuestra voluntad y esfuerzo por salir adelante, y lo conseguimos. Evacuamos la escuela, trasladamos las aulas y el servicio del comedor a calle Moreno, en la entonces Filus y allí estuvimos hasta que pudimos reacondicionar el Colegio”.

El tiempo de la jubilación llegó como vicedirectora de la Escuela Nº 502 en 1996. “Me retiré en agosto de ese año en ese servicio educativo que tenía 23 secciones y ese último día fue inolvidable, me hicieron una despedida, fueron compañeros míos del Colegio Nacional a acompañarme, actuó el coro del profesor Pedro Manzoni. Inolvidable”.

De allí en más su lugar de trabajo exclusivo fue el Colegio Nacional, donde pasa sus horas, rodeada de compañeros de los que aprende todos los días y con quienes a esta altura de la vida comparte más que el tiempo de trabajo. “Aquí estoy, en un lugar que me da muchas gratificaciones, recibo mucho a cambio de lo que doy, porque para recibir primero hay que dar.

“Agradezco a todos mis compañeros, a los de antes y a los de ahora, de los cuales he aprendido y aprendo mucho”, sostiene en un momento de la charla y comenta que en la Dirección General de Cultura y Educación se halla su expediente de reajuste jubilatorio en el que se le tienen que reconocer sus años de trabajo simultáneo. Cuando eso ocurra será el momento del cese definitivo. “No sé si tengo ganas de retirarme porque me siento intacta para seguir relacionándome con los otros, me siento bien, pero hay gente joven que espera, que se ha formado y que tiene ganas y nosotros no tenemos derecho a quedarnos. Creo que es una etapa que está terminando”. 

 

Su presente y el futuro

Por fuera de la actividad laboral, su vida privada está vinculada con causas nobles. “Tengo un profundo respeto y amor por los animales y hace muchos años comencé con una labor proteccionista. Con un grupo durante mucho tiempo fuimos a los caniles municipales a llevarles la comida a los animales soportando calor, lluvia o frío; íbamos en bicicleta o en auto. Hoy, sola, sigo con esa tarea, y hago mi trayecto diario con mi changuito hasta las inmediaciones de la Escuela Nº 502 para llevarles la comida a los animales. Voy a diario, todas las tardes a llevarles comida y ellos me devuelven fidelidad”.

En la misma casa donde pasó toda la vida, comparte lo cotidiano con su hermana mayor de 83 años y se muestra complacida por “los regalos que nos hace la vida”.

Consultada sobre si a los 75 años tiene la vida que soñó, reconoce que “quizás no”, pero asegura: “Tengo una vida que me gusta. Algo sigue gratificándome.

“No sé si tengo la vida que soñé. De hecho no tengo hijos y pienso que eso hubiera sido lindo, pero no sucedió y me resigno a pensar que si no están es porque no debieron ser. Uno debe pensar en el deber ser de la vida y entender que las cosas pasan o no por algo. Quizás eso hubiera completado la vida, pero no se dio”, confiesa y se define como “una mujer de fe” que trata de llevar el bien comunicándose con los otros siempre desde la buena conciencia y la buena disposición.

Es amable y tiene una expresión transparente en la mirada. “Estoy tranquila de que existe el bien y yo pienso siempre en el bien”. No planifica demasiado el futuro y se vale de su fe para pedirle a Dios. “Hay una frase que reza: ‘Señor  nunca me des lo que te pido, me encanta lo imprevisto’. 

“Por ahí en lo imprevisto uno hace mejor las cosas que si se pone a pensarlas demasiado”, afirma y en esa certeza va transcurriendo su vida.

Cuando va promediando la entrevista recuerda las charlas de filosofía que mantenía en sus épocas de estudiante y afirma: “Uno es como es percibido”. Y Martha Orlandi es percibida por los otros como un ser querido y entrañable, comprometido con su vocación docente y dueña de una sensibilidad que la distingue. Se sabe querida y respetada. Y se nutre de ese afecto. Recuerda a sus alumnos, destaca que estar frente al aula fue una tarea de “enorme responsabilidad”. “Había que llevar un control de lo que pasaba y tener contacto directo con los chicos. Mis alumnos me contaban sus cosas, hoy quizás son más reticentes, pero los de antes, nos tomaban como confidentes y además tenían en nosotros a sus adultos de referencia. Recordar esas vivencias me llena el alma.

“Me pasa cruzarme por la calle con exalumnos, ir distraída y escuchar: ‘Adiós Marthita’ y preguntarme ¿Quién es ese? Y enseguida reconocer que ese ‘Marthita’ es una expresión que viene de la escuela. Es una sensación muy agradable de volver a respirar lo que uno hizo antes, eso me hace vivir”.


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