Perfiles pergaminenses

Julio Caturla: un hombre de costumbres simples, abocado al trabajo y su familia


 Julio Caturla en un alto de su rutina laboral contó la historia de su vida (LA OPINION)

'' Julio Caturla, en un alto de su rutina laboral, contó la historia de su vida. (LA OPINION)

Se desempeña en el taller gráfico de Vidaurreta. Tuvo participación en varios ámbitos.  Fue administrador del Centro Regional Pergamino de la Universidad Católica Argentina. En el Hospital San José estuvo a cargo del Samo. Su esfuerzo personal estuvo orientado a garantizar la buena educación de sus hijos y hoy cosecha el fruto de esa siembra.

Julio Evaristo Caturla está a un paso de cumplir 75 años y su “perfil pergaminense” hace un balance de su vida a modo de inventario. El relato está colmado de recuerdos, anécdotas, y su presente cosecha lo que sembró con esfuerzo y responsabilidad. Disfruta de ver crecer a sus nietos y se muestra satisfecho de dejar a sus hijos la mejor herencia: el estudio y los valores de la gente de bien. En la conversación rescata las dinámicas de su trabajo, el amor de su compañera de vida y el recuerdo imborrable de los amigos.

“Nací en ‘La Beba’, Partido de General Arenales, entre Rojas y Ferré, era la administración de la colonia Alvear donde mi abuelo era administrador. Mi padre cuando se casó estaba encargado de una de las secciones, así que hasta los 10 años viví en ‘La Vigilancia’, entre Ascensión y Ferré”, cuenta en la entrevista que transcurre en su casa. Es amable y buen anfitrión. Disfruta de rituales sencillos y tiene presente el recuerdo de sus padres a quienes se refiere con respeto y gratitud.

Como casi todos los relatos de vida, enseguida llegan las vivencias de la escuela. “Hice parte de mi escolaridad en Ferré y recién a los 10 años nos vinimos a Pergamino, donde terminé mis estudios en la Escuela Nº 1”, agrega y recuerda a su padre Julio, a su madre Flora Vidaurreta y a sus hermanos: Luis, que es contador público y vive en Buenos Aires, y Jorge que es abogado.

Hizo el secundario en la Escuela de Comercio, que en aquel tiempo era “Escuela de Comercio anexa al Colegio Nacional”. Con su familia vivía en Echevarría y Luzuriaga, un lugar que recuerda con entrañable cariño porque allí estaba “la barra de los amigos” y las experiencias imborrables de la niñez y la primera juventud. “Jugábamos al fútbol en la calle o en el baldío. Nos criamos en la plazoleta de la Estación del Ferrocarril que era nuestra cancha de fútbol. Ahí jugábamos hasta que se hacía de noche. Después teníamos un desafío de ‘barra contra barra’ y nos enfrentábamos al grupo de Carlos Bonet, los hermanos Gallo y Trebino, que vivían en Doctor Alem, hacia el otro lado”. “Cuando venía el ‘desafío’ íbamos a la tienda El Siglo que era de Annan a pedir la cancha del campo de deportes que Annan tenía sobre la ruta y ahí sí la competencia era con toda formalidad”, menciona. 

“Disfruté esa barra de amigos como nada y también la vida en el Club Gimnasia, en aquella época comenzábamos a ir a los 10 u 11 años, tanto es así que nos federaban en la Asociación de Basquetbol a los 12 años. Mi hermano fue un gran jugador de basquetbol y yo llegué a jugar en la primera y segunda, donde hice otros amigos.

“Nuestra barra estaba integrada por mi hermano, Roberto Goicoechea, Enrique Romero, Carlos Petri y Angel Godoy, de los cuales solo ‘los Caturla’ hemos sobrevivido. Esa era la barra juvenil”, refiere en la charla con la emoción de quien recuerda los tiempos más queridos con las relaciones más entrañables.

 

Un cultor del trabajo

Disciplinado y responsable, Julio Caturla abrazó la cultura del trabajo desde joven. A los 16 años ya ayudaba a su papá con las comisiones que realizaba a Ferré. “Siempre digo que aprendí a manejar en un Chevrolet modelo 37 en camino de tierra, porque ese era el trayecto que hacía con mi padre para hacer las comisiones”.

Cuando estaba en el último año del secundario, con excelente promedio y abanderado, comenzó a trabajar en el estudio con Horacio Escobar, un profesor de Contabilidad que le daba clases por la tarde en el Comercial y por la mañana le enseñaba la disciplina del trabajo contable. Cuando terminé de estudiar me pasó a la tarde, yo empecé a estudiar la carrera de Ciencias Económicas en Rosario, viajaba a cursar los viernes y sábados. Siempre saqué buenas notas, pero sin haber cumplido los 20 años tomé la decisión de dejar de estudiar y me puse a trabajar. Ingresé con mi tío en Talleres Gráficos Vidaurreta, donde trabajo hasta ahora”, cuenta y con orgullo señala que el pasado 1º de febrero cumplió 55 años trabajando allí.

 

Proyectos propios

En 1976 se retiró de la empresa de su tío e instaló una firma metalúrgica en la localidad de Conesa con su cuñado. “Era un proyecto muy lindo, pero lamentablemente distintas circunstancias hicieron que nos fundiéramos. La pérdida económica no me disgustó tanto como el haber frustrado los ideales con los cuales llevamos adelante ese emprendimiento”, confiesa.

Luego tuvo una casa de repuestos y trabajó durante varios años en la administración del Hospital Interzonal de Agudos San José -primero en el edificio viejo y luego en el nuevo-. Estaba dedicado al manejo de la oficina del Samo y aceptó con responsabilidad y compromiso la propuesta de acompañar al entonces coordinador de la Región Sanitaria IV, Leandro Peñaloza, en las tramitaciones para permitir el traslado del nosocomio a su sede actual. “Participé de toda la tramitación del equipamiento del Hospital nuevo, las órdenes de compra las firmé yo con el doctor Peñaloza”. 

 

Vocación de hacer

Dueño de una vocación orientada al trabajo y al servicio, perteneció al grupo organizador del Centro Regional Pergamino de la Universidad Católica Argentina y durante 24 años fue administrador. “Entré el 9 de abril de 1969 y estuve trabajando hasta 1993, gracias al padre Zeballos que me quería muchísimo, la secretaria era Ernestina Derisi”, recordó y resaltó que en ese lugar cosechó muy buenas relaciones. “Infinidad de chicos pasaron por la UCA y hasta el día de hoy cuando me ven me regalan su afecto. 

“Me da vergüenza, porque como buen viejo me olvido los apellidos, pero siempre me vienen a saludar al taller con mucho cariño, algo habré hecho por ellos”, dice.

 

La vuelta al taller

Su regreso al taller gráfico se dio en septiembre de 1987. Actualmente es el coordinador. “Cuando inicié el trabajo allí había 30 operarios porque en esos años la imprenta era distinta, éramos fabricantes de libros para las municipalidades. Todo el trabajo era manual, después vino el nuevo sistema de impresión y con la tecnología digital, los libros fueron desapareciendo y las actividades fueron cambiando y adecuándose a los nuevos tiempos.

“No soy maquinista, pero conozco el movimiento de las máquinas a la perfección”, dice con la seguridad que da la experiencia y reconoce que se formó en el oficio “haciendo”.

Considera que el estar en actividad lo ayuda a tener buena salud y aunque piensa en su retiro laboral, sabe que es algo para lo cual “es necesario prepararse”.

 

La vida familiar

Por fuera del trabajo, disfruta de su familia, de su tiempo libre en la quinta del barrio de Viajantes y se entretiene con rutinas sencillas. Igualmente la actividad laboral le organiza gran parte del día. Comparte su vida con Marta de Pascual, una mujer que conoció en su trabajo en el Hospital y a quien lo une un amor sincero y leal. La define como “una compañera extraordinaria” y juntos transitan una vida que ha logrado ensamblarse en el afecto. 

“De mi primer matrimonio tengo tres hijos: Clara Teresita, que es contadora, está casada con Pablo Raies y tienen cuatro hijos: Pedro, Tomás, Juan Pablo y Santiago; María Inés, casada con Germán Draghi, es abogada vive y trabaja en Buenos Aires y tiene dos hijos: Ignacio y Manuela; y Julio Alfredo, que es juez de Garantías y tiene tres hijos: Agustina, Alfonso y Aurelia.

“Marta, por su parte, tiene dos hijos: Miguel y Silvia; y seis nietos: Tiago, Giuliana, Luca, Nicolás, Franco y Agustín”, enumera y confiesa que con el transcurso de los años ha aprendido que “el tiempo pasa muy rápido y lo importante es el afecto. Hoy ambos tratamos de disfrutar de nuestros hijos y nietos.

“Toda la vida tuve varios trabajos, eso me permitió desde el punto de vista material darle a mis hijos todo lo que necesitaban, pero les resté mucho tiempo. Me queda la alegría de haberlos podido ayudar junto a su madre a que se forjaran un destino. Que ellos hayan podido estudiar es la mejor herencia que pude haberles dado, eso es más valioso que cualquier otro capital”.

Se confiesa un amante del deporte, aunque reconoce que  hoy por hoy es solo “un buen espectador”. Hacia el futuro no ambiciona grandes cosas. Haber podido comprar su casa significó mucho para él luego de la pérdida económica que sufrió cuando quebró su emprendimiento comercial y hoy disfruta de ese universo propio y abierto a sus afectos. Es un hombre de fe “relativamente practicante”, que el 22 de cada mes va a la Parroquia Santa Rita de quien es devoto.

 

Sin temas pendientes

Asegura no tener demasiados temas “pendientes”. Algunas veces recibe la pregunta de la gente respecto de por qué no continuó sus estudios a pesar de su capacidad y enseguida responde que fue una decisión personal de la que no se arrepiente. “Venía de un hogar sencillo en el que no faltaba nada, pero sabía que tenía que trabajar. Y lo hice desde siempre. A veces quisiera haberme visto la cara cuando cobré mi primer sueldo en el estudio de Escobar. Recuerdo que el primer cheque fue por 150 pesos de entonces. Fue un logro, era la posibilidad de ayudar en mi casa, de pagar mis gastos y de conseguir cierta independencia”. Hasta hoy es un defensor de esos valores de autonomía y ha tratado de inculcárselos a sus hijos.

Hacia el futuro lo que imagina es sencillo y lo entusiasma. “Me compré una computadora y cuando me retire del trabajo contrataré a alguien para que me enseñe a manejarla. Ocupar el tiempo en cosas útiles es saludable y no descarto acercarme a participar en alguna entidad de bien público.

“Después me interesa viajar, con Marta tenemos la aspiración de viajar para conocer más el país”.

Sobre el final afirma que se lleva bien con el transcurso del tiempo y confiesa que mantenerse en actividad lo ayuda a sentirse mejor. Imagina la vejez como una etapa plena de la vida. Cuando lo menciona acerca a la conversación el recuerdo de su madre. “Ella falleció a los 87 años, yo la lloré en el impacto del momento, pero luego nunca más porque tuve el enorme privilegio de tenerla todo ese tiempo, solía almorzar con ella y la disfruté cada día. “Supongo que así imagino también mi vejez, sin cuestiones pendientes”, concluye.


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