Perfiles pergaminenses

Juan Rocco: un pintor de carteles que encuentra en su familia, su oficio y la fe su mejor refugio


 Juan Rocco la emoción y la templanza en una charla para narrar una rica historia de vida (LA OPINION)

'' Juan Rocco, la emoción y la templanza en una charla para narrar una rica historia de vida. (LA OPINION)

Durante años trabajó en la Fábrica Annan de Pergamino. Más tarde se dedicó a su verdadera vocación: la pintura artesanal de letras. Tuvo a su cargo importantes trabajos en estadios deportivos y negocios. Cree fervientemente en Dios y eso le ha permitido sortear las dificultades que le puso por delante la vida y salir fortalecido.

Juan Luján Rocco tiene el aspecto de un hombre sencillo. El tono del cabello entrecano y la mirada serena. Al cuello lleva un rosario y en el bolsillo un crucifijo que lo acompaña desde su niñez, lo que demuestra que es un hombre de fe. En todo momento se muestra agradecido. Tiene en la manera de contar la historia de su vida, la huella que en cada experiencia dejó el dolor de algunas vivencias y la felicidad de otras. Fue el hijo único de una mamá dedicada a atender su hogar y de un padre panadero, que también trabajó en La Martona y en silos que estaban cerca del Aero Club. Recuerda de sus padres la cultura que le inculcaron y el cuidado que le prodigaron. El ser hijo único lo hizo ser siempre protagonista del afecto. Lo criaron en el amor y le enseñaron cómo desenvolverse en la vida. Juan lo hizo y recuerda a sus progenitores con infinito afecto. Su padre falleció en 1981 y su madre en 2005 a raíz de un problema oncológico.

De pequeño fue a la Escuela Nº 41 que funcionaba en Santiago del Estero, entre Ecuador y Bolivia. “Era una escuela vieja, después se inauguró la nueva, que es la Nº 62, pero fue justo en el año que terminé los estudios, así que no llegué a asistir a ese edificio”, cuenta en el comienzo de la charla.

A los 14 años comenzó a trabajar. Su padre había enfermado y había que colaborar con la economía familiar, así que por recomendación de un tío ingresó a la Fábrica Annan de Pergamino, donde trabajó durante quince años. “Recuerdo que entré de pantalones cortos y sentí que era un cambio muy grande con la vida que yo había tenido hasta entonces en mi condición de hijo único.

“Comencé atando paquetes y luego hice otras tareas, terminé sintiendo que la fábrica era como mi segunda casa, el encargado de expedición era Julián Chamut, un hombre que siempre me orientó mucho y me trató como a un hijo; la mamá de apellido Bonazzi era muy buena, me quisieron como a uno más de la familia”.

En algún punto se siente parte de una generación que estuvo vinculada a la historia de la legendaria fábrica. “Una cosa es contar lo que hacíamos allí y otra muy distinta es haberlo vivido, llegó a tener entre 800 y mil empleados, hay toda una generación que tuvo que ver con esa fábrica porque después se fueron abriendo talleres con la propia gente que se iba de Annan”.

En 1971 se fue a trabajar con Ernesto Muises a un depósito de camisas que estaba en calle San Nicolás.  “Estuve un tiempo, pero el depósito se empezó a venir a menos y dejó de ser una actividad rentable, así que un día esperando el colectivo me encontré con Alfredo Annan que me dijo que las puertas de la fábrica seguían abiertas para mí, así que volví, me fui a trabajar con ‘Cuatro M’ que manejaba Alfredo Annan con Roberto Cordo y trabajé en corte; estuve allí hasta que en 1977 me dediqué de lleno a la cartelería, que es mi oficio actual”.

Las anécdotas de ese tiempo son innumerables y todas están relacionadas a los muy buenos compañeros de trabajo y a las muy buenas personas que Juan conoció en la fábrica.

“Conocí a mi esposa, María del Carmen Arébalo trabajando en Annan”, cuenta y menciona que tienen cuatro hijos: Marcelo (38), Cristian (36), Leonardo (31) y Maximiliano (21).

“Marcelo trabajaba conmigo y ahora hace cuatro años que está en rehabilitación porque sufrió un Accidente Cerebrovascular; Cristian trabaja en la Municipalidad y hace cartelería con nosotros; Leonardo es martillero; y Maximiliano juega al fútbol en Rafaela”.

“Tengo tres nietas, Lucía (18), Naila (11) y Pía (6)”, refiere y confiesa el amor que siente por sus nietas. El universo afectivo se completa con la esposa y novias de sus hijos (Pilar, esposa de Leo, María Noeé, novia de Cristian y Alejandra, mamá de Naila) y con la incontable cantidad de amigos que le han demostrado estar en los buenos y malos momentos. 

“Es difícil nombrar a los amigos, porque uno siempre se olvida de alguno, pero no puedo dejar de mencionar a Eduardo Capriotti, que siempre me apoyó; Roberto Cordo, que fue una guía para mí y desde donde esté lo sigue siendo; Santos Solioz y Juan Zaugg, además de tantos otros que por distintas razones de la vida me han hecho sentir afortunado”.

La cartelería

Se define como un pintor de carteles. Y reconoce que su oficio aunque más tecnificado en el presente por la incorporación de la tecnología, sigue guardando lo artesanal. “Me largué con el tema de la cartelería en 1977, desde carteles chicos a grandes, todo era artesanal”, señala y comenta que también trabajó en Milei y pintó para una gran cantidad de empresas y comercios.

Cuenta que su vocación por la caligrafía nació temprano cuando siendo novio de su esposa le ayudaba a preparar las carátulas del curso de corte y confección que ella hacía en la Parroquia San Antonio de Padua.  “Los halagos que recibía me impulsaron a estudiar caligrafía, fui a estudiar con ‘Juanita’ Donza, que estaba en calle Estrada y enseñaba letras en la Academia Heller”, recuerda y confiesa que para el dibujo fue más autodidacta.

“Trabajando en Annan le comento a Navarro que pintaba y él me impulsó a que me animara a hacerlo profesionalmente.  El Club Juventud estaba haciendo el estadio de basquetbol nuevo y por intermedio del doctor Aguirrebarrena que era el médico de mi familia y de De Mayo, que tenía un taller de costura, me dieron ese trabajo, así que pinté los carteles del estadio. En 1979 hice casi toda la cancha de Provincial; trabajaba con dos concuñados que me ayudaban a pintar; a medida que fue transcurriendo el tiempo se incorporó mi hijo, fuimos ahorrando un poco de dinero y pudimos comprar el terreno donde instalamos el taller; hasta ese entonces yo pintaba en una de las habitaciones del departamento de calle Zeballos en el que vivo”.

Recuerda con entrañable gratitud a cada uno de sus clientes y recuerda que su primer trabajo fue para ‘Pepe’ Echevarrieta en el Supermercado La Estrella y después en La Perla, donde estaba Fernández. “Toda muy buena gente”, agrega y reconoce que en la actualidad la tecnología modificó algunas de las rutinas de su trabajo. “Hoy muchos carteles se pegan y antes se pintaban a mano, pero artesanalmente seguimos haciendo carteles y pasacalles”.

 

Duras pruebas

Juan es un hombre de fe y en el relato de su historia cuenta que a lo largo de la vida tuvo que afrontar duras pruebas que pusieron en jaque sus creencias. “pero la fe fue más fuerte, siempre tuve mucha confianza en Dios, siempre dejo las cosas en sus manos  y tengo señales.

“Siempre llevo conmigo un crucifijo que me acompaña desde que tenía 7 años en que tuve un problema de salud y me recuperé.  Mi padre se enfermó más tarde y eso también puso a prueba mi fe. Luego fue la enfermedad de mi madre y de mi esposa y el problema que tuvo mi hijo, todas durísimas pruebas que me tocó pasar. 

“Cuando se enfermó mi esposa, los médicos que la atendían el doctor Roberto Buils, la doctora Alejandra Bártoli y la doctora Susana Kahl, excelentes profesionales, me habían dicho que era muy complicado y el pronóstico adverso y por suerte estuvo la mano de Dios.  El día que la iban a operar me desperté a la madrugada y en la ventana del dormitorio ví la imagen de Jesucristo, de blanco, que me habló. Cuando al día siguiente voy al taller a buscar unos documentos, de uno de los muebles que era de mi madre, cae una estampa de la Virgen de los Milagros de Salta que hasta el día de hoy no sé cómo apareció allí; mi señora había hecho un tratamiento para encapsular el tumor y resultó que cuando la operaron todo estaba cicatrizado. Que explicación darle si no la fe; hay que creer”.

Aunque confiesa que no es de ir a misa a cada rato, profesa una religión que lo contiene y tiene un sentir profundo que se le presenta como un refugio frente a las adversidades. “Mi hijo estuvo 40 días internado en el Hospital Florencio Varela, fue una experiencia durísima porque no sabíamos si iba a vivir o no, y allí también estuvo Dios. Un día me fui a rezar a la Iglesia del Perpetuo Socorro y le pedí a Dios que me diera una señal de si Marcelo se iba a salvar o no, cuando volví mi hijo me sonrió, todavía me emociono cuando lo recuerdo”, relata y aprovecha la oportunidad para mencionar que la misericordia de Dios se manifestó también en el apoyo incondicional de médicos y amigos como Mario y Eva a quienes conoció en el Hospital y lo albergaron en su casa tratándolo como a un hijo: “Les voy a estar eternamente agradecido, lo mismo que a los chicos que están en Chevallier (Norma y Rubén), a la peña de amigos de mi hijo, al doctor Walter Gatón y la doctora Enriquez y al doctor Jorge Buey, además del doctor Gastón Lanternier y tantas otras personas que estuvieron incondicionalmente. 

“Mi hijo se está recuperando y gracias a Dios está muy bien, eso también se lo debemos a Dios, cuando fue la beatificación de Crescencia, lo llevamos. Fuimos a la ceremonia y hablamos con una monja africana que nos aconsejó que si queríamos que se nos concediera un milagro lleváramos a mi hijo a que pusiera sus dos manos sobre la tumba de la beata. Eso hicimos. El lunes siguiente teníamos cita con el médico y cuando le hicieron los estudios, el médico comenzó a mirarlo y sonriendo le preguntó si la había ido a ver a Crescencia porque era milagrosa la mejoría que había experimentado su corazón. Fue emocionante, yo no lo podía creer”.

 

El futuro

Dueño de una fe inquebrantable no tiene grandes aspiraciones de cara al futuro. “Mi vida es mi familia y el taller. Y lo único que pido es que mi hijo termine de recuperarse antes de que yo me vaya y que todos mis hijos sigan siendo tan unidos”.

Acepta con templanza el transcurso del tiempo y los desafíos que impone la vida. “No le tengo miedo a la vejez, no me asusta para nada. Más difícil de lo que me ha tocado vivir, no hay nada, eso hace que no tenga temores a enfrentar lo que sea”, afirma convencido y muestra su costado más frontal, ese que siempre transita por la senda de la sinceridad. “Quiero a mi familia, tengo una mujer que vale oro y unos hijos que son buenísimos, no puedo pedir otra cosa, soy un agradecido”.


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