Perfiles pergaminenses

Juan Huljich: el sacrificio de una vida a bordo del camión, su mejor compañero


 Juan Huljich recordó sus vivencias en el camión del que se bajó hace siete años para jubilarse (LA OPINION)

'' Juan Huljich, recordó sus vivencias en el camión del que se bajó hace siete años para jubilarse. (LA OPINION)

Lejos de su familia que lo esperó paciente en cada regreso, desde los 17 años sus rutinas no conocieron más que manejar por rutas interminables. Lo impulsó una vocación heredada de su padre y el deseo de proveer a los suyos lo necesario para que tuvieran una vida digna. Hoy ya jubilado recrea las vivencias y aún extraña volver a subirse y viajar.

Juan Gerardo Huljich tiene 72 años y es camionero. Aunque ya hace siete años que se jubiló y no viaja más, no se desprende de esta condición de haber pasado gran parte de su vida en las rutas viajando a distintos puntos. Es pergaminense, nacido en Manuel Ocampo, sin embargo en la voz tiene una tonada que parece provinciana, quizás la mezcla de tantas conversaciones mantenidas con personas de distintas provincias y países en sus recorridos de rutina. En todo momento mira a los ojos cuando habla, lo que delata su sencillez sin dobleces.

“Soy pergaminense, nací en Manuel Ocampo, donde viví, entre el pueblo y el campo, hasta los 10 años. Mi familia estaba integrada por mis abuelos paternos; mi madre, María Ortensia; mi padre, Antonio Domingo y una hermana mayor, Olga”, cuenta en el comienzo y recuerda sus primeros años de colegio en la Escuela Nº 3 en un pueblo que era distinto al de hoy.

“Era diferente, más chico, pero nos conocíamos todos, ahora a veces cuando voy no encuentro gente conocida, salvo unos pocos; el pueblo creció mucho”, refiere con cierta nostalgia. 

“Mi familia vivía de las tareas del campo, aunque a decir verdad, eran mi madre y mi abuela Catalina, quienes se dedicaban a eso, a mi padre no le gustaba el campo, él prefería el camión, así que compró uno y viajaba bastante”, comenta y lamenta haber perdido a su papá tempranamente cuando apenas tenía 6 años.

“Yo era muy chico y a veces me cuesta recordarlo. Tengo una imagen de él, pero es un recuerdo construido, en realidad no lo recuerdo mucho en el camión”, confiesa.

En los recuerdos de su infancia, lo que sí aparece nítida es la inocencia de los juegos, la picardía de las travesuras y el coraje de su madre y su abuela que “hacían de todo, no había tarea que les resultara pesada ni imposible”.

 

La llegada a Pergamino

Juan llegó a vivir a la ciudad cuando tenía 10 años. Terminó sexto grado en la Escuela Nº 6 y vivió en un barrio de Ferroviarios, en Joaquín Menéndez y San Juan, enfrente a la Estación del Ferrocarril Belgrano. Eso hizo que parte de su infancia transcurriera en los andenes, entre “ferroviarios”, ajeno a cualquier peligro.

“Era una época en la que el Ferrocarril funcionaba a pleno, durante las 24 horas, yo era chico y recuerdo las travesuras que hacíamos entre los ferroviarios”, conmemora y menciona que desde hace tres años, en La Fraternidad se reúne con sus vecinos de entonces y los ferroviarios de siempre para compartir un momento de camaradería. 

“Nos juntamos todos los años y es muy lindo, nos encontramos con caras conocidas y con otras que uno ni recordaba”, menciona.

 

El camión

De profesión “camionero”, cuenta que se subió por primera vez a uno como acompañante a los 17 años porque “aún no tenía carnet”. “Me enseñó a manejar Armando ‘Poroto’ Malandra”.

Apenas cumplió los 18 ya arrancó solo y hasta hace siete años trabajó para varias empresas y recorrió no solo Argentina sino los países vecinos.

“Empecé a trabajar con el camión y de algún modo seguí los pasos de mi padre, trabajé en varias empresas de acá y viajé mucho, mucho”, señala resaltando esta actividad que signó su vida para definirla.

“Comencé a trabajar con Malandra, éramos como una familia, en realidad en todos los lugares en los que he trabajado me sentí querido y bien recibido”, dice, en una consideración que muestra parte de su forma de ser. 

Dueño de historias gestadas en largos trayectos primero con el camión jaula y más tarde con el camión tanque, en cada lugar encontró el modo de ser bienvenido. 

“Para ser camionero hay que tener vocación y yo la tenía”, afirma convencido y su apreciación no desconoce el sacrificio. “Los trayectos son largos, con el camión jaula iba a Entre Ríos y a Corrientes, no estaba Brazo Largo, se cruzaba a Santa Fe, Paraná y desde ahí para adelante no había pavimento. Viajaba solo, aunque salíamos en una flota de diez o quince camiones. Era bastante sacrificado y a pesar de mi juventud de entonces me cansé un poco. Fue cuando dejé y más tarde trabajé con Siele Hermanos, en los tanques, era gente que tenía trabajo en toda la Argentina; estuve allí muchos años; después trabajé con Mendaza y San Martín, otra empresa grande de Pergamino; y durante los últimos años trabajé con Quaglia”.

 

Una tarea sacrificada

De cada lugar guarda una anécdota y en varios momentos señala que “es sacrificada la vida del camionero”.

“Hay un folklore en torno a nuestra tarea, pero hay que estar en la ruta kilómetros y kilómetros”, agrega.

Lo que más le costó de su labor fue estar lejos de su familia, la que había conformado con su esposa Marta Garfagnoli, una rosarina a la que conoció en Pergamino en la época de “La tranquerita” y gracias a conocidos que tenían en común.

“El camión te obliga a estar una vida afuera y cuando formas tu propia familia se complica un poco, tenés que encontrar a la mujer justa porque estás mucho tiempo afuera, yo por suerte la encontré”, afirma y reconoce que “solo cuando transcurre el tiempo descubrís cuánto te necesitan los tuyos.

“Mi esposa fue madre y padre de mis hijos”, reconoce.

“Yo he pasado cumpleaños, Navidades y Año Nuevo fuera de casa, todo eso tiene un costo, por eso digo que el camión es algo que te tiene que gustar mucho”, insiste.

“Es una vida el camión, salís, dejás todo bien en tu casa y te vas a hacer lo que te gusta, pero no te vas a la vuelta de la esquina, te vas lejos y nunca sabés cuándo volvés. Extrañás y sabés que tu mujer y tus hijos también te extrañan. Pero sabés que es tu trabajo y tenés que hacerlo”, refiere.

Enseguida recuerda los largos recorridos para llegar a Chile, Bolivia, Paraguay, Brasil y Uruguay. También su andar por cada una de las provincias argentinas.

“Te puede gustar todo lo que quieras, pero a medida que van transcurriendo los años van pesando muchas cosas, estás lejos los domingos, y aunque tratás de hacer amistades, pasás mucho tiempo solo”, señala y confiesa que “el camión es el lugar ideal para que a uno le trabaje la cabeza, porque lo único que hacés es estar solo, sentado y manejando, cinco mil kilómetros para llegar a un lugar, la misma distancia para volver y luego volver a salir”.

 

Volver a casa

Hoy, ya sin viajar, sobre el final de la entrevista su mirada vuelve sobre su familia. “A mi esposa la conocí en Pergamino porque ella tenía familiares acá, nos casamos en Rosario, en la Iglesia de Mendoza y Avellaneda, cuando yo tenía 35 años y ella 34, perdimos mellizas y luego llegaron nuestros hijos, Mauro Gerardo (35) y Damián Pablo (33)”.

“Ellos y mi nieta Camila de tres años, hija de Mauro, son mi vida. Vivimos en una casa de calle Ecuador a la que nos mudamos cuando ellos comenzaron a crecer y empezamos a necesitar un patio”.

Confiesa que le costó “bajarse del camión”, y comenta que desde hace casi siete años ya está jubilado. “Tuve un problema de corazón, me descompuse en Jujuy, un cuadro de presión alta, yo era fumador, me recuperé y seguí fumando; al tiempo me  pasó algo peor, me descompuse en Montevideo y estuve solo internado en terapia. Casi me muero, cuando me estabilicé me trajeron para acá, me hicieron los estudios y tengo las arterias tapadas por el tabaco. Mi familia no quiso que viajara más. Fue difícil bajarme del camión, algo así como empezar la vida de nuevo”, confiesa.

Hoy sus rutinas son sencillas y cercanas. Disfruta de ir a El Refugio a compartir un café con los amigos cada mañana y también va al Club Desiderio de la Fuente y Sirio Libanés, donde le gusta jugar al casín. “Tengo la vida tranquila de un jubilado, paso tiempo con mi mujer, con mis hijos y disfruto de mi nieta cuando viene a casa; tengo muchos amigos”.

A la vuelta de la vida, sabe que encontró a la compañera indicada y hoy disfruta con su familia de lo que le propone la vida. “He visto muchas cosas porque está la sobremesa de los camioneros en la que se habla de todo, pero al final todos terminan hablando de su mujer y sus hijos. Ahí escuchás de todo. Con la vida del camionero, sufre la mujer y también sufre el hombre. Y da mucha tranquilidad saber que tu compañera está, aunque a veces tire la bronca”.

 

En el mejor lugar

Poseedor de una armónica relación con el transcurso del tiempo, confiesa que algunas veces fantasea con la idea de volver a viajar. “Cuando me bajé al principio soñaba con el camión, soñaba que andaba por Mendoza o que se descomponía en Jujuy; después ya no y ahora cada vez estoy más casero”.

Reconoce que no tiene sueños pendientes, más que ver realizados y felices a sus hijos. “Lo que anhela todo padre, lo demás ya está hecho”.

Se define como un pergaminense de ley y asegura que le gusta esa condición porque por nada del mundo cambiaría el vivir en esta ciudad. Cuando lo dice, de repente su relato guarda la forma de un viaje. Quizás su preferido, ese que lo reencuentra con su raíz y le permite volver a lo esencial: “Venía viajando del norte, se ven muchas cosas en otras provincias cómo viven, llegás a Santiago y ves una cosa; pasás por Santa Fe y ves de otra manera; entrás a Buenos Aires y ya te gusta; vas llegando a Pergamino y todo se vuelve cada vez más lindo; llegas al barrio tuyo y no hay mejor que ese lugar; y cuando llegas a tu casa después de haber recorrido kilómetros y kilómetros y ves que tu esposa y tus hijos están bien, sentís que estás en el verdadero lugar que importa y para tus adentros revivís todas esas realidades que viste durante el viaje y te decís ‘que suerte que estos están bien’ y agradecés que así sea con relación a todo lo que viste”.


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