Perfiles pergaminenses

Jorge Inchaurza: una historia de vida con postales de un Pergamino distinto


 Jorge Inchaurza en la tranquilidad de su hogar relató su historia de vida (LA OPINION)

'' Jorge Inchaurza, en la tranquilidad de su hogar, relató su historia de vida. (LA OPINION)

Durante muchos años estuvo vinculado laboralmente al rubro semillería y veterinaria. Y antes creció en el campo, cerca del antiguo Gabín. Tiene recuerdos de una ciudad diferente a la actual y hoy disfruta de haber sido testigo del desarrollo. En su presente disfruta de hacer parques y jardines y de estar rodeado por su familia y afectos.

Jorge Francisco  Inchaurza, “el vasco” como lo conocen todos, es un pergaminense que nació el 11 de octubre de 1932 con la asistencia de la partera María Viglierchio en la casa de su abuelo paterno en la entonces avenida Cervantes, hoy Hipólito Yrigoyen. Comienza la charla diciendo que se llama igual que el Papa y bromea con que a Francisco le pusieron ese nombre con él. Esa referencia marca su sentido del humor que se nota en la sonrisa casi permanente, pero fundamentalmente en los ojos que guardan cierta picardía en la expresión y el recuerdo de un Pergamino muy diferente al del presente.

Su padre se llamaba Francisco y era el mayor de cuatro hermanos. Su madre había nacido en España en un caserío del País Vasco, en Zizurkil en 1900. “Al nacer ella, murió su mamá así que quedó con su hermana al cuidado de una tía. Cuando mi abuelo decidió mandarlos a nuestro país los envió a la casa de un tío que vivía en San Nicolás, era médico y se llamaba ‘Pancho’ Goenaga”. Mantiene intactos los recuerdos de su primera infancia.

“Como mi abuelo paterno tenía un campito muy cerca del Gabín, mi padre con su cuñado puso un tambo y también se hacía el reparto de leche en la ciudad; mi madre Martina Alcín se ocupaba de los quehaceres y nosotros éramos tres hermanos: José, ya fallecido, yo y Celmira Martina. Nosotros nos criamos en el campo, yo viví ahí hasta los 20 años.

“Con mi hermano hicimos primer grado en casa de la señora Rufina Carmelino, luego mi hermano pasó a la Escuela Nº 5 y yo lo seguí. Tiempo después mi hermana también fue a esa escuela.

Recuerda la casa de su abuelo en la avenida, que por aquel tiempo tenía canteros en el medio y el Jardín Bourgeois que funcionaba al lado, eran propiedades que se conectaban por el fondo y recuerda a su abuelo y al dueño de la plantería jugando a las cartas. “Se peleaban y al rato estaban juntos.

“Cuando terminé la primaria hice varios trabajos, algo de mecánica hasta que me fui a trabajar a una empresa de colectivos en Lomas de Zamora; después de dos años me tocó el Servicio Militar en el Regimiento de Granaderos a Caballos General San Martín”, comenta y de aquel tiempo guarda con emoción una anécdota: “Recuerdo que al darnos de baja nos llevaron a la Casa de Gobierno donde nos despidió el entonces presidente general Juan Domingo Perón. Nos entregó una foto suya y estrechó la mano. Me dio una palmadita en la espalda y me dijo: ‘Que le vaya bien m’ hijo’. Yo no tenía ideas políticas, pero la verdad que al verlo frente a mí de la emoción que sentí lo único que atiné a decirle fue: ‘Gracias mi general’. Era una figura muy fuerte”.

 

La semillería

Ya en Pergamino, después de los únicos tres años que pasó fuera de la ciudad, siguió trabajando en mecánica y más tarde ingresó en un negocio de semillería con un amigo de apellido Nandín, ubicada en avenida Hipólito Yrigoyen al 800. “Distribuíamos semillas ‘La Germinadora’ y como subagente estaba el señor Marcos de la Fuente de la Veterinaria Pueyrredón, propiedad del señor Alvarez. Al fallecer De la Fuente me propusieron atenderla, cosa que acepté muy de acuerdo con el señor Nandín. Trabajé cinco años con Aníbal Alvarez, a quien siempre recuerdo con mucho cariño, lo mismo que a su esposa ‘Chola’ y familia.

“El primer día en ese comercio Alvarez cerró la puerta y me dio las llaves diciéndome: ‘Te las doy por si me demoro’. Las tomé con mucha responsabilidad y al otro día abrí. Como a las 9:00 llegó Aníbal y me dice: ‘Me atrasé porque fui a tomar café en el Hotel de Roma’. Supe que me había ganado su confianza”.

Tiene innumerables anécdotas de la semillería. “Al principio no conocía a los clientes, un día apareció una señora diciéndome que se iba a llevar unas plantas. La atiendo y me dice: ‘Dígale a Aníbal que se las llevó Ada Apesteguía y después se las pago’, era la mamá de Hugo Apesteguía, a quien luego también conocí”.

Así eran las dinámicas de la vida comercial del Pergamino que Jorge recuerda con profunda añoranza. La gente era simple y los tiempos del trabajo, intensos. “Se vendía de todo, la llegada de los pollitos BB eran la novedad del momento y no alcanzaban, recuerdo que en un momento hasta yo atendía la incubadora”.

 

El Pergamino viejo

A los recuerdos de los canteros de la Avenida, Jorge suma al relato vivencias en paisajes que eran diferentes a los actuales. “Cuando se hizo el barrio Obrero, por ejemplo, yo todavía vivía en el campo, así que era el paso obligado. No había nada. Recuerdo que la primera vez que me subí a un avión sobrevolamos esa zona y se veía cómo estaban marcando los terrenos para construir las casas de esa zona.

“Este barrio en el que vivimos era muy distinto. Cuando vinimos ésta era la única casa en cuatro manzanas, no había gas natural, y enfrente de casa era la cancha vieja del Club Tráfico’s Old Boys”, refiere.

Ha sido testigo del transcurso del tiempo y asegura: “Me gusta Pergamino, nunca más me muevo de acá”.

 

La vida familiar

En 1962 se casó con Olga Beatriz Avendaño, su compañera incondicional de toda la vida, a quien conoció en una tertulia de Empleados de Comercio. Estuvieron cinco años de novios y se casaron cuando tuvieron terminada su casa en el barrio Acevedo, cerca de la Cooperativa Eléctrica, frente al actual barrio La Rioja y donde en aquel momento sólo había descampados y calles de tierra. Es el lugar en el que viven hoy, 52 años después, con enorme felicidad.

“Aquí nacieron nuestros hijos: Jorge Marcelo, que tiene tres hijos: Joaquín, Tomás y Santiago; y Laura Marisa, que vive en Mar del Plata y tiene a Iván”.

Las fotos de sus hijos y nietos constituyen los objetos que engalanan el comedor de su casa y los momentos compartidos a diario aparecen en la conversación todo el tiempo. Junto a los amigos, muchos de los cuales ya partieron, constituyen el universo afectivo de Jorge que hoy transita una vida tranquila, rodeado de sus seres queridos.

 

La veterinaria

Luego de la referencia a su familia, el relato de la entrevista sigue por los senderos de la vida laboral que fue intensa. “Después de mi paso por la Veterinaria Pueyrredón con Carlos Zarrabeitía, médico veterinario; Luis Aranguren, trabajador incansable; y yo, nos asociamos con Alberto Jacquelin para comenzar a trabajar en la veterinaria de Avenida de Mayo y Luzuriaga. Era un tiempo de mucha actividad. Había vacunaciones obligatorias como contra la aftosa; la atención a campo la hacía el doctor Zarrabeitía a cualquier hora; era tanto el trabajo que al recibirse de médico veterinario José María Zarrabeitía también se incorporó a nuestra veterinaria, comenzó a atender pequeños animales y con su carácter afable se ganó la confianza de todos”.

Con el transcurso de los años, la llegada de la siembra del cultivo de soja que se impuso en los campos desplazando a la ganadería a otras zonas, fue modificando la actividad comercial. Comenzaron a instalarse veterinarias en los pueblos y el negocio dejó de ser rentable. Tomaron la decisión de cerrar en 1992 y para todos fue momento de tomar otro camino, con la cosecha de treinta años compartidos y una amistad que perdura. “Carlos Zarrabeitía puso con sus hijos una veterinaria; Luis Aranguren falleció; Alberto Jacquelin continuó con la atención de los campos; y José María Zarrabeitía con su hijo especialista en pequeños animales, tiene la veterinaria en calle Florida.

“Yo ya jubilado me dedico a hacer trabajos de parques y jardinería siempre cerca de mi casa”, refiere y guarda de la veterinaria y de sus socios los mejores recuerdos. 

Su tiempo presente es tranquilo. Acompaña a su esposa que le gustan las letras y siempre escribe alguna poesía que publica y comparte con el Grupo Literario Hojarasca. Comparten la vida con Tobías, el perro de uno de sus nietos al que adoptaron como propio.

“Hace tres años que tuve un problemita de salud, así que aprovecho la oportunidad para agradecer a mi médico de cabecera, Gustavo Funes y al cardiólogo Cantale. También al doctor Claudio Concetti,  a las enfermeras, y al personal del Servicio de Hemodinamia y Terapia Intensiva del Hospital San José”.

 

La sensibilidad, intacta

Con los años muchas cosas se modifican en la vida de las personas. Los años van dejando huellas. Sin embargo, en el caso de Jorge hay algunas características de su forma de ser que parecen permanecer intactas. Es tranquilo, solidario, servicial. Sus propios vecinos aseguran que siempre está dispuesto a tenderles una mano y recuerda que con su auto hasta llevó a una mujer a parir al Hospital. Es por sobre todo, un ser sensible que aún se emociona con el recuerdo de un perro al que liberó de una trampa en la que había quedado apresado. “Corría la década del 70 cuando una mañana me dirigía al trabajo y al llegar a la esquina de La Rioja, hoy Repetto y Tucumán, en una casa desocupada me sorprendió un gemido lastimero, no sabía qué era, me acerqué y vi un perrito mediano que había quedado preso en una trampera de las que se usaban para las comadrejas. Tenía las patitas destrozadas; dudé un segundo por temor a que al intentar liberarlo me mordiera, pero logré sacarlo de ese aparato, me acerqué con cuidado y  el animalito que me miró con una dulzura que jamás voy a olvidar; comenzó a lamer mis manos, lo dejé a salvo, fui hasta el negocio y cuando llegó Aranguren que tenía vehículo volvimos a buscarlo, pero ya no lo encontramos. Nunca más supe qué fue de él y cada vez que lo recuerdo se me mojan un poquito los ojos y siento como que me resfrío”. Cuando lo cuenta también se le humedecen, lo que pinta de cuerpo entero una sensibilidad que solo poseen las personas de bien.

 

Sueños cumplidos

Asegura que no tiene muchos sueños pendientes. “Creo que los he cumplido todos. Quizás me quede uno por cumplir, encontrarme con un compañero con el que hice el Servicio Militar, Francisco Aquino, que es de Misiones. Un día en un viaje a Cataratas aproveché para llamarlo por teléfono a Puerto Libertad donde vive y lo encontré, hablamos y siempre quedamos con la asignatura pendiente de volver a vernos, mi hijo me quiere llevar así que quizás sea otro sueño cumplido”, concluye con la satisfacción de quien sabe llevarse bien con el transcurso del tiempo y disfruta de la recompensa que va entregándole la vida, tras años de siembra.


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