Perfiles pergaminenses

Jorge Bertero: un artista plástico de raíces rojenses y pergaminense “por amor”


 Jorge Bertero relató su experiencia de vida en Rojas y Pergamino (LA OPINION)

'' Jorge Bertero relató su experiencia de vida en Rojas y Pergamino. (LA OPINION)

Llegó hace muchos años y aquí encontró razones para quedarse y con su hacer incansable, propiciar el crecimiento de la actividad cultural de la ciudad. Unido a Silvia Aquiles, con quien comparte la vida, se siente un vecino más de Pergamino. Su obra trasciende cualquier geografía y su compromiso lo posiciona entre “nuestros mejores aristas”. 

H

ay personas que toman la identidad del lugar en el que nacen y allí queda su esencia. Hay otras, en cambio, que se nutren de los espacios en los que aman y de los ámbitos en los cuales interactúan y se expresan. Los artistas pertenecen a este último universo. Son del lugar que inspira su obra y adquieren un sentido de pertenencia que los hace vecinos del “pago” donde están sus afectos. Jorge Bertero es un artista. Es rojense de nacimiento y pergaminense “por amor”. Entrevistarlo es hablar de arte, de filosofía de vida puesta al servicio de la creación. Es hablar de docencia y también es hablar de la cotidianeidad en esta ciudad que le abrió los brazos hace muchos años. 

Tiene 68 años y su vida transcurre entre Pergamino y Rojas. Allí viven su madre y su hermana y allí trabaja como docente en la Escuela Municipal de Artes Plásticas. Aquí vive su mujer, Silvia Aquiles, con quien comparte la vida y el compromiso por el arte.

“Mi acercamiento a Pergamino comenzó en 1975, cuando comencé a establecer mis primeros vínculos a través del arte, hice mi primera muestra acá y estreché lazos con el Grupo de Pintores Pergaminenses; pero en realidad es a través del amor que empecé a integrarme de una manera más profunda a esta ciudad, cuando conocí a Silvia Aquiles, mi mujer que también es artista plástica”, cuenta en el inicio de la charla. Eso sucedió en 1993 y según él mismo refiere “desde ese momento ya casi soy pergaminense”.

Conserva intactos los recuerdos de sus primeros pasos como artista plástico en esta ciudad. “Cuando empecé a venir a Pergamino no existía la Casa de la Cultura, recuerdo que hice una muestra en un lugar que se llamaba Poiesis, fue una experiencia muy importante para mí y de algún modo fue antológica porque fue impresionante la cantidad de gente que la visitó, tenía características distintas de lo que por esa época pasaba en Pergamino”, relata.

En todo momento conserva la humildad que caracteriza a las personas con talento real. Es de a ratos el niño que se acercó a las artes plásticas cuando tenía 12 años, de la mano de un pintor académico, de apellido Belcuore, que en Rojas le dio las primeras herramientas como pintor de paisajes. También el joven que retomó el camino del arte en 1969 cuando llegó la Asistencia Técnica de La Plata, con grandes maestros que ratificaron en él la convicción de asumir con el arte un verdadero compromiso. Y es durante la charla el artista consagrado que trajo a Pergamino las instalaciones, los montajes. Todo en él convive en la impronta de un hombre sencillo, emocionado detrás de sus lentes mientras transcurre la conversación.

“Estoy habituado a las entrevistas, pero ésta es particular”, confiesa. Seguramente eso tiene que ver con la sensibilidad que caracteriza a los artistas y con la particularidad que tiene en el diálogo periodístico abrir las puertas de la propia vida para que ingrese la pregunta y la curiosidad. Acepta el desafío. 

“Cuando comencé era un pintor dominguero como se dice en nuestra jerga e inicié mi contacto con Pergamino cuando tocó el timbre de mi casa Raúl Premio que viajaba a Rojas con su mujer, me invitaron a participar de una muestra y expuse en la Escuela Municipal de Bellas Artes”.

Jorge asegura que esa experiencia fue iniciática de un camino profesional en el que cosechó muchas satisfacciones. “Después participé del Concurso Manuel Asso, y Don Manuel en persona me entregó el premio; todas esas vivencias me fueron confirmando que ese era el camino que yo tenía que tomar.

“Aquella primera muestra en Pergamino fue emblemática, porque a diferencia de lo que pasa hoy en la ciudad, donde hay un movimiento enorme con mucha gente produciendo, en aquel momento todo estaba muy tranquilo. Y lo que la muestra vino a traer fue cierto revuelo”, asegura y recuerda que “se acercaban adolescentes que se convocaban para verla”.

Señala que “era una obra oscura en imagen, una obra sufriente, doliente y hablaba de muchas cosas de las que habían pasado en el país; creo que eso fue lo que cautivó al público y lo que hizo que comenzara a tener mis primeros alumnos en Pergamino”. 

Recuerda que comenzó a dar clases particulares y refiere que en distintos momentos, diversos espacios cobijaron su vocación docente, a la par de su labor que continuó en forma ininterrumpida en la Escuela de Artes Plásticas de Rojas.

 

Cimientos

También con su llegada a Pergamino como artista, fue consolidándose su perfil como “militante de la cultura”.

“Nos empezamos a reunir los plásticos porque se estaba forjando el proyecto de la Casa de la Cultura y queríamos tener un espacio para las artes plásticas, enseguida me sentí convocado en ese grupo con el cual conformamos la primera comisión de Plástica de la Casa de la Cultura, en la que confluíamos alrededor de 20 artistas”.

Con humildad se siente parte de aquel proyecto que más tarde fue un sueño cumplido y asegura que “la Casa de la Cultura es un espacio para defender, un espacio que se integró a la identidad misma de la ciudad y que en 18 años no dejó nunca de proponer actividades de las que participan artistas locales, regionales y nacionales. 

“Son innumerables las experiencias que hemos tenido allí, hemos hecho clínicas de arte por las que pasaron grandes artistas; haber traído a Eduardo Médici fue muy importante”, menciona.

 

Su visión sobre el arte

Para Jorge Bertero el arte es algo más que una forma de expresión. Es una filosofía de vida. “Me inspiran muchas cosas. Creo que el arte es por supuesto emoción, es el sentimiento que uno pone en la obra, pero es también pensamiento filosófico y una forma de ver la vida y de sentirla”.

Y concibe la creación como un proceso dinámico en el que confluyen emoción y pensamiento. “En la medida que la sociedad va cambiando, el arte también se va modificando. Eso implica nuevos desafíos y formas. Uno trata de buscar los caminos que le permitan decir lo contemporáneo, de expresar en la obra lo que siente y vive el hombre de hoy”.

 

Su presente

En la actualidad comparte su labor docente con su trabajo de creación como artista. “Estoy centrado en el objeto artístico, mi última obra tiene que ver con herramientas, objetos cotidianos que han acompañado al hombre, yo los resignifico quitándoles la utilidad y así cargarlos de sentido. 

“La muestra que se hizo en el Museo de la Ciudad y tuvo la particularidad de establecer un diálogo entre objetos históricos del Museo y mi obra, fue buscando conexiones y encuentro de lenguajes”, refiere.

Es dueño de una trayectoria que lo trasciende. Durante su carrera ha participado de muestras regionales y nacionales, ha presentado sus obras en el Centro Cultural San Martín y en Pasaje 17 una galería importante de Buenos Aires y también ha realizado muestras individuales en Cuba y México; además de innumerables muestras colectivas. Sin embargo sus apreciaciones en ningún momento son grandilocuentes.  Por el contrario, su relato se detiene más bien en los aspectos más simples de la vida. Aquellos marcados por la cotidianeidad. “Doy clases en Rojas y disfruto mucho de la actividad en Pergamino los fines de semana.

“Pergamino me abarca un tiempo en lo artístico importante, que hago con gusto y ad honorem”, agrega. 

 

De raíces nobles

“Cuando uno se va sintiendo parte del lugar en el que está, empieza a tener allí los grandes afectos, esa es definitivamente la patria de uno; también va sintiendo alegría por los logros que tiene la ciudad, sale a la calle y siente que ese es su espacio; y sufre cuando pasan cosas dolorosas como fue la inundación o el incendio del Museo; todo eso me pasa con Pergamino, una ciudad que siempre me abrió sus brazos”, confiesa.

Cuando asegura esto, vuelve hacia atrás y retorna a sus raíces. Allí también están esos afectos que conforman la identidad. “Mi papá, Domingo era un hombre que sufrió mucho, había quedado huérfano y tuvo que hacerse cargo de muchas cosas, con sus hermanos salían de ‘crotos’ a juntar maíz, pero con el tiempo se fue haciendo un espacio, se dedicó a la apicultura y pudo progresar para criarnos a nosotros dignamente. Mi madre, Yolanda, tiene 89 años y vive en Rojas, también fue huérfana y sufrió porque de chica la trataban mal, conoció a mi padre en Rojas, donde había llegado para vivir en la casa de unos tíos, de esa unión nacimos mi hermana Marta y yo”.

En el relato también está la referencia a su propia familia. “Me casé en 1976, con Sonia, la madre de mis dos hijos, Marilina (38) que es musicoterapeuta; y Federico (36) que es chef; ambos viven en Buenos Aires. Y tengo dos nietos: Santiago (10) y Valentina (6).

“Esos son mis afectos más entrañables, a los que se le suma el enorme cariño que le tengo a los hijos de Silvia, Paula y Juan y a sus hijos que son nietos del corazón para mí: Rocío, Carmela, Lila y Vera”.

Es un cultor de los afectos y refiere que la amistad es para él un valor importante. “Una de las cosas que valoro de Pergamino es la cantidad de gente que realmente quiero y sé que me quiere, eso es vital”. 

Nutrido de esos afectos, confiesa que aquí imagina su vejez. Sin embargo no piensa demasiado en el transcurso del tiempo. “No pierdo el entusiasmo de seguir produciendo y creciendo, expresándome a través de las artes plásticas, poder sacar mis emociones, mi forma de pensar y sentir. Mi vida son las cosas que hice y en las que voy a hacer está el futuro”.

Sin hablar de obras preferidas, y a pesar de caer en lo que considera “un lugar común de los artistas”, siente cada realización como “hijos” y aspira con que su trabajo siempre tenga “cómo llegar al público”.

Mientras lo consigue, disfruta de su tiempo en el taller donde produce sus obras. En la soledad de la creación, esa que en definitiva se acaba cuando lo que Jorge Bertero tiene para decir encuentra un lenguaje que lo acerca a ese espectador que disfruta de su obra y lo trasciende.


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