Perfiles pergaminenses

Humberto Rugiati: dedicado a la carpintería, un oficio que abraza desde los 12 años


 Humberto Rugiati en su carpintería ejerciendo un oficio al que le dedicó gran parte de su vida (LA OPINION)

'' Humberto Rugiati, en su carpintería, ejerciendo un oficio al que le dedicó gran parte de su vida. (LA OPINION)

En la actualidad tiene el taller en calle 25 de Mayo. Disfruta de su trabajo con la pasión del primer día. Todo lo que aprendió lo hizo en talleres de la mano de “buena gente” que le fue mostrando los secretos del arte de fabricar muebles. Es humilde en sus apreciaciones y tiene la sencillez de quienes han hecho del trabajo el pilar de la vida.

Humberto Rugiati, “El Bicho” como le dicen desde que nació, tiene la expresión en el rostro de las personas simples. Habla poco, lo suficiente para definir con sencillez las grandes cosas de la vida. Aspira a que sus hijos y nietos sean felices y lamenta no haber viajado más. Es carpintero, un oficio que abrazó desde los 12 años y a los 68 su actividad lo encuentra consolidado y seguro. Tiene su taller en 25 de Mayo a metros del arroyo Pergamino. Desde la vereda del lugar en el que pasa gran parte de su tiempo se ve el terraplén. Ahí están los conocidos del barrio, la gente con la que conversa mientras trabaja. Entran y salen sus clientes. Son los de siempre, algunos humildes, todos de trabajo. Con ellos se muestra dispuesto. Conoce el oficio a la perfección, admira a los ebanistas y sabe dónde están los buenos carpinteros y siente profunda gratitud hacia quienes le enseñaron el oficio de construir muebles con sus propias manos. Reconoce que hoy muchos muebles se traen ya fabricados. Sin embargo, conserva el arte de armar y de moldear la madera para cumplir con lo que pide la clientela. Asegura que quienes lo han elegido como carpintero siempre fueron fieles y reconoce que muchas veces “la gente pobre que junta pesito por pesito para comprar un mueble es la que más cumple”.

Se sorprende con la propuesta de delinear su “perfil pergaminense” porque asegura haber tenido una vida “común y corriente” con pocas vivencias extraordinarias para contar. Posiblemente su relato no sea  grandilocuente, es cierto, pero tiene los condimentos de la vida cotidiana y de las anécdotas que surgen del trato con la gente y las andanzas de chico.

Nació en el barrio Otero y allí vivió hasta los cinco años. Su papá Humberto tenía quinta y más tarde tuvo verdulería. Su mamá, Italia,  fue ama de casa. Son cuatro hermanos, dos mujeres y dos varones. Cuando se mudaron lo hicieron al barrio Acevedo, a San Lorenzo y Mendoza. Se recuerda siendo monaguillo en la Parroquia San Roque. “No me acuerdo el nombre del sacerdote de aquel tiempo, pero sé que me gustaba ayudarlo en la misa. Era monaguillo porque mis hermanas iban mucho a la Iglesia. Mi madre también, y mi padre menos”, refiere en el comienzo de la charla que se concreta entre maderas y muebles.

Fue a la Escuela Nº 4, donde cosechó a una innumerable cantidad de amigos y travesuras. Sonríe cuando cuenta algunas vivencias de su tiempo en el aula y lamenta que algunos de sus compañeros ya fallecieron. No los nombra, pero los recuerda con el cariño entrañable de quien revive la infancia.

 

De oficio, carpintero

Comenzó a trabajar como carpintero a los 12 años. “Empecé en la carpintería de Gómez, donde trabajé hasta los 28 años; lo hice  armando muebles, porque como era chico no me dejaban tocar las máquinas”, cuenta.

Más tarde trabajó en el Ferrocarril Bartolomé Mitre, como empleado ferroviario. “Tomaba los trenes, pero seguía con mi oficio de carpintero en el tiempo libre. Por entonces ya tenía mi propio taller con mi hermano Omar. Funcionaba en calle Córdoba”.

Con su hermano trabajó durante diez años y luego con uno de sus hijos. Desde hace 21 años tiene su carpintería en calle 25 de Mayo. Llegó a pocos meses después de la gran inundación y se quedó en ese lugar en el que se siente a gusto. “La gente del barrio es muy buena”, dice.

Afirma que le gusta mucho su oficio. “Desde muy chico me dedico a esto. Uno entra barriendo a una carpintería y va aprendiendo todo lo que sabe. Con el tiempo se va perfeccionando. Me gusta lo que hago. A esta edad trato de que me sea más sencillo el trabajo, traigo cosas de afuera y el resto lo armo acá.

“Lo que fabricamos lo hacemos por encargo y hay muebles que traemos armados de Buenos Aires. Cuando tenemos que ir a algún domicilio, en general va mi hijo que trabaja conmigo o mi otro hijo, el del medio, que también es carpintero”, señala y describe sus rutinas en el taller.

También se refiere a la clientela y asegura que en su caso lo han seguido por “ser buena persona, más que buen carpintero”.

“Si usted es buena persona y no falló nunca, la gente vuelve”, afirma. Esa es la consigna de su trabajo. Cada mañana comienza a las 7:40, hasta el mediodía y continúa por la tarde de 15:30 a 20:00. Lo que más le gusta de su oficio es el trato con la gente. “He tenido la fortuna de cruzarme con gente buena. Es mentira que la gente es mala”.

Se muestra agradecido por todo lo que le dio su oficio. Desde el comienzo tuvo la posibilidad de aprender de quienes fueron generosos con sus ganas de formarse. “Yo nunca fui a una escuela para aprender a ser carpintero. Todo lo que sé lo aprendí trabajando. Aquella primera fábrica en la que estuve fue muy importante para mí; estaba ubicada en Lagos, entre Alberti y Luzuriaga, era la fábrica de muebles de Antonio Gómez, allí trabajaban buenos carpinteros que me enseñaron mucho. El resto me lo dio el tiempo que llevo en el oficio”.

Cuando no está trabajando le gusta estar en su casa, mirar televisión. Las que son sagradas son las peñas con amigos. Tiene varias y es el espacio en el que se distiende y disfruta de la amistad. Otro de los grandes pilares de su vida. “Con el transcurso del tiempo uno se va dando cuenta que hay amigos que son familia”, afirma, agradecido.

“Tengo dos o tres peñas, me junto con la de Douglas Haig, con la del barrio de la carpintería, donde son todos de Juventud, pero nos llevamos muy bien”, refiere y asegura que “lo principal es poder establecer buenas relaciones con las personas queridas”.

 

La vida familiar

Humberto se casó con María del Carmen Gasperetti, que trabaja en el Colegio San Pablo, y a quien conoció en el barrio Acevedo. Su padre era el jefe del Ferrocarril. Comenzaron a salir y se casaron. Tuvieron tres hijos varones: Juan Ignacio, en pareja con Romina; Andrés Pablo, en pareja con Natalia; y Martín David que es soltero. Disfrutan de  dos nietos: Gonzalo (4) y Alma (7). Asegura que son la luz de sus ojos y confiesa que la relación que una persona establece con los nietos es distinta a la que se tiene con los hijos. Se lo atribuye a una responsabilidad distinta y a la madurez con la que uno les da la bienvenida a los nietos. “Con los hijos no se comparte tanto porque mientras crecen uno trabaja mucho, y siempre está corriendo de un lado a otro. A los nietos se los disfruta de otra manera. A los hijos uno no los disfruta porque trabaja mucho o no se da cuenta porque es joven. Con los nietos se comparte el tiempo de otra manera. Es un amor precioso”, afirma, emocionado.

 

El fútbol

En otro tramo de la charla, volviendo sobre la infancia y la juventud, cuenta que jugó al fútbol. Primero lo hizo en las divisiones inferiores del Club Douglas Haig, del que se define hincha. “Los ferroviarios eran todos de Douglas Haig o de Tráfico’s Old Boys, yo siempre fui de Douglas Haig”.

Más tarde jugó en otros equipos y también en la Liga de Rojas, donde salió campeón con Hunter. Jugaba en la posición de 8 o de 5 y le gustaba entrenar y jugar. “En Douglas Haig jugué hasta los 25 años, después lo hice en El Socorro y en Rojas, viajaba para jugar. A los 30 años, ya cuando me casé no seguí jugando”.

La mejor cosecha del deporte son para él los amigos y los recuerdos que quedan. “Cuando jugué a Rojas éramos siete u ocho de Pergamino, íbamos y veníamos. Salimos campeones en 1974 en la Liga de esa ciudad”.

Se define hincha de Douglas Haig y asegura no perderse un solo partido. Disfruta del ritual de ir a la cancha, aunque no se considera un “fanático” porque entiende que el fanatismo más que unir, genera peleas inútiles.

A la par del fútbol disfruta de otros entretenimientos: los autos de carrera y las motos. Aunque no es de ir a las carreras, disfruta de verlas por televisión y hace de esa costumbre un espectáculo.

 

El barrio Acevedo

Siempre vivió en el barrio Acevedo, en Sarratea y Guido cuando se casó y en la actualidad en el barrio de la Unión Obrera Metalúrgica. “Siempre estuve en la zona. Me gusta la gente del barrio Acevedo”.

Sabe que vive “en su lugar en el mundo”. Sin asignaturas pendientes. “No soy de los que está pensando en lo que le quedó por hacer. Lo que hice, lo hice y lo que no, ya está. Solo me hubiera gustado viajar un poco más, pero siempre hay tiempo”. Pergamino es un lugar en el que le gusta estar y considera que no debe haber una ciudad como esta. Aquí está su historia. Esa que, como dijo al principio, no tiene la grandilocuencia de los eventos extraordinarios, pero sí la riqueza de quien ha hecho de su oficio, de la familia y los valores el sostén de una vida. Sin que se pueda pedir nada más.


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