Perfiles pergaminenses

Gerónima Juana Rosso, viuda de Minigo, el testimonio de una vida vivida plenamente


 Juanita en el lugar en el que le gusta estar y donde rodeada de familia y clientes pasa sus días (LA OPINION)

'' Juanita, en el lugar en el que le gusta estar y donde rodeada de familia y clientes pasa sus días. (LA OPINION)

Durante muchos años estuvo radicada en el campo junto a su esposo e hijos. Establecidos en Pergamino, pusieron un kiosco que fue la génesis de lo que hoy es una de las librerías tradicionales de la ciudad. Dueña de un espíritu emprendedor, disfruta de sus 85 años rodeada del afecto de los suyos, allí donde encuentra su principal recompensa.

Es “Juanita” para los amigos, aunque su nombre completo es Gerónima Juana Rosso, viuda de Minigo. Tiene 85 años. Nació en Arequito, el 10 de septiembre de 1931 y vivió su infancia en Bigand, provincia de Santa Fe, en una quinta ubicada frente al Club Independiente de esa localidad. Es hija de inmigrantes croatas: Juan Rosso y Francisca Kunicic y la mayor de tres hermanos: Margarita “Tita” y Juan Jorge “Mito”, que viven en Rosario.

De su infancia recuerda las tareas de la quinta, las que siguió realizando de grande, cuando con su esposo, Juan Angel Minigo, con quien se casó a los 20 años, trabajaban la tierra, cultivaban y se dedicaban a criar conejos, cerdos y gallinas. Todo servía para el consumo familiar. A temprana edad aprendió a trabajar la tierra y siempre fue una tarea que le gustó. Tiene las manos de una mujer de trabajo. Se nota en la piel y en la habilidad que conserva, aún a pesar del tiempo transcurrido.

Conoció a su esposo en un baile familiar. “Con una tía habíamos ido al casamiento de una hermana de ella en el pueblito de Pearson, ahí lo conocí, empezamos a bailar, él me fue a visitar y estuvimos dos años de novios hasta que nos casamos y nos fuimos a vivir al campo.

“Mi suegro había arrendado campo de las grandes porciones que Perón le otorgó a colonos inmigrantes. Tomó una porción de cuarenta y cinco hectáreas. Nosotros las trabajábamos, había que puntear la quinta, sembrar los cultivos y ordeñar las vacas. Hacíamos todo. Yo trabajaba a la par de mi esposo”, recuerda.

Tuvieron tres hijos que les dieron nietos y bisnietos: Alicia, casada con Mario Rossi, son padres de Ignacio y Francisco. Noemí, casada con Alberto Selva, ellos tuvieron a Gisela, Mariano, Lucila y Nicolás. Gisela ya es mamá de Indiana. Rubén, casado con Viviana Dinardo, son papás de Nadia, Lucía y Micaela. Nadia es mamá de Paloma.

“Mis hijos nacieron en El Socorro y se criaron en el campo, cerca del paraje ‘La Vanguardia’.  Con mi marido siempre trabajamos codo a codo, en las tareas rurales y en la crianza de nuestros hijos”, señala. Y su mente se inunda de recuerdos que aparecen desordenados en el relato por la fragilidad de su memoria. 

Sin embargo, conserva intactas algunas vivencias como la de levantarse muy temprano, realizar las tareas del campo, ocuparse de la casa y atar el caballo al sulky para que los chicos se fueran solos a la Escuela Nº 30 a la que asistían en el paraje en el que vivían.

“Siempre me gustó la vida del campo. Recuerdo que le llevaba el café o el mate cocido a mi esposo cuando venía con el tractor cerquita del alambre. Le llevaba dulces, quesos, todo lo que hacía yo. En esa época elaboraba queso sin sal, queso con sal, dulce de leche y dulce de higo. Todo casero”. Esos recuerdos le generan un brillo especial en la mirada. 

 

La llegada a Pergamino

En 1967 durante la presidencia de Onganía se sacó una nueva ley de alquileres y se desalojó a las familias que tenían campo arrendado en pequeñas parcelas. Eso generó la desaparición de una importante cantidad de colonos chiquitos que había en ese momento. Muchos optaron por comprar campo. Ellos decidieron tomar otro camino y como su padre era mecánico, se establecieron en Pergamino, donde él instaló un taller de tractores con su sobrino ‘Toti’ Farina. Aquí pudieron comprar la propiedad en la que históricamente había funcionado una panadería muy famosa de la ciudad “La Minina”. A fuerza de trabajo sostenido fueron forjando su identidad como pergaminenses. Mientras su esposo trabajaba en el taller, ella se dedicaba a las tareas hogareñas. Ser ama de casa y criar a sus hijos fueron cosas que hizo con mucha dedicación y compromiso. “Siempre traté de ayudar a los chicos en todo lo que estaba a mi alcance y en lo que yo podía hacer como madre”, refiere.  

Cuando su esposo decidió cerrar el taller, compraron el fondo de comercio de un kiosco que se vendía a media cuadra de su casa. Era un comercio muy conocido en el barrio, que se llamaba “La tradición”. En ese lugar “Juanita” y su marido comenzaron a escribir otro capítulo de su historia de familia. Abrieron en 1978. Lo atendían ambos y en sus ratos libres, dueña de un espíritu siempre emprendedor, se dedicaba a confeccionar prendas para chicos que vendía en el kiosco a sus vecinos. “Guardo muy lindos recuerdos de aquella época. Nuestros vecinos nos apoyaron mucho y siempre les estaré muy agradecida porque fueron muy buenos, al igual que nuestros primeros proveedores. Mi esposo y yo siempre trabajamos juntos, nuestros hijos crecieron y con el transcurso del tiempo ellos también comenzaron a trabajar con nosotros en este emprendimiento familiar que fue creciendo”, señala. 

 

Tiempo de crecimiento

En 1988 agrandaron el local, Alicia, Noemí y Rubén vinieron a trabajar con ellos. Con el tiempo, ya instalados en la esquina de España y Sarmiento, comenzaron a vender todo lo que el barrio les pedía. “No solo vendíamos golosinas, también bebidas, artículos de mercería, juguetería y librería. Era un kiosco bien de barrio que se fue transformando hasta convertirse en lo que es hoy: la Librería Minigo”, cuenta, orgullosa de ver a los suyos realizados y poniendo su energía en el sostenimiento de lo que alguna vez fue un sueño. 

De tantos años de trabajo sostenido tiene muchas anécdotas. Entre ellas la de la innumerable cantidad de chicos que venían a comprar sus golosinas para la escuela en la búsqueda de “la brujita”, un premio que ponían en las golosinas y que ellos tenían que encontrar. “Colocábamos la brujita en un Bon o Bon y el que lo encontraba de premio se ganaba otro”, recuerda y asegura que se divertían mucho viendo cómo a los chicos les gustaba eso.

“Con el tiempo el destino quiso que la librería fuera nuestro principal rubro y con mi esposo seguíamos ayudando y dedicándonos más a la parte de kiosco”, aclara.

 

Una nueva etapa

En 2007, el fallecimiento de su esposo significó una gran pérdida. Comenzó para ella una nueva etapa de la vida. Se abocó a seguir acompañando a sus hijos. En la actualidad “Juanita” vive en el mismo lugar desde hace casi 50 años. Sus horas transcurren entre su casa y el negocio familiar. “Voy todos los días al negocio, cebo mate, les ayudo a preparar moños para los regalos y ayudo en la encuadernación en la librería”, relata. Eso nutre su vida y la mantiene activa. “Lo único que me falla un poco es la memoria. Pero me siento bien, me gusta levantarme temprano, hago de todo, mis hijas me ayudan mucho y salgo a hacer los mandados para mis vecinas que no pueden hacerlos”.

Su espíritu solidario es una característica que la distingue. “Siempre trato de ayudar al que puedo porque es una manera de retribuir todo lo que la vida me ha dado”, expresa con una muestra de agradecimiento a sus vecinos, a los clientes y proveedores del negocio y a cada uno de los empleados que en tantos años de trabajo la han acompañado a ella y a sus hijos en la tarea de llevar adelante un emprendimiento que es parte misma de la ciudad y que está sustentado en lo que alguna vez con su esposo soñaron y con esfuerzo transformaron en realidad.

“A esta edad no puedo sino agradecer y disfrutar de mis recuerdos, de mis nietos, algunos ya profesionales y otros terminando sus carreras; y de mis bisnietas que son mis soles”, concluye.


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