Perfiles pergaminenses

Edgardo Belardo, una vida como bolichero en el bar “Don Julio”


 Edgardo Belardo est a cargo del bar desde 1985 año en que falleció su padre (LA OPINION)

'' Edgardo Belardo está a cargo del bar desde 1985, año en que falleció su padre. (LA OPINION)

Herencia de su padre, nuestro perfil regentea desde hace más de 30 años una antigua taberna ubicada en la esquina de Perú y Castelli, en pleno barrio San Vicente, que resiste el avance de la modernidad, caja de resonancia de discusiones de partidas de baraja, de conversaciones apasionadas y acaloradas, y de filosofías sobre todos los temas. 

DE LA REDACCION. Como una pintura del Pergamino de principios del Siglo XX, la esquina de Perú y Castelli mantiene una fisonomía de un jalón donde la barriada se reunía en el viejo bar “Don Julio” a platicar y compartir un vermut.

Aquel bodegón atendido por Don Julio Belardo fue herencia directa de nuestro perfil de hoy, Edgardo Belardo (61), nacido y criado en el barrio San Vicente, en la esquina de General Paz y Méjico, apenas a dos cuadras del bar que hoy administra, donde actualmente vive con su madre.

“Nací y me crié en el barrio San Vicente que también llaman Vicente López -aclara-, y fui a la Escuela Nº 17”.

Edgardo es hijo de Julio Belardo (fallecido en 1985) “bolichero” primero en la Comisión de Fomento Vicente López y luego con su propio emprendimiento y de Nélida Sifre, ama de casa, y tiene una hermana: Nélida del Luján.

En un rápido paneo por los días de su niñez, Belardo recuerda a Román Castelli, su amigo. “Con Román nos criamos juntos, jugábamos al fútbol en los potreros”, dijo al tiempo que mencionó la Comisión de Fomento Vicente López como un lugar que frecuentaba por aquellos tiempos.

Aunque el fútbol era el juego que reinaba, Belardo y sus amigos se entretenían también con otras diversiones afines a todos los chicos de barrio de la época.

“Hacíamos los autitos con plomada y ruedas de goma con los que dábamos la vuelta a la manzana. Había un hombre acá a la vuelta, que se llamaba Diego Calderón que tenía un almacén, él siempre nos daba algo cuando pasábamos. También jugábamos con el karting hecho de madera y rulemanes en la pista de la Comisión de Fomento. Era otro tipo de infancia”, apuntó.

Al igual que el genial escritor y humorista Roberto Fontanarrosa, Belardo asocia al fútbol con la amistad. Siempre se reunía con un grupo de amigos para jugar, ir a la cancha y actualmente ver partidos por televisión. 

“Jugué al fútbol en las inferiores del Club Provincial, después pasé al Club Argentino donde jugué de marcador de punta hasta la cuarta división; luego dejé -mencionó-. Mi padre era muy buen jugador de fútbol, muy reconocido en Pergamino y muy de Provincial”.

La adolescencia encontró a Belardo frecuentando el Club Argentino donde se hacían los tradicionales bailes, y en algunas oportunidades en La Vieja Barraca y en Fedra, “era más concurrente a los bailes de Argentino y hacíamos la previa con los ‘vagos’ en el Americano”, indicó.

El amor y el desamor no tardó en llegar y Belardo tuvo su primer romance con “una chica de barrio”. “Me casé con Cristina Agüero pero no tuvimos hijos. La relación no prosperó y me separé. El matrimonio duró apenas dos años. Después me junté con otra mujer y hace dos años también me separé”, refiere.

 

La herencia del bar

Al igual que una veintena de históricos bares “Don Julio” resiste al transcurso del tiempo y entra en la consideración de los más frecuentados de Pergamino. Desde su vieja fachada hasta su interior, con un vetusto mostrador y moblaje, un hogar a leña donde resplandece colgado un escudo del Club Atlético Independiente, antiguas fotografías y dibujos entre los que se destacan el equipo de la Selección argentina de fútbol del 86 y una imagen del automóvil Ford del piloto de TC Omar “Gurí” Martínez, el reducto nos traslada a un ciudad antigua.

“El bar tiene 47 años. Cuando mi padre murió, en 1985, yo me hice cargo; tenía apenas 30 años”, recordó.

Una característica del viejo Pergamino eran los almacenes de ramos generales que contaban con el anexo del bar, donde aparecían pendencieros y se generaban riñas que algunas veces terminaban mal. 

Según Belardo, “la mayoría de las personas que hoy visitan el bar son del barrio, son los de siempre. Por eso acá nunca hay problemas, son buena gente, más allá de algunas discusiones -aseguró-. Los parroquianos que frecuentaban el bar en la época de mi padre, la mayoría han fallecido, aunque en gran parte se han renovado”, expresó.

En este punto, Belardo recordó que “frente a la casa de los Illia estaba mi tío Belardo con Ramos, ellos tenían almacén y bar”.

Convertido en un símbolo del barrio, entre tardes de truco y noches de vermut, “Don Julio” es refugio de decenas de parroquianos que se acercan diariamente en busca de una distracción y un trago. “El despacho es principalmente de bebidas, vino, cerveza y aperitivos como Gancia con limón, y alguna picadita. También solemos juntarnos a comer entre amigos”, mencionó.

Los partidos de fútbol televisados son la principal atracción de reunión en el bar. “Antes, cuando los partidos eran codificados se juntaba mucha gente, pero después llegó el ‘Fútbol para Todos’, aunque ahora anunciaron que vuelve el codificado”. Sin embargo, Belardo no se mostró dispuesto a repetir la experiencia. “Con el codificado se juntaban acá más de 50 personas y en los superclásicos era difícil de manejar tanta gente”, indicó. 

Entre los trofeos que encierra la historia del bar entre sus gruesas paredes, se encuentran las visitas del cantautor entrerriano, Víctor Velázquez y el cantante de cumbia “Pocho, La Pantera”. “A ‘Pocho’ lo trajo el ‘Flaco’ Lantella, que vivía acá cerca, cuando hacía los bailes del Club Juventud. Estoy hablando de hace más de 15 años -recordó-. Velázquez vino dos veces, lo trajo Mario Sena, que es también entrerriano”.

 

Colofón

Edgardo Belardo convive con su madre, su hermana, su cuñado y sus tres sobrinas Noemí, Evangelina y Celeste Fransoy. La familia se completa con sus sobrinos nietos: Noemí, Bautista y Thiago, hijos de Noemí y la hija de Evangelina: Agustina.

Las paredes del bar donde Belardo sigue atendiendo a sus clientes, son testigos de imágenes y hechos registrados a durante estos años.

Mucha fue (es) la gente que utilizaba ese espacio para descansar, para despejarse al menos por un rato de los inconvenientes circunstanciales. Mesas y mostradores ocupados por seres entretenidos que filosofaban sobre todos los temas.

Este bar, escenario de tanto personaje suelto, caja de resonancia de tanta discusión de partido de baraja, de conversaciones apasionadas y acaloradas, bolsa de trabajo para tanto changarín suelto, punto de reunión para peones de albañil y laburante de paso, cobijo momentáneo de tantos “croto” sueltos, recinto sagrado de desesperados en búsqueda de la palabra salvadora, se sostiene al avance de la modernidad.

Con una vida rutinaria, Belardo reniega de sus más de 30 años al frente del bar, aunque no se imagina la vida sin él. “Termino muy tarde y cansado. Este verano probablemente me voy a tomar unos días. Quizás me vaya a visitar a un primo hermano que tengo en Córdoba”, concluyó.


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