Perfiles pergaminenses

Amelia Benítez: una rica trayectoria en la enfermería, profesión que abrazó con pasión


 Amelia Benítez jubilada del Hospital recibió a LA OPINION en su hogar (LA OPINION)

'' Amelia Benítez, jubilada del Hospital, recibió a LA OPINION en su hogar. (LA OPINION)

Estudió en la Escuela “Luciano Becerra” y luego completó su formación para alcanzar el nivel universitario. Hace apenas unos meses se jubiló como jefa del servicio de Enfermería del Hospital San José. Hoy está dedicada a la docencia. En un recorrido por su vida habló de la vocación y de su historia como “pergaminense” por adopción.


Amelia Benítez nació en Corrientes y allí vivió hasta los 8 años, cuando debido a la separación de sus padres llegó a Vera, provincia de Santa Fe donde creció. Más tarde el destino la acercó a Pergamino porque se instaló con su hermana en Rojas, ya siendo una joven y buscando por aquí un destino que le permitiera cumplir lo que soñaba: tener un trabajo y ganar el dinero suficiente para vivir sin carencias. 

Fue así que llegó a Pergamino, atraída por la posibilidad de estudiar enfermería en la vieja escuela “Luciano Becerra” que funcionaba donde hoy está el Servicio de Rehabilitación del Hospital. No conocía la ciudad, ni sabía bien lo que le depararía esa experiencia. Asegura que por entonces eran “muy pobres”. Su relato es parecido al de tantos convecinos que han hecho de Pergamino su lugar en el mundo y lo han adoptado como propio para crecer, desarrollarse y proyectar la vida. Amelia no olvida sus orígenes ni las penurias que atravesó hasta que por fin pudo establecerse en un lugar que la acogió. 

En Vera tenían su casa y una vida que habían forjado a fuerza de no pocos sacrificios. Amelia es hija de Leonor, una mujer que hoy tiene 77 años y vive en Pergamino, en una casa contigua. Su padre, Ramón Benítez, falleció hace tiempo. Tiene tres hermanos: Rosa, Alberto y Eduardo y once sobrinos: Rodrigo, Valeria, Carlitos, Carolina, Horacio, María Paz, Morena, Amelia, Joaquín, Victoria y Florencia.

 

El principio de la historia

“Mis padres se separaron cuando yo era chica, mi madre era de Santa Fe así que nos fuimos con ella a Vera. Allí estudié y terminé el secundario. Mi hermana quería ser policía, se vino a Rojas, que para nosotros era Buenos Aires, con un tío que era pastor evangélico. Yo volví a Corrientes con mi papá, pero la vida era insostenible allá porque era alcohólico. Regresé a Vera, era joven y no sabía bien qué hacer de mi vida. Solo recuerdo que quería estudiar y forjarme un destino. En aquel tiempo había ido un año a la escuela de labores y sabía tejer a mano y a máquina. Me dedicaba a eso. Un día la vine a visitar a mi hermana a Rojas, ella me vio, me dejó a cargo del negocio en el que trabajaba y se fue a buscar a mi mamá y los chicos. Nos mudamos a Rojas. Vivíamos en una pieza que nos prestó mi tío. Teníamos un elástico de dos plazas, un colchón y un banco de iglesia. Esas eran todas nuestras pertenencias. Mi madre era empleada doméstica. Yo buscaba trabajo hasta que mi hermana me trajo a Pergamino a la Escuela de Enfermería porque allí además de estudiar te pagaban y te daban residencia”, relata en el inicio de la conversación que se desarrolla en la cocina de la casa que ella misma ideó y levantó ladrillo por ladrillo desde que compró el terreno, allá por la década del 80.

La charla la retrotrae al tiempo en el que dio sus primeros pasos en la enfermería, una actividad que reconoce que al principio no le gustaba demasiado porque ella en realidad siempre había anhelado ser maestra. “Había rendido en Vera para ingresar a la escuela donde podía hacer el magisterio, pero no ingresé”, refiere. 

La vida la trajo a Pergamino. “Fue mi hermana la que me internó en la Escuela Luciano Becerra. No me gustaba mucho la enfermería, pero a medida que empecé a estudiar y a trabajar, me atrapó”.

Confiesa que no tenía de antemano desarrollada la vocación. “Yo solo sabía que me gustaba estudiar pero en la enfermería no buscaba materializar una vocación sino más bien conseguir una salida laboral. Recuerdo que vivía en la escuela con una chica que se llamaba Viviana y era de Campana”, cuenta con la espontaneidad que caracteriza sus apreciaciones.  Se define como una persona frontal. “En la Escuela fui aprendiendo cosas de la enfermería, pero también relacionándome con grandes docentes como María Caprioti y Marité Guerrini, verdaderos bastiones”.

“Fue allí en la ‘Luciano Becerra’ que descubrí que uno no debe decir que no ante lo que no conoce porque yo empecé a estudiar enfermería y nunca más pude dedicarme a otra cosa. 

“En aquel entonces la carrera era articulada, primero eras auxiliar, luego asistente y después enfermera profesional, tres años y medio duraba la carrera. Yo hice solo el tramo de auxiliar y empecé a trabajar en el geriátrico San Lucas, que fue el primero que funcionó en Pergamino y empecé a estudiar Psicopedagogía en el Instituto de Formación Docente Nº 5. Después empecé nuevamente la carrera de enfermería y también hice la de técnico en Hemoterapia en San Nicolás”.

 

Su llegada al Hospital

La enfermería es una actividad que la fue atrapando. Comenzó a trabajar en el Hospital San José en diciembre de 1984. “Yo había ido a un curso de Neonatología en la Asociación Médica. Allí estaba la supervisora Nelly Landucci, era octubre, me preguntó si quería trabajar en el Hospital y le dije que sí. En diciembre me llegó el nombramiento. Yo tenía dos trabajos por entonces: uno en el geriátrico y otro en el  consultorio de vacunas del doctor Esquivel”. 

Ingresar al Hospital fue un gran desafío profesional. Cuando hacía las prácticas no se animaba a entrar a ese lugar que hoy es como su propia casa. “Siempre me acuerdo de Delia Pellegrini que me llevaba a Pediatría y me enseñaba pero me daba miedo. Cuando empecé a trabajar no sabía qué hacer”.

Su hermana ya trabajaba en el nosocomio, cuando aún funcionaba en el edificio viejo. “Cuando ingresé me pusieron a trabajar en la sala de hombres. La supervisora de ese espacio era Blanca Abaca, una mujer de mucho carácter”, cuenta. 

Al poco tiempo el Hospital se mudó al edificio que ocupa actualmente. Recuerda como si fuera ayer aquel día. Y también los anteriores, en el tiempo que se colocó la placa fundamental para la construcción del edificio. O las tardes que se pasaba mirando cómo avanzaban las obras mientras estudiaba en la vieja escuela de enfermería. “Ya instalados en el nuevo Hospital, comencé a trabajar en Neonatología”, señala. Allí estuvo muchos años y cosechó no solo experiencia en la tarea sino entrañables relaciones, muchas de las cuales aún perduran.  “Era una especialidad nueva la que se abría. Comencé a trabajar con médicos como Hugo Manatini y Jorge Contincello”.

“Después me pasaron a Clínica Médica y en 1991 empecé a estudiar de nuevo en la Escuela. Hice toda la carrera de nuevo. Me recibí de enfermera y realicé la Licenciatura en Enfermería a distancia en la Universidad Nacional de Rosario, me recibí en 1997 y también soy técnica de rayos”. 

Con el tiempo -treinta y dos años trabajó en el Hospital- la enfermería fue transformándose en una pasión. En el nosocomio trabajó en distintas áreas, fue supervisora, volvió varias veces a Neonatología y trabajó en Virosis. De cada lugar conserva inolvidables anécdotas.

 

Una nueva etapa y los recuerdos

El 31 de marzo se jubiló como jefa del Servicio de Enfermería, un cargo que ganó por concurso. Un problema de salud, la diabetes, precipitó su decisión de retirarse.  Hoy va al Hospital solo de visita y reconoce que le cuesta “despegar de las rutinas cotidianas, todavía me despierto a las cinco de la mañana como cuando trabajaba”.

Hay muchas situaciones cotidianas que recuerda de su paso por el nosocomio. Se reconoce como una mujer de carácter que durante su carrera siempre encontró el modo de “defender mis derechos”. Eso le valió algunas diferencias y también lealtades. “Primero la supervisión y después la jefatura del servicio de Enfermería me supuso muchas responsabilidades y también de algún modo me alejó de algunas personas, pero no por diferencias personales, sino porque el cargo te separa un poco”.

Aún así se siente una persona que fue valorada en su tarea y en su condición de par por sus compañeros del Hospital a los que considera “familia”.

Asegura que la profesión le dio muchas satisfacciones. “Teresita Godoy tuvo a su hijo en Neonatología, se sintió tan bien atendida que decidió estudiar enfermería, fue compañera mía y concursamos juntas. Uno de mis ahijados es un bebé que atendimos en la sala de Neonatología y en agradecimiento su madre me dio el madrinazgo”, señala con emoción. 

También recuerda su paso por la sala de Virosis, su aprendizaje con los más chiquitos, y con los mayores, la epidemia de gripe A. “Hay infinidad de vivencias que uno se lleva de la experiencia hospitalaria”.

 

Los sueños cumplidos

Hoy, lejos de la actividad laboral, confiesa que “comer, tejer y estudiar” son actividades que la hacen feliz.

En lo personal Amelia nunca se casó ni tuvo hijos. No lo lamenta. Está enamorada y lo dice, aunque se muestra cauta de preservar detalles de esa historia de amor. “No sé si alguna vez soñé con casarme. Yo quería estudiar y trabajar. Yo quería ser grande, tener un trabajo y tener una casa. Tuve lo que yo quería. También quería ser maestra, y aunque no pude ingresar a la carrera porque rendí mal en la escuela de las monjas en Vera, con las vueltas de la vida pude ejercer la docencia gracias a mi profesión y desde que se comenzó a dictar la carrera de Enfermería soy docente de la Unnoba, así que esto también lo conseguí”.

Afirma que le gusta la tarea de formar a chicos que se van a dedicar a la enfermería. En las asignaturas que dicta les inculca el conocimiento, pero también la pasión. “Me encanta la docencia, es una actividad que me nutre de un montón de cosas”.

 Cuando no está dando clases disfruta del tiempo con su familia y sus amigos. Menciona a algunas, entre ellas a Rosana Juárez, Macarena Gómez, Cristina Ardovini y Mirta Cardozo. 

Sentada en la cocina, con el equipo de mate sobre la mesa, recorre con la mirada el lugar en el que vive. Es la casa que compró con su esfuerzo y que levantó ladrillo por ladrillo desde 1986 en que pudo adquirir el terreno. “Es una zona inundable, a mí mucha gente me dice que debería vender y mudarme. Pero este lugar significa mucho para mí porque cada cosa que compré para armarlo es consecuencia de una vida de trabajo”.

Es joven aún, pero cuando el interrogante la lleva a preguntarse por la vejez bromea diciendo que piensa llegar como Mirtha Legrand. Se pone seria cuando reflexiona sobre el transcurso del tiempo y reconoce que haber trabajado en un geriátrico a temprana edad la confrontó con el abandono que sufren algunos adultos mayores. “Creo que haber visto cómo algunos eran depositados ahí por hijos que ni siquiera venían a visitarlos, me marcó y de algún modo me decidió a no tener hijos”, confiesa.

Hoy está abocada a “seguir aprendiendo” y a hallar el modo de utilizar el tiempo que dejó libre la rutina del Hospital de una manera placentera. Eligió volver a estudiar y fantasea con conocer Europa. Por fuera de eso no tiene demasiadas asignaturas pendientes. Salvo rendir la tesis de la maestría en Salud Mental que cursó en la Universidad Nacional de Entre Ríos. Disfruta de las pequeñas cosas y ha  aprendido a cosechar el fruto de la siembra. Su próximo objetivo será cursar la maestría en Salud Pública que se abrirá dentro de poco. Y en el horizonte, ya jubilada de la tarea asistencial de la vocación que eligió hace tantos años, o que la eligió a ella, está el futuro, dispuesta a recibirla para cumplir todo aquello que se proponga.


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