Perfiles pergaminenses

Alfredo Carlos Seriani: el hombre que llegó a ser jefe de la estación del ferrocarril


 Alfredo Seriani a sus 91 años recordó su vida de “ferroviario” (LA OPINION)

'' Alfredo Seriani, a sus 91 años recordó su vida de “ferroviario”. (LA OPINION)

 

Inició su carrera como ferroviario cuando era muy joven y terminó ocupando el cargo más alto en un momento complejo para la actividad ferroviaria: cuando cerró la estación a causa de la privatización. Recuerda innumerables vivencias de un tiempo glorioso. A sus 91 años las anécdotas están intactas.


Alfredo Carlos Seriani es un ferroviario. Así se define y así se siente. Esa fue su actividad durante gran parte de su vida y  es la realidad que añora a sus 91 años, cuando la vejez lo lleva a transitar el camino de los recuerdos con nostalgia. Fue empleado del exFerrocarril Bartolomé Mitre, donde comenzó siendo guarda barrera y terminó como jefe de estación. Los mejores años de su vida transcurrieron entre rieles y trámites administrativos. Entre viajeros y compañeros entrañables. Su familia se forjó en ese ámbito, viviendo en casas del ferrocarril, conociendo cada secreto de una actividad en torno a la cual se desarrollaron los pueblos.

Hoy es un hombre mayor. Conserva la altura de la juventud, la claridad de sus ojos azules y los recuerdos de un tiempo pasado en el que fue un hombre recto, dueño de un carácter que sabía hacerse imponer. Guarda vivencias entrañables y  las cuenta con el tono pausado de los años cuando acepta la entrevista en la que traza su “Perfil Pergaminense”. Algunos recuerdos están recortados y se tornan borrosos por el transcurso del tiempo. 

La entrevista se desarrolla en la casa de su hijo, la espera con sorpresa. Desconoce el rostro de quienes indagan en su vida para narrar la historia, pero se muestra generoso en el relato. Hablar de su vida es contar en parte la esencia de la actividad ferroviaria a la que llegó por recomendación de su suegro que era un hombre muy bien posicionado dentro del Ferrocarril.

Lo primero que cuenta es que tiene 91 años y vive en un hogar de ancianos donde asegura que lo cuidan. Menciona a la señora “Marta” que es la encargada del lugar en el que habita desde hace meses cuando por imposibilidad de su familia y por propia decisión, tomó la determinación de estar en un lugar en el que pudieran brindarle los cuidados que resultaran acordes a su edad. También menciona que fue empleado ferroviario y desde que lo dice, esa referencia se gana la mayor parte del relato. Lleva en la sangre la impronta ferroviaria y la transmite. 

“Trabajé en el Ferrocarril Mitre durante 48 años; ingresé el 6 de enero de 1945 como guarda barrera. Era la época de los ingleses, en la que los turnos de trabajo eran de doce horas. Después asumió Perón e implantó las jornadas laborales de ocho horas”, cuenta y recuerda que a partir de que lo pusieron efectivo, comenzó un tiempo de crecimiento en el que fue ascendiendo “peldaño a peldaño” hasta llegar a ser jefe de estación.

En 1951 fue trasladado a Sevil Pozo, Tucumán. En ese tiempo asciende de guarda barrera a auxiliar de primera. “Estaba en una estación a diez kilómetros de la capital, en un pueblo muy chico en el que siempre me trataron como a uno más y me hicieron sentir muy bien, tratándome de igual a igual”, señala en la charla que lo retrotrae al tiempo de las máquinas a vapor.

“Estando en Tucumán tenía ganas de volver. Tenía expectativas de poder rendir por una vacante en Ramallo, pero finalmente en 1954 me asignaron como destino Capilla del Señor. Estuve allí hasta 1957 en que pedí venir a Pergamino, debido al fallecimiento de mi suegro y porque mi esposa y mi suegra quedaban solas”, relata. Le dieron el traslado bajo la condición de perder una categoría por “acercamiento de familia”. Aceptó y comenzó a desempeñarse como auxiliar dependiente.

Fue pasando por varias dependencias de trabajo. Estuvo en encomiendas, boletería y movimiento. “Fui escalando posiciones y rindiendo exámenes para ocupar cada puesto”, comenta y recuerda una oportunidad en la que hizo una prueba de “vía doble” en la que logró responder 39 de las 40 preguntas que le tocó responder. “Le dije al inspector que no sabía la respuesta que me faltaba, igual me sobraba para aprobar, y cuando me estaba yendo fue él el que me explicó lo que me faltaba para responder.

“Siempre me encontré con gente muy gaucha dispuesta a ayudarme”, afirma, agradecido.

Fruto del esfuerzo logró recuperar su puesto de auxiliar, hasta que el 1º de enero de 1989 fue designado jefe de estación y encargado de zona, cargo que desempeñó hasta el 31 de diciembre de 1993. “Estaba encantado con mi trabajo”, afirma. La fecha de su jubilación coincidió con la del cierre de la estación de Pergamino. “A mí me tocó cerrar la puerta”, cuenta con nostalgia recordando un acontecimiento que marcó un hito en la historia de los ferrocarriles producto del proceso de privatización que sufrieron las empresas ferroviarias. “Como jefe de estación me tocó despedir hasta el último empleado cuando cerró el ferrocarril”, refiere. 

“Recuerdo que ese día dije: ‘Hasta acá llegué’, miré la estación y cerré la puerta”, agrega. Su relato está colmado de nostalgia. En la charla sobrevienen los avatares de la jubilación en la que durante muchos años no le reconocieron su labor como jefe de zona. “Recién después de mucho tiempo gané el juicio y recién ahora estoy cobrando lo que me corresponde”, refiere.

Siempre se sintió muy querido entre sus compañeros y lo señala cuando cuenta que en un almuerzo de ferroviarios le entregaron una plaqueta de reconocimiento a su esfuerzo y compañerismo.

 

La vida personal

De su vida privada cuenta que nació en Pergamino, el 23 de abril de 1926, en el barrio Acevedo donde vivió casi siempre.  Recuerda una casa en calle Tucumán y luego la vivienda que habitó en Paso y Guido. Fueron cinco hermanos. Y concurrió a la Escuela Nº 10. Cuando se refiere a su infancia, habla de su abuelo que fue constructor y refiere que antes de ingresar al Ferrocarril trabajó con su padre como peón de albañil. Así se fue haciendo en el mundo del trabajo. En varios momentos de la charla recuerda sus viajes a Capitán Sarmiento donde vivían sus abuelos. Se emociona cuando evoca aquellas épocas y  con nostalgia señala que muchos de sus seres queridos ya no están. Pasado y presente se entrelazan todo el tiempo en lo que quiere narrar. Hilvanar las frases cuesta trabajo y la mirada queda fija en varios momentos como tratando de sacar  de la retina, eso que quedó, para rescatarlo del transcurso del tiempo.

De joven fue al Servicio Militar donde estuvo 13 meses.  Ya trabajando en el Ferrocarril se casó con Mabel Isolda Arango, la que fue su compañera de vida y con la que tuvo a sus cuatro hijos: dos biológicos y dos adoptivos. Así formaron su familia sorteando la adversidad de perder a tres de ellos. “Analía y Dorita fallecieron siendo muy pequeñas, de muerte súbita; y Alfredo, de diarrea estival, en una época en la que muchos niños morían por esa causa”, refiere. Se quedó con Carlos, su hijo del corazón al que adoptó en Wheelwright y el que hace poco tiempo logró vincularse con su familia biológica con la anuencia de Alfredo. Hoy su vejez es apacible. Su familia lo va a buscar para que comparta tiempo con sus nietos y bisnietos del corazón, hijos de la esposa de su hijo Carlos. Tiene tres nietos y seis bisnietos. Su esposa falleció hace unos años. Se habían conocido siendo muy jóvenes cuando él pasaba en bicicleta por la casa de ella “Un día pasé, la vi en la puerta y nos pusimos a conversar. Allí nació todo y desde entonces seguimos la ruta juntos”.

Lamenta haberla perdido y menciona que siempre se entendieron muy bien y se acompañaron en cada decisión. “Para ella todo lo que yo hacía siempre estaba bien visto”, agrega y sostiene que siempre puso lo mejor de sí para ser “un buen esposo y un buen padre”.

 

Un ferroviario de ley

 

A sus 91 años en el balance de su vida cuentan tanto los momentos felices como los dolores. Su carrera y su vida estuvieron llenas de sacrificios, de aciertos y desaciertos, alegrías y tristezas pero la balanza está equilibrada. Cuando la pregunta lo lleva a reflexionar sobre lo que más disfrutó de la vida, vuelve sobre su condición de ferroviario: “A mí me gusta ser ferroviario”, enfatiza sobre el final y sonríe. Volviéndose a sentir por un momento parte del tiempo glorioso de un ferrocarril que ya no volverá.


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