Perfiles pergaminenses

Alberto “Tito” Nader: una historia de vida con raíz en la inmigración e identidad pergaminense


 “Tito” Nader en la esquina que lo vio nacer haciendo un recorrido por la vida (LA OPINION)

'' “Tito” Nader, en la esquina que lo vio nacer, haciendo un recorrido por la vida. (LA OPINION)

Es hijo de un matrimonio llegado de Siria en la década del 30, una tierra que tuvo la dicha de conocer tiempo después. Se dedicó a llevar la contabilidad de muchas empresas y hoy vive un presente tranquilo, en la misma casa que lo vio nacer, lleno de recuerdos que hablan del Pergamino que recibió a tantos que arribaron para forjarse un destino.

Alberto “Tito” Nader  tiene 82 años.  Nació en Pergamino el 16 de julio de 1934 y vive a pocos metros del lugar en el que transcurrió su infancia y en el que pasó gran parte de la vida. Es hijo de sirios libaneses que llegaron a Pergamino en busca de un destino y lo encontraron forjado en el trabajo. Su padre fue Elías Nader y su madre Catalina. Sus hermanos, Fadua, Federico, Emilia y Coca nacieron en la tierra de sus padres. El fue el único que nació en Pergamino. La historia de su infancia es similar a la que aparece en el relato de los hijos de inmigrantes que arribaron a una tierra desconocida y conformaron allí sus familias que a su vez configuraron la propia identidad pergaminense. Cuenta que su padre vino solo de Siria y tiempo después mandó a buscar a su madre. También refiere que una de sus hermanas, la mayor, quedó viviendo allí.

“Ellos se vinieron en la década del 30 y se establecieron en Pergamino. Yo nací acá al lado, en la propiedad de Bartolomé Mitre y Monteagudo”, refiere. En ese lugar que señala, tan rico a su historia, sus padres instalaron el almacén y verdulería que se constituyó en la actividad comercial gracias a la cual prosperaron y pudieron echar raíces. “Yo me crié en ese ambiente del negocio y siempre me gustaron los números”.

Fue a la Escuela Nº 1, guiado por el consejo de las señoritas Crespo que eran docentes y visitaban su casa. Cuando finalizó la escolaridad primaria, siguió sus estudios en la Escuela Nacional de Comercio, donde se recibió de perito mercantil. En ese tiempo consolidó su vocación y se fue a Rosario a estudiar la carrera de contador público nacional. No llegó a recibirse. Sin embargo, lo que aprendió en su formación le valió para que lo convocaran para llevar la contabilidad de importantes comercios del Pergamino de entonces. “Tenía tanto trabajo que no me recibí de contador, llevaba la contabilidad de varias empresas, entre ellas Rogelio Moroni, Tercero Barcia y Premaci y Cova, entre otros.

“Nunca me recibí, pero trabajé más que muchos contadores a lo largo de mi vida. Tenía un compañero, Fernando Otero, certificaba los balances, siempre trabajé mucho y muchas empresas me confiaban la contabilidad, llegué a tener como veinte contabilidades y me dedicaba fundamentalmente al manejo de impuestos”, señala.

En el recorrido por su historia laboral aparece la mención a Pergamino Seguros. “Fui socio fundador, cuando estaba el Centro de Constructores en la esquina de Merced y Florida, a mí me llevó Eledo Bártoli, un constructor muy conocido y me puso a trabajar con ellos. Después se construyó el edificio de diez pisos. Hicimos cuatro edificios de eso, uno en Pergamino, dos en Salto y el otro en Rosario”, relata.

“El origen de mi participación fue llevar la contabilidad del Centro de Constructores. Allí conocí a muchas personas, indirectamente fui socio fundador, aunque a decir verdad no figuro en los papeles con ese rol”, aclara y menciona que trabajó con Bártoli, Bosco, Colabella y muchos otros vinculados al rubro de la construcción.

“Después que hicimos el edificio, al poco tiempo, cerró Pergamino Seguros y esa fue mi última experiencia laboral, me retiré y un tiempo después retiré la certificación de trabajo y comencé los trámites de la jubilación”, agrega.

 

La vida familiar

A la par del trabajo fue organizando su vida familiar. Trabajando con el doctor O’Brien conoce a Noemí Victoria Mac Allister, su esposa, ya fallecida.  “Yo estaba haciendo una suplencia con el doctor O’Brien, un empleado que tenía se había ido al servicio militar. La familia de mi esposa estaba tramitando una sucesión en ese estudio. Un día una señora grande, que fue mi suegra, apareció a realizar una gestión, me vio y después apareció con la hija. Así fue que la conocí. Me la presentaron, había que hacerle firmar los papeles de la sucesión, empecé a llevarle los papeles a la casa, comenzamos a vernos y al tiempo nos pusimos de novios”.

Tuvieron dos hijos: Noemí Victoria y Carlos Alberto Nader. Su hija está casada con Eduardo Tillitú y su hijo con María Rosa Colombo. Tiene cinco nietos: Eduardo, Guillermo y Matías, Ailén y Victorio.

 

Fuera de Pergamino

Refiere que ha sido un “gran trabajador”, eso le quitó tiempo libre. Pero no lo lamenta porque copió el modelo de sus padres que trabajaron de sol a sol para forjarse un buen pasar. Relata experiencias de la vida laboral y personal sentado a la mesa de la cocina de una casa que según refiere, lo vio nacer. “Siempre vivimos en la esquina y cuando me casé  me vine para acá, después con los años y luego del cierre de Pergamino Seguros viví durante siete u ocho años en Buenos Aires. Regresé tiempo después, a la misma casa”.

En el presente vive solo, pero se siente todo el tiempo acompañado por los suyos. Es dueño de rutinas sencillas, le gusta salir a pasear y visitar amigos. Algunos han partido y lamenta esas pérdidas. Sin embargo, las acepta como la consecuencia irremediable del transcurso inexorable del tiempo. Tiene buen carácter y se vale del humor para contar historias y recrear anécdotas.

 

El viaje a sus raíces

En un momento de la charla cuenta con emoción las vivencias del viaje que realizó a Siria, la tierra de sus padres. “Cuando viajé estuve treinta días en Siria, ahí conocí a mis familiares, me hicieron un recibimiento inolvidable. Me emociona recordarlo. Conocí a mis sobrinos, hijos de mi hermana que quedó viviendo allá, fui a la casa de mis padres, fue una experiencia increíble y conmovedora”.

Las lágrimas le  entrecortan la voz cuando recuerda aquel viaje, tan significativo a su historia personal y a sus raíces. “Es muy emocionante saber que a tanta distancia uno tiene familia y que algunas cosas están intactas, hay lazos que van más allá de cualquier distancia”, afirma y agradece a la vida el haber podido realizar aquel viaje, en compañía de alguien entrañable a sus afectos. 

 

El presente y el futuro

Cómodo en el apodo que lleva desde niño, cuando habla de él asegura que le cuesta darse vuelta cuando alguien lo llama Alberto: “Para mí soy ‘Tito’, si me llaman por mi nombre, ni me doy por enterado”.

Tiene personalidad y buen humor. Considera que la risa es un remedio infalible. Pasa su tiempo leyendo la revista Selecciones. Confiesa que le gusta leer y asegura que leyendo aprendió lo que sabe. “El que lee se enriquece. Leyendo aprendí muchas cosas, sobre todo a ser bueno y a ser malo, porque la lectura te ubica, nadie te cuenta cosas, las estás descubriendo”.

Conserva colecciones de revistas y también le gusta juntar cajas de cigarrillos. Aunque ya no fuma. Cuenta que dejó ese hábito “de un día para el otro”. Tuvo la fuerza de voluntad de conseguirlo y mantenerse en esa determinación. Había visto a su padre fumar incansablemente, armar cigarrillos, cuarenta por día. Y él en menor medida había copiado esa costumbre. Hasta que la abandonó. “Un día dije este es el último cigarrillo de mi vida y así fue, cuando me convidaban para ver si era cierto que había dejado, yo agarraba el cigarrillo, lo tiraba al suelo y lo pisaba”.

Dueño de una determinación que habla de su personalidad, trae a la conversación a su padre. “Mi padre con tal de fumar hacía cualquier cosa, armaba cigarrillos, tenía los dedos amarillos de manipular el tabaco”, recuerda.

No habla mucho del futuro. Vive el presente, se levanta tarde, toma sus mates, al mediodía almuerza en casa de su hijo, vuelve a su casa, a la tardecita hace mandados, cena y se va a descansar.  Sobre el final bromea con cosas que le hubiera gustado hacer y no hizo. Tiene la picardía de quien vivió la vida intensamente. “Viajé, donde quise fui, pero lo que más quería yo era conocer la patria de mis viejos y tuve la fortuna de poder hacerlo. Qué más puedo pedir”, concluye con una mirada que guarda cierta nostalgia de aquel tiempo.


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