Lejos del pago

Rubén “Nano” Scalbi: entre Sunny Isles y Madrid, sintiéndose pergaminense


 Rubén Omar “Nano” Scalbi en Sunny Isles donde pasa parte del año (RUBEN SCALBI)

'' Rubén Omar “Nano” Scalbi en Sunny Isles, donde pasa parte del año. (RUBEN SCALBI)

Rubén Omar “Nano” Scalbi es un pergaminense que hace más de 30 años vive en el exterior. Sin embargo reconoce que jamás pudo “cortar el cordón” que lo une a esta ciudad que no solo lo vio nacer sino que le dio la posibilidad de configurar una identidad que lo define. Es un hombre de fuertes convicciones, que aprendió de las dificultades y encontró el modo de resignificar cada experiencia para sacar un aprendizaje. Durante parte del año vive en Sunny Isles, Miami, y el resto del tiempo en Madrid. Comparte su vida con su hijo Jaime y su esposa Concepción, a quien conoció en un puesto de libros viejos, intercambiando consejos sobre lecturas recomendadas. En el lugar en el que esté lee todos los días el Diario LA OPINION y así se entera de lo que acontece en “su pago”.

“Hace 30 años que estoy en el exterior pero nunca corté el lazo que me une con Pergamino”, refiere y confiesa que aquí están sus amigos de siempre. “Yo soy de acá y cuando hablo de los pergaminenses lo hago en primera persona porque ese ‘nosotros’ me incluye, viva donde viva”.

Antes de tomar la decisión de radicarse en el exterior, se dedicó a varias cosas. Su oficio fue la mecánica. Pero también fue vendedor, trabajó en la construcción y fue viajante de repuestos.

Se fue a Estados Unidos en 1985 motivado por una inquietud personal que define como “un afán de aventura” y allí estuvo dispuesto a hacer de todo para forjarse un porvenir. “Hoy uno va tomando distancia de algunas cosas y descubro que hubo algunas claves que me indujeron a irme, que tuvieron que ver con los contrasentidos que veía en nuestro país. Habíamos pasado por la atrocidad de Malvinas y soporté que por oponerme a la guerra me calificaran de antipatriota”.

“Hubo una sumatoria de cosas, me fui solo, dormí en la calle, me sirvió mucho. No hablaba una palabra en inglés, pero me gustó porque advertí que en Estados Unidos había un sistema que funcionaba. Analicé los pro y los contra y me quedé”, refiere y destaca de Estados Unidos que es un país en el que “cualquier trabajo dignifica a la persona”.

“Allá se vive bien y cualquier trabajador, incluso uno que trabaja en la calle, tendrá la posibilidad de darle un estudio a sus hijos gracias a su esfuerzo, lo mismo que una mujer que baila en un cabaret”, describe y reconoce que frente a esas situaciones no observa el objeto que las personas han conseguido sino el camino que han recorrido para eso. La misma consigna aplica para su propia experiencia de vida.

 

Un temple especial

“Mi camino fue tortuoso, pero soy un hombre alegre que acepta las experiencias malas y las asimilo para que se conviertan en positivas”, señala. Así cuenta que estando en el exterior fue incursionando en varias actividades laborales. En el año 1990 se dedicó a la importación con intención de traer mercadería a Argentina. “Mandé las cosas en un avión y al llegar a Argentina decomisaron toda la mercadería, fue imposible recuperar algo”, señala. A partir de esa experiencia volvió a Argentina puso un negocio pero esa actividad no funcionó. En 1995 la trágica inundación le ocasionó una nueva pérdida. “Tomé la decisión de irme a Florida y tuve la suerte de entrar a trabajar en el Departamento de Ingeniería de Fisher Island (nombre familiar para los argentinos porque allí supo tener un departamento Susana Giménez), lo que me permitió conocer a muchos famosos y alternar con ellos. Estaba en un puesto clave de ese departamento que era el de resolver problemas y creo que pude realizar bien mi trabajo gracias a mi condición de argentino, estamos siempre estrenados para resolver situaciones y aplicar el ingenio”.

“Trabajé 14 años allá, conocí a celebridades y nunca perdí mi esencia. La miseria me dejó la mejor herencia: la capacidad de poder resolver problemas. Eso me permitió consolidarme allí y jubilarme en ese empleo”, agrega. 

 

Su lucha y el deseo de volver

Confiesa que mientras trabajaba siempre fantaseaba con la posibilidad de regresar a la Argentina. Para ese entonces vivía con su hijo Jaime, a quien había criado solo.  “Yo estaba divorciado y me tocó criar a mi hijo. Fue una historia difícil, porque no tenía contacto con la mamá pero no nos firmaba la autorización para sacarlo del país. Me lo robé y me lo llevé a Paraguay. Después volví al país y fui el primer padre que ganó la tenencia de un menor de 5 años. Me costó una propiedad, una fábrica y casi volverme un monje budista pero gané a mi hijo”, recuerda y agradece a Jorge Young y Estela Perreta por “haber tomado el caso como algo personal” y casi haber adoptado a su hijo que estudió en el Colegio de los Hermanos Maristas y luego pudo establecerse con su padre.

A pesar de todas las adversidades, siempre pensó en volver y lo señala varias veces durante la entrevista cuando afirma que el país de uno es como los cuadros: “Hay que alejarse para verlo bien”. 

“Intenté volver algunas veces, pero es como haber dejado una novia a los 15 y encontrarla nuevamente a los 50, el Pergamino que yo dejé ya no está. Fue así que decidí seguir viviendo en el mundo. Conocí países y estuve en varios lugares, hice algunas relaciones hasta que me establecí.

 

Su presente

Hoy vive en Sunny Isles (distrito al norte de Miami Beach, Florida) y en Madrid porque allí conoció a su esposa. “Un día recorriendo Madrid la vi en un puesto de libros viejos, me encanta leer; ella estaba leyendo, establecimos una conversación, intercambiamos información sobre algunos libros, quedamos en contacto y nos visitamos. Nunca hubo un convenio y en un momento dado nos dimos cuenta de que a mí no me hacía falta más nada y a ella tampoco. Fue así que nos casamos y vivimos un tiempo en Sunny Isles y el otro en Madrid”, relata.

Su esposa se llama Isidora Concepción Vila Roche de Scalbi. Nunca le gustó Estados Unidos, pero juntos iniciaron un proyecto de vida que comparten con amor y complicidad. Son compañeros y disfrutan de tener en común una vida de la que disfrutan plenamente. “Compramos un campo, hicimos una siembra de  zapallitos que entregábamos con una receta; hicimos inversiones de propiedades que tenemos rentadas, yo seguí dedicándome a las importaciones y así fuimos armando nuestro camino. Estamos casados hace nueve años y somos felices juntos. Ella trabaja en una compañía energética que ya la llevó por 17 países”.

 

La prueba del  cáncer

Hace dos años la vida lo puso a “Nano” frente a un nuevo desafío. Estaban en Madrid cuando le diagnosticaron cáncer de esófago. Eso trastocó su vida y lo obligó a someterse a quimioterapia, radioterapia y minuciosos controles. “Hubo 14 médicos trabajando alrededor mío. Estuve en coma, en silla de ruedas, pero me recuperé y aquí estoy, creo que me repuse porque ‘me reí del cáncer’ y le hice frente”, afirma este hombre que se refugió en sus afectos y en las cosas entrañables de la vida para darle batalla a su enfermedad y salir fortalecido de esa experiencia.

Confiesa que le gusta estar en España porque es como “Argentina 30 años atrás”. También disfruta del paisaje de su casa frente al mar en Sunny Isles. Su mirada siempre está cerca de Pergamino y cuando viene para en el Hotel Fenicia y se relaciona con los amigos de toda la vida.
De su vida aquí extraña la charla, el doble sentido, la rapidez mental y la sana picardía. “Eso no existe en otro lado y yo siento que no puedo dejar de ser pergaminense. Tampoco lo intento”, concluye y acerca a la conversación los buenos recuerdos de un tiempo querido.

 

ping pong 

 

Un lugar de Pergamino: Varios, el Tiro Federal donde estaba la pista de motos. La pista de Provincial que la hice yo. La Plaza de Ejercicios Físicos “Miguel Dávila”, donde aprendí a nadar.

Una escuela: La Escuela Nº 41, era una tapera, pero era mi escuela.

Un maestro: Cora Zamora de Palermo, Mabel Alvarez, la señora de Fait y la señora de Frágola.

Un amigo: Muchos. Pedro Español, Gabriel Cane, “Toti” Cocilova, “Bocha” Uribe, “Cascarón” Fernández, Miguel Atia, Alberto Andrés y tantos otros, además de los  hijos de mis amigos con los que tengo una relación entrañable.

Una ventaja de vivir lejos del pago: El crecimiento personal y el contacto con distintas realidades.

Una desventaja de vivir lejos del pago: A veces el sentirse un poco culpable, o impotente frente a las dificultades de tus seres queridos que están lejos. Aunque siempre trato de tender una mano y de estar cerca. Lo que se sufre es la incomprensión contra el que se fue, cuando en realidad nadie tiene idea el porcentaje de dinero que aportamos los que nos fuimos. 

Cuál es su verdadero pago: Pergamino. Allá soy un inmigrante. El cordón no se puede cortar.


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