Editorial

Violencia y muertes en el fútbol: no solo es cuestión de barras bravas


El fútbol argentino estuvo parado a principios de esta  temporada  por una huelga de jugadores que decidieron la medida de fuerza por la falta de pago en algunas instituciones que se habían comprometido a abonar contratos con recursos que, en algunos casos, no tenían. La crisis –institucional y económica- de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) clausuró los circuitos de transferencias de fondos hacia los clubes y aquellos cuyos presupuestos dependen en gran medida del dinero que envía la AFA (por derechos de TV) estuvieron en serios problemas para pagarles a sus jugadores. El gremio que los representa decidió un paro hasta que cobraran todos, cortando por lo sano y haciendo pagar a justos por pecadores, porque nada tenían que ver en esa historia las instituciones que tenían al día a sus planteles. Pero esa no es la cuestión que hoy vamos a analizar sino la miopía de quienes representan a los jugadores y al fútbol en general, que deciden un cese de actividades por falta de pago pero ni siquiera se manifiestan verbalmente cuando un hincha es asesinado en un estadio, como sucedió haces pocos días en Córdoba, en ocasión de disputarse el clásico entre Belgrano y Talleres.

¿Cuál es el criterio? ¿Será necesario formar el gremio de las víctimas de la violencia en el fútbol? ¿Tendrá que disponerse un paro de espectadores? ¿Dónde está la solidaridad de los jugadores cuya mayoría cobra cifras obscenas con relación a un trabajador común de este país?

Por la muerte del joven cordobés, todo quedó reducido a un obligado mensaje de unidad entre los equipos archirrivales, que terminó siendo repudiado por las dos parcialidades cordobesas. Es decir que fue un fracaso y mostró una vez más que la rivalidad en el fútbol argentino sigue generando odio, al punto que hace tiempo que no hay rivales sino enemigos, tanto dentro como afuera de la cancha.

Hay que remarcarlo: nadie protege a los espectadores, aun cuando hace décadas ir a una cancha de fútbol es sinónimo de riesgo. De hecho muchas personas dejaron de ir tras padecer situaciones angustiantes generadas por violentos y hasta por la propia Policía.

En la actualidad se aplica una medida que, aunque resistida por muchos, termina siendo acertada, que es la de no permitirse parcialidad visitante, aunque últimamente se están haciendo excepciones, en especial cuando River o Boca juegan en el interior. Pero ni siquiera sin hinchadas visitantes acabó la violencia, porque al no tener con quien enfrentarse aparecieron las internas en las propias barras, que en algunos casos terminaron con sangrientos episodios.

Cualquier receta para neutralizar a las barras bravas suele caer en saco roto cuando se exploran sus conexiones. A través de la herramienta del apriete, las hinchadas aceitan su red de financiamiento con la complicidad de políticos, sindicalistas, policías, dirigentes deportivos y hasta los propios futbolistas. Y en este punto nadie puede hacerse el distraído, porque el quiste está tan enraizado que no es fácil para nadie negarse a las exigencias de sujetos de mal vivir que ingresan a las prácticas, a la sede y a veces hasta la zona de vestuarios con intenciones de amedrentar y sacar réditos económicos. Ningún dirigente y ningún jugador quisiera darles dinero a estos indeseables, pero son muy pocos los que se animan a decirles que no, fundamentalmente porque nadie los protege.

Pero volviendo al caso de Córdoba, hay que señalar que esa muerte violenta no fue en el marco de un caso de barras bravas sino producto de un conflicto entre particulares que venía de otro ámbito. Quiere decir esto que no solo el barrabrava lleva violencia al fútbol: también lo hacen todos los actores que forman parte del espectáculo.

Ante cada hecho de violencia, los medios de comunicación y los funcionarios públicos ponen en escena un juego de luces y sombras que ilumina las prácticas violentas de unos pocos, culpándolos de las desgracias y desventuras que azotan los estadios, opacando las acciones de otros actores sociales. El resultado de esta situación es atribuirles a las llamadas barras bravas  todos los males del mundo del fútbol, invisibilizando otras formas de violencia. Los miembros de las barras son unos de los tantos practicantes de acciones violentas en el mundo del fútbol. Los policías, los espectadores que no son parte de los grupos organizados (como en el caso de Córdoba), los periodistas y los jugadores, tienen, en diferentes dimensiones, prácticas violentas. Los barrabravas son los únicos de estos actores que hacen de la violencia una marca distintiva, ya que reafirman su identidad en la pelea, en la lucha, pero no son los únicos que tienen prácticas posibles de definir como violentas.

Esta reducción del fenómeno tiene muchas implicancias. La violencia en el fútbol no es, ante esos ojos, un enmarañado de actores y prácticas sino la sinrazón de unos pocos desequilibrados que quieren arruinar la fiesta de todos, como repetidas veces leemos o escuchamos. Esta imagen simplificada del fenómeno esconde que la violencia es constitutiva e integral del ambiente del fútbol. Disimula otras violencias al señalar solo uno de los responsables.

Trabajar sobre las violencias en el fútbol permitirá comprender una enmarañada matriz de actores y prácticas que quedan ocultas en las posiciones simplistas que iluminan siempre a los mismos como responsables de un todo que los supera ampliamente. Lejos está de nuestro interés negar el rol central que tienen las barras bravas en el fenómeno violento, buscamos, por el contrario, una comprensión más acabada que permita un abordaje profundo de un tema complejo.

La violencia en el fútbol no es del fútbol, sino de la sociedad que lo rodea, y produce una carencia de identidad social y de vacío racional que los hinchas llegan a hacer uso de actitudes incontroladas y de pasiones ciegas que suelen terminar de manera trágica.

Casi todo en Argentina pasa por el fútbol. Hasta el presidente, Mauricio Macri, viene de allí: dirigió 12 años a Boca Juniors con éxito y eso le dio la proyección hacia la política. Por eso la sensación general es que este no es un problema aislado, es algo de fondo que afecta a toda la sociedad. 

Pero en Argentina está asumido que una muerte en un estadio puede volver a pasar. El fútbol es un territorio sin ley, dominado por quienes controlan enormes negocios ilegales y son utilizados como mercenarios en las luchas de la política o el sindicalismo. Ni siquiera hay policías en las tribunas, porque los hinchas se pelean con ellos y es aún peor. 

Hay que trabajar con los medios de comunicación, que son actores importantísimos en reproducir estas lógicas; hay que trabajar con los jugadores que también lo reproducen; y hay que trabajar con el resto de los espectadores, que en muchos casos llaman folklore a la legitimidad en la violencia que no es natural.


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