Editorial

Venezuela cada vez más cerca de la tragedia


Las elecciones venezolanas abren nuevos interrogantes y mantienen en pie los conflictos de una sociedad que atraviesa por una crisis económica casi terminal y donde la violencia se ha transformado en parte del sistema político. Y aunque la oposición denunció que el chavismo manipuló los resultados, el Gobierno anunció que ganó en 17 de los 23 estados en los que se elegían gobernadores; la opositora MUD ganó en cinco y aún queda un estado por definir. La participación, que según el oficialismo fue más alta de lo habitual para una elección regional, al fin ronda el 61 por ciento, lo que implica una gran ausencia de electores. 

Lo dicho implica lisa y llanamente que la lucha seguirá en la calle, tras cuatro meses de protestas antigubernamentales, que pese a costar la vida de 125 personas no movieron un solo centímetro la posición del Gobierno. De modo que el panorama no es alentador para el país caribeño, con una democradura que cada vez tiene más de dictadura y menos de democracia. Con un Parlamento disuelto a manos de una Asamblea Nacional que controla el chavismo y un Poder Judicial que ha sido sometido a los designios de Nicolás Maduro, echando, obligando al exilio y amenazando con la cárcel a los magistrados electos por los exlegisladores opositores.

Ante este panorama, el triunfo electoral regional, si es que no fue amañado, lo que es bastante dudoso, no alcanza para plantear que en definitiva Venezuela es un país democrático.

En la vereda de enfrente la oposición sufre los resquebrajamientos y el desgaste de no lograr nada, pese a las protestas, las denuncias y la incesante lucha en las calles. La Mesa de la Unidad Democrática reaccionó, 24 horas después del cierre de los colegios electorales, con un comunicado oficial ante el “proceso electoral fraudulento sin precedente en nuestra historia”, que ha otorgado 17 gobernaciones al oficialismo y cinco a la oposición. Se planteó que las trampas electorales se produjeron “antes y durante la votación, sin menoscabo de otras. Nadie duda de que las elecciones en Venezuela no son libres ni justas ni transparentes”.

Según los datos aportados por la alianza multicolor, el oficialismo dificultó u obstaculizó el voto de más de un millón de personas, más de 600.000 fueron reubicadas a última hora y 350.000 sufrieron la violencia dentro y fuera de los colegios. También se habrían perdido 90.000 votos declarados nulos por el Consejo Nacional Electoral.

Ya ni siquiera los chavistas hacen las grandes celebraciones de las épocas del fallecido Hugo Chávez, quizá porque ya saben que el triunfo estaba asegurado. De hecho, el chavismo habría perdido en el camino de julio a octubre más de dos millones de votos, pero ahora parece que quien ha perdido los votos que decía tener asegurados es la oposición.

Pero las denuncias de la oposición, las críticas de la comunidad internacional y el descontento en las calles, parece que a Maduro parece no le hacen ni mella, porque si nos vamos a sincerar hasta el hueso, mientras el mandatario cuente con el apoyo irrestricto de las fuerzas armadas venezolanas (un beneficio que heredó de Chávez junto con el poder), un pueblo desarmado, por más convicciones que tenga siempre termina siendo reprimido y encarcelado. 

Es así como cientos de miles de venezolanos en los últimos meses, se han desperdigando por todo el mapa continental, sobre todo los ciudadanos de las clases medias, profesionales y estudiantes. Porque en definitiva han terminado por comprender que no lograrán nada en su propio país. Una situación dolorosa que los lleva a hacer las valijas y dejar atrás una nación que en definitiva es la suya.

La sorprendente y polémica victoria chavista, se produce mientras el desplome económico y social se hace cada vez más evidente, con una hiperinflación que al final del año superará 1.000 por ciento la subida de los precios y como único Estado de América cuyo PBI será otra vez negativo, con una caída de entre el 8 y el 12 por ciento. 

La primera conclusión tras esta elección es que el resultado oscurece más el futuro venezolano y para aprovechar la coyuntura, el oficialismo ya prepara un nuevo golpe: la Asamblea Nacional Constituyente debe decidir si adelanta las elecciones municipales como paso previo a 2018, año en el que se deben celebrar los comicios presidenciales. Una más de las trampas, triquiñuelas y timos con que tiñen los comicios. 

La oposición, decimos, aparece muy golpeada por su falta de resultados y además, con sus dos rivales más fuertes inhabilitados: ni Henrique Capriles ni  Leopoldo López, todavía en arresto domiciliario, serán de la partida, y nada hace pensar que esto cambiará, ahora que Maduro presenta este triunfo regional.

Como es lógico, en la oposición, crece el desánimo y también la sensación generalizada que la vía electoral tampoco funciona, como ya pasó con las protestas de este año y mucho menos con el actual Consejo Nacional Electoral. Sin embargo, la posibilidad de no presentarse a elecciones para demostrar que no hay democracia en Venezuela, solo servirá para que Maduro se presente como un ganador absoluto en los comicios del año que viene. En fin, la mesa opositora está atrapada en una falsa democracia y el problema es muy serio porque todo lo que no puede resolver el sistema democrático (si está desvirtuado como sucede en Venezuela) termina por habilitar mayor violencia y el peligro es que sea la tentación de una guerra civil el camino para cerrar esta grieta, que ya se hizo abismo, en el país caribeño. De ser así, lo que se avecina es una tragedia.

 


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