Editorial

Un paro ¿contundente? con la mira puesta en el presidente que viene


Cristina Kirchner, desde Roma, soportó la quinta huelga general hecha a su gobierno por un sindicalismo que supo ser aliado y ahora es opositor.

Fue un paro general  importante, como siempre sucede cuando son los gremios del transporte los que encabezan la protesta.

Es precisamente por la participación de los sindicatos vinculados al transporte que un paro sectorial y aislado se convierte en una contundente huelga general.

En estos casos y aun cuando los reclamos de los trabajadores son justos, nunca se puede saber el nivel real de adhesión en los grandes centros urbanos porque al no haber trenes ni colectivos la realidad es que nadie puede ir a trabajar.

En ciudades como Pergamino y otras del mismo porte, el paro casi ni se siente, porque los trabajadores no son tan dependientes del transporte.

De modo que hay dos cuestiones: el paro fue contundente y masivo en las grandes urbes, pero no sabemos qué hubiese pasado si el transporte funcionaba.

A diferencia de la medida del 31 de marzo, esta vez el eje central de la protesta fue el pedido de paritarias libres ante la intromisión del Gobierno en las negociaciones salariales entre empresarios y sindicalistas para establecer un techo del 27 por ciento a los aumentos. Se mantuvieron, además, la exigencia de modificar o eliminar el impuesto a las Ganancias y el reclamo de un incremento del monto de las jubilaciones y el salario mínimo.

El problema mayor, por el cual no solo los gremios sino toda la sociedad debiera preocuparse no es que el Gobierno intente poner un tope a las paritarias; la cuestión es el motivo de esta intromisión que no es otro que evitar que la inflación se dispare. Esta estrategia desnuda que de no intervenir en éste y otros sectores, la economía se saldría de control.

El sector sindical, lógicamente, cuestiona el modo. A la postre, aunque encorsetados, los precios siguen subiendo y terminan siendo los trabajadores quienes pagan el “pato de la boda”.

El martes las calles de las principales ciudades del país se vieron despobladas por la TV; esa era la postal buscada por Moyano, Barrionuevo y Micheli. Hubo además altos índices de ausentismo en fábricas, comercios, empresas y escuelas debido, como decimos, a la adhesión de los sindicatos del transporte público de pasajeros, quienes fueron, en definitiva, el motor más vigoroso para garantizar el alto acatamiento de la medida de fuerza.

De todos modos, no pasó de ser una demostración de fuerzas porque el Gobierno no piensa atender por el momento sus reclamos. 

Con los canales de diálogo cortados, los gremios promotores de la medida, advirtieron sobre la necesidad de reciclar su plan de lucha; ahora se prepara para después de las elecciones primarias del 9 de agosto, una nueva protesta, que podría ser de 36 horas e incluir una movilización a la Plaza de Mayo. Debaten esta idea Hugo Moyano, Luis Barrionuevo y Pablo Micheli, los referentes de las tres centrales obreras opositoras. La alianza de 22 gremios del transporte, por separado, prevé renovar sus reclamos con medidas sectoriales y escalonadas.

Pese a que muchos temían incidentes, no se produjo ninguno, aunque también hay que tener en cuenta que no hubo movilización. Lo que sí generó mucho malestar en la gente fueron los piquetes que organizaron las agrupaciones de izquierda creyendo que así colabora con el paro, logrando el efecto inverso. Como siempre, quedó en evidencia que el Estado no sabe cómo actuar frente a estas situaciones que al tiempo que hacen al derecho de unos, vulneran los de otros. Las fuerzas de seguridad no actúan porque los jueces no autorizan pero tampoco se ejerce una tarea preventiva, cuando se sabe desde días antes quiénes y dónde cortarán el tránsito. 

Con el calendario electoral en curso, y con algunas paritarias cerradas, el sindicalismo oficialista esta vez se mantuvo al margen de la huelga. La postura pública de los gremios oficialistas no había sido similar en el paro del 31 de marzo, cuando Antonio Caló, jefe de la CGT alineada con la Casa Rosada, respaldó los argumentos de la protesta y liberó a sus afiliados de la Unión Obrera Metalúrgica para adherirse.

Tanto Moyano y Barrionuevo como el triunvirato que está al frente de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte (Catt) trabajan para posicionarse cuando el kirchnerismo ya no esté. Porque alguna vez lo dijimos: los paros en este final de ciclo tienen dos objetivos: plantarse frente al Gobierno actual y condicionar al que viene, que los nuevos habitantes de la Casa Rosada después de diciembre respeten y hasta les tengan temor.

Difícilmente el kirchnerismo vaya a dar marcha atrás en su política ante el sindicalismo opositor. Negoció el tope en las paritarias con Caló y Yasky, y junto a ellos definirá, entre agosto y septiembre, el porcentaje de la nueva suba del salario mínimo, que actualmente es de 4.716 pesos.

Pero la apuesta al futuro presidente, quien sea, es lo que más los ilusiona.

El enfrentamiento de Luis Barrionuevo y Pablo Moyano (hijo de Hugo) es ocioso de comentar, solo decir que el gastronómico confesó en un exabrupto de esos que suele tener que con los militares se “negociaba mejor que con estos”, con lo cual Moyano hijo se vio obligado a repudiar sus palabras y lamentar que se hubieran dicho.

Pero con Barrionuevo ya se sabe.


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