Editorial

Tiene cuatro patas, mueve la cola y hace “guau”


Entre las frases preferidas de Cristina Kirchner, hay una que le ha gustado especialmente en sus últimos discursos: “Si tiene cuatro patas, mueve la cola y hace ‘guau’, entonces es un perro, lo llamen como lo llamen”.

Nadie osaría contradecir esta afirmación, que en la interpretación de Cristina significa que hay movimientos tan obvios por parte de dirigentes opositores, empresas, corporaciones y buitres diversos que queda claramente a la vista su afán conspirativo, por más que se esmeren en disimularlo.

Es probable que la presidenta no se haya detenido a reflexionar respecto de cómo esa misma frase, que tanto le gusta citar para referirse a la obviedad de las actitudes ajenas, también puede ser aplicada a las propias políticas del Gobierno.

Por ejemplo, a la del desdoblamiento cambiario “de facto”, que funcionarios se esmeran en desmentir.

En uno de los tantos embates de la cadena nacional del martes 30 de septiembre, Cristina dio a entender que no sólo no reconoce al mercado del “contado con liqui” como un mecanismo legal sino que, además, ve a este instrumento como parte integrante de un plan conspirativo.

Lo contradictorio del caso es que -lejos de obrar como un sistema desestabilizador-, esta vía para hacerse de dólares “caros” le ha hecho al Gobierno el gran favor de alivianar la pesada carga que recae sobre las alicaídas reservas del Banco Central.

En efecto, si no fuera por empresarios dispuestos a pagar un tipo de cambio nada menos que un 80 por ciento más que el valor oficial, las arcas de la entidad hoy estarían aun más maltrechas.

La realidad mata al relato.

Esta estrategia de comunicación política tendiente a negar un desdoblamiento choca contra una realidad en la que se evidencia que los importadores tienen crecientes dificultades para acceder a los dólares que necesitan para pagar la mercadería, al punto que en agosto las compras al exterior se desplomaron un 20 por ciento. 

Es que el Ejecutivo se vio forzado a “cuotificar” los dólares. Es decir, a asignarles pequeños cupos a algunos sectores (no alcanza para todos), como los 100 millones de dólares por mes para la industria automotriz y unos 130 millones para el ensamble en Tierra del Fuego. Por cierto, estas cifras no les resultan suficientes ni para cubrir la tercera parte de lo que necesitan para funcionar normalmente. 

El resto de las empresas, entonces, se vieron obligadas a recurrir al mercado del “contado con liqui”, que ahora la presidenta cuestiona, para hacerse de los billetes verdes que el Gobierno no les vende. Esto hizo que estas operaciones aumentaran más de un 100 por ciento en un mes. 

Consciente de la escasez pero sabiendo que retacear dólares para la compra de insumos y productos del exterior significa agudizar la recesión, fue el propio Gobierno el que comenzó a explorar como variante la de instar a los importadores a hacerse de dólares recurriendo a las operaciones en la Bolsa.

Ante las crecientes dificultades para que los importadores puedan traer productos o insumos para la industria al tipo de cambio oficial, ¿es ilógico que recurran a las operaciones de “contado con liqui”? ¿De qué otra forma hubiesen podido continuar su negocio o producción?

Así como el dólar “Bolsa” batió récord por las operaciones de los empresarios a los que el Gobierno no le habilita la cotización oficial para sus importaciones, el mercado paralelo del “blue” se agranda en forma permanente gracias a otra genialidad de nuestras autoridades económicas: el dólar ahorro, al que se aplica el 20 por ciento de percepción.

Sin desconocer que es una excelente opción para los pequeños ahorristas, en los hechos se ha convertido en un gran negocio financiero. Haga cuentas el lector: compra lo que la Afip le permita -hasta los 2.000 dólares- a 8,70 pesos más el 20 por ciento de percepción (que si tributa Ganancias obra como anticipo) y los vende en el mercado negro a 15 pesos. Por ejemplo, con 10.500 pesos compra en el banco 1.000 dólares billete, que haciendo un par de cuadras puede vender a 15 pesos. En cuestión de minutos, el ahorro ganó 4.500 pesos, casi un 45 por ciento.

Con este sencillo ejemplo y con la historia argentina grabada en nuestras retinas es fácil concluir que: no hay tasa de interés de plazo fijo que se implemente que pueda mejorar estas cifras; que el billete de peso cada vez se parece más a un cartón pintado; que aún con el 20 por ciento de percepción, la gente prefiere llevarse los “verdes” que dejarlos que una caja de ahorro por un año, sin la percepción, que es la otra alternativa del dólar ahorro porque tener los verdes en billete, no sólo da seguridad sino que además es negocio.

Por eso, aunque el flamante presidente del Banco Central, Alejandro Vanoli, ratifique su vigencia, no van a tardar en aparecer mayores requerimientos por parte de la Afip para los particulares que quieran hacerse del dólar ahorro, tendientes a racionar su compra.

Lo que se percibe, en definitiva, es que el Gobierno ha entrado en la fase en la que decidió que el sector privado sea el que deba pagar por la escasez de dólares a la que se llegó por la política cambiaria y energética. 

Y esta fase tiene que ver con que este año debe hacer frente a una cuenta de 14.000 millones de dólares por importaciones energéticas. ¿Y la soberanía energética?

Además, está la deuda financiera del Estado: sólo en lo que resta de 2014 hay vencimientos por 4.500 millones y el año próximo aguardan compromisos por 12.000 millones de dólares.

En este contexto, la consigna parece clara: los dólares que hay, son para el sector público. Los privados deben procurárselos al precio de mercado. Es decir que, parafraseando a Cristina, este asunto tiene cuatro patas, mueve la cola y hace “guau”: el mercado cambiario está desdoblado y no hay forma de disimularlo. Y el propio Gobierno es el impulsor de ello, aunque el relato sostenga lo contrario.

La idea de establecer varios tipos de cambio según quien compra (un exportador, un importador, un turista o un inversor financiero) siempre se le atribuyó a Axel Kicillof, cuando era subordinado de Hernán Lorenzino, el anterior ministro de Economía. Y él mismo fue el ideólogo del “cepo cambiario” que, en los hechos, fijó un dólar 20 por ciento más alto que el oficial para los argentinos que quieren ahorrar y un 35 por ciento de sobreprecio para los que hacen turismo en el exterior.

Cuando se lo confirmó al frente del Palacio de Hacienda, a fines del año pasado, circuló la versión de que había insistido ante Cristina para desdoblar formalmente el mercado -es decir, para sacarle el mote de ilegal al “blue”- pero que la presidenta no estaba convencida de dar ese paso, al que veía asociado a un alto costo político.

Ahora, cuando el desdoblamiento rige de hecho, las críticas de los economistas no sólo no se han atenuado sino que se han intensificado: sostienen que si hay algo peor que devaluar, es hacerlo a medias.

El argumento es que, con la política actual, padecemos todos los efectos negativos de una devaluación y ninguno de sus beneficios.

El haber instado al sector industrial -e indirectamente a los ahorristas- a usar el tipo de cambio paralelo (por no venderles oficial) es mucho peor que devaluar porque es crear expectativa de valores futuros, lo que afecta a millones de productos y acelera la inflación.

Además este tipo actual de desdoblamiento (y la expectativa que genera. Diría Bulat: “El ‘blue’ de hoy es el oficial de mañana”.) supone un fuerte desincentivo para que los productores rurales liquiden sus cosechas, lo cual exacerba la falta de dólares. 

La brecha hoy entre el dólar soja y el “contado con liqui” llega a 150 por ciento. Los “sojeros” entonces mantienen guardada su mercadería en silobolsas por un monto de 10.000 millones de dólares y nada indica que vayan a venderla de manera voluntaria. ¿Se los puede culpar por no querer vender su producción a 5,50 pesos por dólar y preferir esperar mejores condiciones, más cercanas a los valores de la divisa en el mercado o bien que suba el precio del commodity?

El Gobierno ha dejado crecer demasiado la brecha entre el oficial y el paralelo. Y en medio insertó distintas cotizaciones, según el comprador. Ahora, con tantas distorsiones en el mercado cambiario, prácticamente no quedan sectores exportadores competitivos en la economía local.

Todo esto refuerza la convicción generalizada de que es inexorable que llegará una fuerte suba del dólar oficial y que la gran decisión que el equipo económico deberá tomar es cómo hacer la devaluación: si en forma gradual o de un salto abrupto


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