Editorial

Tenemos un país diverso, no sólo en los paisajes sino en los costos


No es novedad que en el interior pagamos mucho más que en Buenos Aires, en todos los productos que compramos y en los servicios que recibimos, lo hemos descubierto poco a poco, a través de ejemplos que nos cuentan amigos, de viajes propios o cuando nuestros hijos estudian afuera y pagan un cuarto bimestralmente de lo que nosotros pagamos de energía mensualmente. Vemos diferencia hasta en los cigarrillos que aquí cuestan dos pesos más que en otras ciudades como Buenos Aires, Rosario o incluso ciudades vecinas.

La verdad es que la tarifa de electricidad es la mejor prueba de que la brecha que separa a los argentinos en lo que sale de su bolsillo, aunque en este caso no se trata de problemas políticos sino de la ubicación geográfica y de qué tipo de prestadora se tenga, si es una empresa privada o una cooperativa, y en este caso si está bien o mal administrada. Como nunca, en los últimos años se agrandaron las diferencias entre lo que se paga en el área metropolitana y, por los mismos bienes y servicios, en el interior del país. Y no es que el interior no tenga subsidios y los porteños sí, porque todos los tenemos (salvo en el caso del transporte público que la Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano, donde las subvenciones son ampliamente mayores). De modo que el problema es de otra índole.

Si hacemos bien los deberes podemos ver que en una ciudad como Pergamino las escuelas privadas y los transportes escolares no tienen los altos valores de Buenos Aires, pero allí acceden al boleto de colectivo, la factura de luz y el litro de nafta a valores muy inferiores a los que paga un vecino de Pergamino o de Córdoba, por citar algún punto geográfico.

Estas diferencias de precios no son nuevas. Entre las causas, es obvio que además en el precio al consumidor local de algunos productos influye el transporte de la mercadería a destino: a mayor lejanía de donde se elaboran, más se encarece. También, que la plaza de oferta y de potenciales clientes sea más grande, incide en una mayor competencia y más rápida circulación de la mercadería. Pero últimamente la brecha se ha ido ampliando y quienes tienen la posibilidad de viajar han podido constatar que hay productos que en Pergamino cuestan un 100 por ciento más que en Rosario, por ejemplo, tal el caso de los útiles escolares. Por eso quienes pueden compran allí. 

Pero lo que se ha puesto más complicado para pagar en el interior son las tarifas de los servicios públicos. El Ministerio de Planificación impulsó un convenio para mantener congeladas las tarifas durante 2015, al igual que hizo en 2014 con el Plan de Convergencia al que adhirió el Gobierno bonaerense. Hasta ahora, 16 provincias suscribieron el acuerdo que compensa esa prohibición de actualizar los ingresos con el envío de dinero para financiamiento para obras de distribución eléctrica que hagan falta para no menoscabar el servicio. No obstante, como se han expresado por este medio las autoridades de la Celp, el Estado nacional no ha cumplido en tiempo y forma con ese compromiso, lo que constituye una amenaza permanente a la prestación. Porque de lo que se cobra a los usuarios, según explicaron, sólo alcanza para los gastos corrientes como el personal. Por ese incumplimiento y la imposibilidad de tocar tarifas es que la asamblea de la entidad aprobó el aumento de la cuota capital, a fin de afrontar inversiones necesarias y, según se necesite, también cubrir el déficit que existe, si bien no es ese su fin. Para el bolsillo del usuario, es un aumento de tarifa, aunque lleve otro nombre. 

Más allá del caso particular de nuestra ciudad, donde pagamos un servicio eléctrico carísimo, el congelamiento actual no alcanza a borrar las grandes diferencias en materia tarifaria que persisten a nivel nacional, lo que da cuenta de la dimensión del atraso que se vive en Buenos Aires en este sentido. 

Si bien el precio de la electricidad tiene un subsidio que beneficia a todo el país en materia de generación, el Valor Agregado de Distribución que aplica cada distribuidora eléctrica varía enormemente en el territorio, según el aporte que el Estado nacional hace a las empresas. 

Los entendidos en la materia dicen que el punto de inflexión en la brecha de precios en materia de electricidad entre el interior y Buenos Aires se dio en 2008, cuando se hizo la última actualización del cuadro tarifario en el área metropolitana. A partir de esa fecha, la brecha creció porque muchas provincias fueron actualizando sus tarifas en forma anual, mientras que en Buenos Aires se mantenían los valores congelados.

Otro caso es la vivienda. En la Capital, las propiedades están casi 100 por ciento dolarizadas, mientras que en el interior los propietarios son mucho más flexibles con la moneda de pago, porque no hay posibilidades de subir más los arrendamientos que, en Pergamino, son altos en general, pero la mayoría se arregla en pesos. 

El beneficio de vivir en el interior se siente con especial fuerza entre los hogares de clase media y baja, ya que ciudades como la nuestra cuentan con muchas escuelas públicas distribuidas en todo el radio urbano. Y si se opta por una privada, se compensa con la ventaja de poder llevar los chicos a la escuela caminando o en colectivo público (un beneficio con que cuenta Pergamino –y con cinco líneas- pero no la mayoría de las localidades de igual calibre). A su vez, el Hospital local, por ser el destinado en la zona para la atención de casos agudos, tiene todos los servicios de urgencia funcionando. En este aspecto, la vida en Pergamino u otras ciudades del interior bonaerense es más accesible que en el distrito porteño.

Pero en los alimentos, volvemos a estar desaventajados. En el caso de los productos de la canasta básica, las distorsiones de precios tienen un impacto importante. Los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires, generalmente, acceden a productos envasados a valores más bajos que los que se paga en el interior y esta tendencia se vio potenciada en el último año a partir de la popularización del programa Precios Cuidados. Porque el plan es para todo el país pero en la práctica no alcanza una cobertura total. Por ejemplo en Pergamino sucede que hay zonas, lo que se llama comercio de proximidad, que no se encuentran. Y en los que sí lo están, la mercadería en oferta se agota rápidamente sin que sea repuesta en las góndolas.  

La brecha de los precios de la canasta alimenticia entre las provincias es inexplicable, no hay transporte que justifique tanta diferencia entre Buenos Aires y el interior.

Respecto de las diferencias en el precio de las naftas, entre los surtidores porteños y los del interior pueden llegar a 20 por ciento. Pese a la rebaja de 5 por ciento que entró a regir el 1° de enero, el litro de la nafta súper en la mayoría de las capitales del norte del país sigue por encima de los 13 pesos, contra los 11,31 de la Capital Federal.

El problema de los mayores costos en el interior, no es sólo para el hombre de a pie, que lo padece, sino para las empresas regionales que también sufren costos más altos y además deben trasladar la mercadería a Buenos Aires y hoy, la logística, es lo que más les pesa en sus cuentas.

Realmente, tenemos un país diverso, no sólo en los paisajes sino en los costos.


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