Editorial

Se buscan culpables que expíen errores


Hablar de inflación, seguridad o de la caída del empleo, resulta hasta cansador. Seguramente, no es algo que sorprenda al lector ya que se palpa y se ve en la realidad cotidiana. 

Claro que para muchos kirchneristas, que se están volviendo fundamentalistas del relato, si mencionamos o realizamos algún tipo de crítica en torno a estas problemáticas es porque somos buitres, antipatrias, cipayos, golpistas, invasores extraterrestres o vaya a saber qué otra categoría inventada por las mentes enfervorizadas por la retórica de la Casa Rosada. Estos creadores de teorías conspirativas son los mismos que le aplauden a la presidenta absolutamente todo lo que dice e intentan reducir la realidad a un esquema binario-maniqueísta, donde hasta la más mínima disidencia debe ser condenada.

Lo que está sucediendo es una copia burda y barata de lo que ocurría del otro lado de la cortina de hierro, en el sistema soviético que estalló por los aires a fines de los años 80. En los países europeos que formaban parte de ese régimen, el Estado era una suerte de Gran Hermano que pretendía controlar hasta el más mínimo detalle de sus ciudadanos. Cualquier semejanza con la Afip, que ahora quiere que se le informe hasta la variación del peso de la valijas que llevan los turistas argentinos que se van al exterior, es una mera coincidencia. No es algo de nuevo. Los controles asfixiantes, inspirados en alocadas teorías conspirativas, están llegando a su máxima expresión en Venezuela. Allí el chavismo anunció hace algunos días que el país caribeño está siendo víctima de “una guerra bacteriológica”. No fue un comentario aislado o una humorada. Lo dijo en un mensaje trasmitido por cadena el propio Nicolás Maduro, el mismo que  afirmó que el fallecido Hugo Chávez se le apareció en forma de un “pajarillo chiquitico” para aconsejarlo. En definitiva, hacerle caso a un ave imaginaria y creerse la reencarnación de una arquitecta egipcia es prácticamente lo mismo.

La imposibilidad manifiesta de Cristina Kirchner de reconocer que pueden haber existido errores, impericia o falta de voluntad política en la búsqueda de soluciones y en cambio culpar a otros –a cualquiera- de los problemas que agobian al país, es analizada por algunos desde un costado patológico. 

“¿Cabe alguna duda de que la presidenta padece el síndrome de Hubris?”, planteó el médico y periodista Nelson Castro el jueves en su programa El Juego Limpio, tras la última cadena nacional de Cristina, luego de que el juez norteamericano Thomas Griesa declarara en desacato a la Argentina. 

Los afectados por el Hubris se comportan de manera impulsiva. Creen ser infalibles. Hablan de sí mismos todo el tiempo, son autorreferenciales y se sienten responsables de un modelo y con una misión histórica que los pone por sobre la ética que rige para la gente común, pero no para ellos, que –creen- encarnan la historia y el bien. Y en función de ello, consideran que son el centro del universo y que todos conspiran en su contra. 

Neville Chamberlain, Adolf  Hitler, Margaret Thatcher en sus últimos años, George Bush o Tony Blair son sólo algunos de los líderes que han sucumbido al “Hubris”, un problema que no está caracterizado como tal por la Medicina, pero que para los especialistas en la psiquis humana tiene síntomas fácilmente reconocibles, entre ellos una exagerada confianza en sí mismos, desprecio por los consejos de quienes les rodean y alejamiento progresivo de la realidad.

“Las presiones y la responsabilidad que conlleva el poder termina afectando a la mente”, explica Lord Owen, que ha recogido en su libro “In Sickness and in Power” (“En la enfermedad y en el poder”) las conclusiones de seis años de estudio del cerebro de los líderes políticos. “El poder intoxica tanto que termina afectando al juicio de los dirigentes”, afirma.

Llega un momento en que quienes gobiernan dejan de escuchar, se vuelven imprudentes y toman decisiones por su cuenta, sin consultar, porque piensan que sus ideas son las correctas. Por eso, aunque finalmente se demuestren erróneas, nunca reconocerán la equivocación y seguirán pensando en su buen hacer. 

De esta manera se puede llegar a entender que gente tan formada y con años de experiencia en la gestión como la propia Cristina y gran parte de su Gabinete, persistan deliberadamente en fórmulas que, a la luz de los hechos, no están funcionando y que tampoco fueron efectivas en otros países y momentos de la historia.

También el síndrome de Hubris explica esta práctica habitual del Gobierno de sindicar a los actores económicos como enemigos del Estado y culparlos de supuestas conspiraciones golpistas. En ese marco, el relato también es útil para encontrar excusas donde sólo hay impericia, paranoia o una mezcla de todas las cosas. Pensar que la presión por cobrar de los fondos buitre, la caída de la demanda en la industria automotriz, la recesión imperante, la suba del dólar blue o una supuesta amenaza de magnicidio forman parte de una gran conspiración integrada por Alemania, Estados Unidos, el juez Thomas Griesa y un grupo de banqueros y empresarios argentinos parece poco menos que un delirio. Denunciar un gran complot contra su gobierno porque sería el último dique de contención contra los especuladores y contra los que quieren voltear la reestructuración de la deuda es una enormidad. Sugerir la posibilidad de que podrían llegar a matarla o meterla presa la próxima vez que viaje a Nueva York, como lo planteó el martes en su discurso a la militancia, sonó más al tipo de victimizaciones a las que nos tiene acostumbrado Elisa Carrió que a una hipótesis cierta vinculada a la declaración de desacato del juez norteamericano.

En fin, Cristina Fernández de Kirchner y sus seguidores hacen crecer el relato a límites insostenibles y hasta terminan creyéndose sus propias mentiras. 

Finalmente, la frutilla del postre de la semana fue la pelea simultánea con Alemania, la principal potencia europea, y Estados Unidos, la nación más poderosa de la Tierra. Lejos de quedarse con los brazos cruzados, representantes de ambos países salieron a responder a los funcionarios K, que buscan echarle la culpa de todo lo que sucede en nuestro país a factores exógenos, ya sea los fondos buitre o gobiernos extranjeros. En otras palabras, las bravuconadas de Cristina y de sus acólitos seguidores, queriendo lavar culpas por la situación de default en la que se encuentra el país, cuando la cesación de pagos fue el resultado de la impericia y de la falta de profesionalismo de los negociadores argentinos, entre ellos parte del elenco gobernante, ya no se sostiene.  “En Argentina, culpar a los extranjeros por su grave situación económica es un deporte tradicional”, se pudo leer en The Wall Street Journal esta semana.

Culpar a otros es políticamente provechoso. Lamentablemente, jugar a víctimas, al final del día, te convierte en una víctima real para tu propia lástima porque no deja de ser una teoría autoderrotista la de la conspiración.

Con o sin síndrome de Hubris, las acciones del Gobierno son fáciles de entender para nosotros, los argentinos, que hemos aprendido a leer entrelíneas cada discurso, cada actitud: los políticos en ejercicio piensan a corto plazo y harán todo lo posible para permanecer en el poder y tener dinero público para gastar y comprar apoyo popular. Lo que no tiene sentido desde una perspectiva económica racional, resulta racional en el corto plazo para un funcionario en el poder. 

La economía argentina hoy está más enferma que el año pasado, porque los precios de la soja están bajando, las importaciones chinas están decreciendo y el peso que tiene la Argentina a nivel internacional es más bajo tras el reciente default. Ninguna receta aplicada ha funcionado sino todo lo contrario. Sólo nos queda volver a la racionalidad: no manipular la moneda, negociar la deuda nacional (no jugar a la víctima para contar con el apoyo popular) y balancear el gasto público porque sin posibilidades de seguir aumentando impuestos y sin acceso al crédito, el creciente déficit fiscal se financia con emisión monetaria que presiona sobre el precio del dólar. Y en esto nada tienen que ver los fondos buitre, los bancos, Griesa ni Obama


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