Editorial

Salario e inflación: nadie puede tapar el sol con las manos


Cuando se trabaja sobre inflación, costo de vida y salarios, para ubicar a la Argentina dentro del mapa regional y mundial, pero comparando todos los ítem juntos, una mirada sesgada (varias veces utilizada perversamente por nuestra presidenta) puede mostrar que nuestros sueldos son quizá mejores que otros de la región. Pero la observación tiene que ser completa y sopesar que en los países vecinos la inflación ronda 2 por ciento, mientras que aquí hablamos de un poco más del 40 por ciento. De todos modos, ya ni siquiera la visión monetarista del asunto nos deja bien parados porque al medir el salario promedio despojado del ítem inflación, medido en dólares estamos definitivamente en el bajofondo. Así que tenemos sueldos bajos, en un país con inflación, donde cada día es más alto el costo de vida.

Por eso en los informes que se leen sobre la cuestión hay que tener sumo cuidado con el tema, un salario es alto o bajo de acuerdo a para qué alcanza en la vida real. Y en este aspecto la inflación es clave en el análisis.

Por ejemplo, para alquilar en la mayoría de los países latinoamericanos, quien cobra un salario mínimo no puede hacerlo. Europa es donde se pagan mejores salarios, no porque sean más altos o más bajos en términos monetarios sino porque permiten al que lo cobra vivir y participar de actividades recreativas.

Argentina supo tener años atrás el mejor salario de América Latina, sin embargo la inflación fue corroyendo su capacidad de compra. 

Y esta no es una cuestión que pueden dilucidar especialistas solamente sino que quienes hacen los mandados, llenan la heladera, van a la farmacia, pagan los servicios y los impuestos lo saben y no hay relato oficial que lo convenza de lo contrario. Mejor dicho: lo sabe y lo padece; sufre el no poder ahorrar, el no poder darse gustos a pesar de trabajar de sol a sol, el no poder pasear en familia y lo compensa con pequeños lujos solventados con la financiación: televisores, computadoras, artículos para el hogar. Claro que el placer se opaca cuando a fin de mes llegan las boletas con la acumulación de pequeñas cuotas que conforman un importe doloroso. Pero al menos, siente al ver las cosas que algo le redituó su trabajo. El problema es que la carne, la consulta al médico, la obra social, no se pueden pagar en cómodas cuotas.

El salario y la jubilación, aunque el Gobierno lo niegue, han sido erosionados por la inflación, aun cuando ha habido paritarias del 30 por ciento de incremento o más.

Sin embargo el relato oficial insiste en que el sueldo argentino está bien equiparado a la inflación, sencillamente porque no reconocen el 40 por ciento de alza de los precios. Por eso también han rechazado conceder un bono para fin de año, que alguna vez se ha dado y hoy más que nunca los gremios opositores reclaman. 

El argumento del secretario de Comercio, Augusto Costa, es que los aumentos salariales de este año resultan suficientes para cubrir la suba de precios. Y volvió a rechazar la medición de las consultoras privadas, que es la que desnuda el incremento real de precios, el que cada uno siente en su bolsillo. Les espetó directamente a los gremios “moyanistas”, que son los que más reclaman, que el pedido de un bono que “no está justificado por lo que son objetivamente las variables económicas” que manejan en la administración nacional. 

Es decir que tenemos por un lado al Ejecutivo con un índice y por otro a las consultoras, entidades camaristas, el Congreso –además de lo que dice la gente en las calles-; y entre un extremo y el otro hay unos 15 puntos de diferencia.

La inflación que miden distintas consultoras privadas llegó esta semana al 41,06 por ciento anual. En promedio, ningún aumento salarial de este año superó el 30 por ciento. Pero, según el Gobierno, no hubo una pérdida del salario real que amerite reclamar la reapertura de paritarias o un bono de fin de año. 

Este índice es el que ponderan, punto más o punto menos, en el Congreso, ante la desconfianza que les inspira el Indec, manipulado en sus porcentuales o bien por la utilización de fórmulas engañosas desde la época de Néstor Kirch-ner. Pero como es avalado sólo por los legisladores opositores, el funcionario Costa lo considera un número sin ningún tipo de rigurosidad: “No sé de dónde sacan esos números. Estamos cansados de explicar que hacer un promedio de consultoras que no tienen rigor científico es poco serio”, apuntó.

Considera que en realidad el verdadero objetivo de la difusión de ese índice es “generar una situación de conflicto e incertidumbre” que impulse los reclamos gremiales. En realidad, los acompaña porque los sindicatos piden que la inflación y el salario se mida con el changuito del supermercado. Y ahí no hay verdad que se pueda disfrazar. Los números reales están ahí, mientras que los que maneja el Gobierno, a lo sumo, están en los mercados centrales de la Capital y el Conurbano, como si todos pudiéramos surtirnos de ahí. 

A principios de año, y cuando ya la situación del Indec argentino era criticada en todos los mercados del mundo, el ministro de Economía, Axel Kicillof, y las autoridades del Instituto lanzaron una nueva metodología para medir la inflación con la esperanza de recuperar la confianza en las estadísticas públicas. Pero no son todavía lo suficientemente ajustadas a la realidad como para que sean confiables. Incluso en los últimos meses, han dado alzas de precios menores que a comienzos del año, como queriendo prorratear para llegar a un fin de año aceptable dentro de lo previsto. Pero insistimos: aunque dibujen la cifra que más les plazca, el ciudadano sabe que estamos transitando la mayor inflación de los últimos 23 años.

 

Lamentablemente no se puede tapar el sol con las manos, ni esconder la realidad sobre el costo de vida con números falsos.


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