Editorial

Saber hacia dónde vamos para poder encontrar el equilibrio


La problemática de los cierres de fábricas y la consecuente caída de puestos laborales suele ser noticia en relación con las grandes ciudades, con cordones industriales, como Buenos Aires, Rosario o Córdoba. Cuando una Pyme de una ciudad como la nuestra baja su persiana y despide a sus empleados, aunque se trate de un menor número de personas, la incidencia porcentual en la población es tanto o más impactante que cuando se trata de una gran industria. Porque en pequeñas economías, 50 personas sin trabajo repercuten como 500 en una gran urbe. 

Esta es la realidad de las economías regionales, que está al tope de la agenda de las preocupaciones de los gobernadores. Porque es a ellos y a los intendentes que les explota en sus caras la conflictividad social. Por eso salieron a pedir al Gobierno nacional que se limiten las importaciones que afectan a sus industrias.

En consonancia con este anuncio, LA OPINION reflejó en la semana pasada y con un informe central el domingo lo que está sucediendo aquí con la industria de la confección, que ocupa directa e indirectamente a miles de familias.

En estos días varios mandatarios provinciales advirtieron sobre una crisis de la producción local. El último en alzar la voz fue el riojano Sergio Casas. “Queremos un equilibrio en la apertura de importaciones”, señaló el mandatario durante la apertura de la 98° reunión del Consejo Federal de Trabajo, donde Casas ofició de anfitrión. Es importante que el gobernador no habló de cerrar las importaciones, ya que eso sería otra debacle, sino que apuntó a que se encuentre el equilibrio, porque los extremos nunca son buenos.

La Rioja tiene una similitud con Pergamino, ya que allí el motor industrial está dado por el sector textil, que atraviesa una situación agónica. No es casual que el reclamo sobre las importaciones llegue desde provincias donde ese rubro es de relevancia. Precisamente, en nuestra edición dominical, los industriales de la confección de nuestra ciudad, donde también somos una suerte de cuenca de la fabricación del jeans, se quejaron de los padecimientos que les genera una apertura indiscriminada en el rubro de la confección. También se queja amargamente el gremio de Sutiv que ve adelgazar su padrón de afiliados mes a mes.

Concretamente, Casas pide “un techo a las importaciones y que se pueda dar un rango de competitividad para mantener las fuentes laborales”. Sobre el cierre de 2016 hubo un acuerdo entre la Provincia, el sindicato y los empresarios de ese polo productivo para no despedir personal durante 180 días, aunque desde la CGT local advirtieron que los empresarios están incumpliendo su parte. Porque la realidad es que si la importación es indiscriminada y descontrolada en el rubro textil, la competencia se hace imposible. Por deslealtad comercial y porque los costos argentinos cuando se cumple con todo lo que la ley indica en cuanto a impuestos laborales y a la producción son más altos que los de los países que ingresan sus mercancías por el puerto de Buenos Aires.

Es dable aclarar que si bien hay un crecimiento en la importación directa de particulares (ya sea por compras en viaje o por comercio electrónico puerta a puerta), no es este dato incidente en nuestra balanza comercial: es una porción ínfima de ciudadanos quienes lo practican y por cantidades de uso personal. Incluso si todos los argentinos compráramos algo durante el año en el exterior, cosa que no sucederá nunca, ello no influiría en la producción nacional. No es a esta apertura generalizada a la que apuntan las industriales sino a la que llega por containers. Cuando hablamos de importación nos referimos a la compra al exterior en gran escala, la que se comercializa a precios que en nuestro país no se logran, en los comercios minoristas.

Catamarca es otro distrito afectado por la importación textil. Su gobernadora, Lucía Corpacci cuestionó la apertura y dijo que hay una “crisis industrial inocultable”. La crisis textil también golpeó a Chubut. El viernes el gobernador Das Neves se reunió con los trabajadores de la empresa Guilford para avanzar en una serie de subsidios estatales tras el cierre de la compañía.

En el Litoral, la apertura de importaciones también se metió en la agenda. Tras el cierre en Rosario de Mefro Wheels, la única fábrica de llantas de acero para autos del país. El gobernador de Santa Fe, Miguel Lifschitz cuestionó la política de puertas abiertas del Gobierno nacional. “Creemos que un país integrado al mundo debe importar lo que necesita, lo que no se fabrique en el país. No podemos poner en riesgo la industria nacional con productos importados que compiten a precios más bajos”, dijo. El puntano Alberto Rodríguez Saá, cuya provincia tuvo el cierre de varias textiles como Alpargatas o Puma a finales de 2016, también mostró preocupación sobre el tema.

El problema de la presencia y la ausencia de las barreras arancelarias, la medida en que se establecen, no es sencillo. Hay que encontrar un punto de equilibrio entre lo que necesitamos -sean insumos para fabricar o manufacturas que aquí no se producen- y lo que es conveniente que no ingrese al país porque de su producción nacional y venta dependen el trabajo de muchas familias y las economías regionales. Es decir, ni todo abierto ni todo cerrado. Más bien abierto con un criterio que siga una estrategia local.

Durante el kirchnerismo padecimos tal cerrazón que hasta se temía que no ingresara la insulina al país, por poner un ejemplo de la salud. Del mismo modo faltaron elementos indispensables para la fabricación, desde tornillos hasta autopartes. Y también el ciudadano se vio limitado al querer comprar cosas que acá no se fabrican, que no ingresaban por los puertos y tampoco se le permitía conseguirlas de afuera.

La verdad sea dicha: hay productos que en la Argentina no se fabrican y que es necesario importar. Porque no es cierto que la “sustitución de importaciones” de las que hablan tanto los sectores de la izquierda pueda ser posible en todos los frentes. En todo caso, sí se puede incentivar su fabricación, pero en tanto no se concrete de manera ostensible, debe seguir viniendo de afuera. A su vez hay productos que en la Argentina no se pueden fabricar sin insumos extranjeros y en muchos casos tampoco conviene en términos económicos desarrollarlos aquí. Pero por otro lado, la apertura indiscriminada, que no vaya en consonancia con una estrategia de producción nacional, que tenga perfectamente claro qué cosas se harán acá y cuáles no (por razones operativas, de costos, de inconveniencia geográfica), trae como resultado lo que ya vivimos y estamos en puertas a repetir: despidos y desindustrialización.

Por eso los gobernadores hablan de equilibrio entre lo que dejamos ingresar sin aranceles y lo que no, lo que por otra parte es política de todos los países del mundo. Donde hay industrias que se protegen y otras que deben ingresar en la competencia directa.  Nosotros agregamos a este análisis que si se tiene en claro el modelo productivo al que la Argentina aspira, lo que aún está por verse, se podría tener claro hasta dónde abrir las fronteras y para qué productos y en qué casos conviene arancelarlos para proteger la producción y el empleo local. Sobre todo porque en aquellos rubros donde la apertura será irrestricta deben tener clara la necesidad de reconvertirse en otros rubros que se hagan más necesarios o donde encuentren nichos de competencia ciertos. Por el momento el Gobierno considera que la importación no es “indiscriminada” sino que se está abriendo paulatinamente las fronteras al comercio exterior. Sin embargo los despidos que se vienen dando a lo largo de todo este verano desmienten esta versión oficial.


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