Editorial

Presupuesto de ciencia ficción


Luego de casi 10 horas de debate en el Senado nacional, en la madrugada del jueves se dio sanción definitiva al Presupuesto 2015 para el último año de gestión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. El proyecto fue defendido en el recinto por el presidente de la comisión de Presupuesto y Hacienda, el oficialista Aníbal Fernández, quien como miembro informante adjudicó los problemas de crecimiento argentino a cuestiones exógenas. “La desaceleración del crecimiento global y de los socios afecta el crecimiento de nuestro país”, aseveró Fernández. ¿Cómo explicaría entonces el exministro las tasas que registran nuestros vecinos a estas horas?: Bolivia 5.5 por ciento, Ecuador 5 por ciento, Perú 4.8 por ciento, Paraguay 4.5 por ciento y así podríamos seguir enumerando las buenas performances de la región a excepción de dos casos, Argentina y Venezuela, sobre los que se proyecta un decrecimiento.

No obstante las estimaciones negativas, en la realidad virtual del mundo kirchnerista que se plasmó en el proyecto aprobado, los números son otros: se prevé para el año próximo un crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) del 2,8 por ciento; una inflación de 15,6 por ciento; un dólar a 9,45 pesos como promedio anual y una recaudación de 1.489.900,1 millones de pesos. Además, proyecta exportaciones por 82.420 millones de dólares; importaciones por 73.223 millones, y un resultado comercial superavitario de 9.197 millones de dólares.

¿Alguien puede creer que esto sea posible en los próximos meses? Con honestidad, desearíamos que lo fuera pero con realismo asumimos que es un nuevo esfuerzo, vano, por sostener el relato, aquel que intenta convencer a propios y foráneos que Argentina no afronta una crisis de envergadura. Palabras más, palabras menos, Cristina dijo respecto de la economía que “no estamos en Disney World” pero que “tampoco el escenario es apocalíptico”. Y es cierto, gracias a la generosidad de Dios, Argentina nunca entrará en un Apocalipsis, no por virtuosismo de sus dirigentes sino sencillamente porque nunca dejará de ser un país intrínsicamente rico, con potencial propio para ofrecer a sus habitantes un bienestar que otras naciones tienen supeditado a factores naturales, sociales, bélicos, muchos de los cuales, parafraseando a Aníbal Fernández, son exógenos. Pero en Argentina, las culpas son todas propias, nada ha tenido mayor incidencia en nuestro presente que algunas decisiones gubernamentales tomadas en el pasado, especialmente el cepo al dólar, el endeudamiento interno, la emisión como medio de incentivar al mercado de consumo sin el debido respaldo.

Insistimos: ¿alguien puede creer que la inflación será de 15,6 por ciento en 2015? Nuestra historia reciente nos da la respuesta. Ya sobre finales de 2013 se planteaba una Argentina 2014 que no fue (y no precisamente por factores exógenos, como dice Fernández). Recordemos: para el Presupuesto 2014 se había anunciado un crecimiento del PBI de 6,2 por ciento, el cual hoy el mismo oficialismo ha ubicado en el 0,5 por ciento, mientras que las estimaciones privadas reflejan una caída de 1,5 por ciento. Del mismo modo previeron una inflación anual para este año de 9,9 por ciento, índice que hasta septiembre el Indec sitúa en 18,2 por ciento y el IPC Congreso en el 24,4. Ni hablar de los analistas privados que hablan de terminar el año con una cifra cercana al 40 por ciento.

Cabe entonces preguntarse: ¿cómo podemos creer en un presupuesto que se basa en un aumento del PBI de 2,8 por ciento y un índice de inflación de 15,6 por ciento para el año próximo, cuando todos los indicadores señalan que la economía argentina difícilmente presentará mejoría? De la misma manera, se prevé un aumento del gasto público de 18,9 por ciento, mientras los datos oficiales y privados informan una suba de 40, lo cual es totalmente posible al tratarse de un año electoral que demanda erogaciones extraordinarias en orden a exhibir gestión.

Es entendible que en el afán de atraer las muy necesarias inversiones, se quiera exhibir la imagen de un país ordenado, en buen camino a salir de sus problemas. También es lógico que se pretenda optimizar los índices para morigerar los pagos de bonos que se ajustan según la inflación. Es entendible pero no es saludable y la verdad es que no hay número escrito en un papel y avalado por el voto parlamentario que pueda ocultar la realidad.

Es posible que un “sincericidio” sea lo que más beneficios nos reporte a todos. Que la presidenta utilice la cadena nacional para decir de una vez por todas que hay que sanear la economía a costa de tomar medidas contundentes, es decir, que admita lo mal que estamos, puede ser la puerta de salida de la crisis. Y esa honestidad será, a su vez, muy bien vista de cara a las próximas elecciones por quienes no simpatizan con el kirchnerismo.

En general, además de las falacias señaladas, el Presupuesto 2015 presenta los mismos vicios de siempre: discrecionalidad y centralismo en el uso de los recursos. Se repite exactamente la misma matriz de gastos, recursos y financiamiento de presupuestos anteriores. El jefe de Gabinete mantiene los “superpoderes” para reasignar partidas según su criterio, como en el caso de la financiación sin tope del déficit de Aerolíneas Argentinas –en los últimos años, se estiman 2 millones de dólares por día de pérdida-; Fútbol para Todos, que ya ha recibido 7.761 millones de pesos en sus seis años de existencia; o el “cheque en blanco” para la política de subsidios energéticos, que nos cuestan 14.000 millones de dólares por año (2.000 millones más que el total de las retenciones a las exportaciones de granos).

Del mismo modo, la coparticipación de las provincias no se altera –75 por ciento para la Nación y el 25 para las provincias-, cuando son los gobiernos provinciales los que tienen la responsabilidad primaria del gasto. En el caso de la provincia de Buenos Aires, esto empeora seriamente ya que recibe el 19 por ciento como consecuencia de la progresiva licuación del Fondo del Conurbano, que quedó establecido en un monto fijo, causando el profundo déficit que actualmente padecemos.

Tal es la confrontación que plantea el Gobierno que ni siquiera ha considerado incorporar algunas modificaciones sugeridas por los bloques opositores a este esquema copiado y que, dada la crisis que se vive, podrían ayudar. Por ejemplo, desgravaciones impositivas a las Pymes que reinviertan utilidades y no despidan personal o la movilidad del mínimo no imponible para los trabajadores alcanzados por la cuarta categoría del tributo a las Ganancias, entre otras. Pero no, todo se vota con criterio partidario y por obediencia debida, sin lugar a la objeción o las sugerencias. 

El relato, la realidad virtual, el presupuesto dibujado son maneras sutiles de presentar una mentira. ¿Cuál puede ser el devenir de nuestro país el año próximo, si desde la planificación se plantea una situación absurda que nada tiene que ver con la realidad de los argentinos? Pensemos en una planificación de una empresa o de una familia: cuando se proyecta lo que se hará al año siguiente, se tienen en cuenta los ingresos estimados, los gastos fijos y los eventuales; previsiones varias, como el índice de inflación. En fin, lo que todo el mundo hace en su hogar. Imagínese el lector si de entrada planifica con cifras que no son reales ni posibles, ¿cuál será el resultado al concluir el año siguiente? Bueno, lo mismo sucede con el país.

Y esto que es tan básico, obviamente también lo tienen en cuenta los inversores, locales y foráneos. Es decir que no se los va a convencer con un “dibujo” de presupuesto para que inviertan sino que lo harán cuando finalmente el Gobierno evidencie haber asumido la situación del país tomando las medidas necesarias en lugar de parches y, principalmente, cuando impere en nuestro país la seguridad jurídica que garantice la intagibilidad de los capitales y rentas, entre otras normativas. Es decir, cuando seamos un país en serio que, para empezar, no se mienta a sí mismo.


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