Editorial

Padres e hijos: las relaciones de ayer, las de hoy y las que no son


 

Sin duda que la relación entre padres e hijos ha ido cambiando. Ya al final del Siglo XX se conectaban de otro modo. A ningún chico se le ocurre tratar a los padres de “usted”, ni sentir que su palabra tiene un valor absoluto. Cuestiones que eran la base de los contactos de los chicos con los mayores tiempo atrás, fueran sus padres u otra persona de edad.

El acceso de los niños a todo tipo de información, las redes sociales, cambios en los contenidos de las escuelas, la televisión con programación las 24 horas, les ha abierto otro panorama. Y cuando se explotan positivamente estas vías de conocimiento, los chicos incorporan desde la más temprana edad la importancia de llevar una vida más sana en cuanto a alimentación, conocen los riesgos de no cuidar el medio ambiente, de ensuciar las calles, el respeto a las reglas de tránsito. 

Es esta misma información que adquieren la que los ubica en una relación más horizontal con sus padres, tíos, abuelos. Ellos dejan de ser una fuente de conocimiento absoluta para convertirse en una de intercambio y debate. 

Hay padres que aceptan esa educación de ida y vuelta y otros que se resisten. Les cuesta porque se encuentran ejerciendo un rol de una manera impensada por ellos, habida cuenta de que su espejo de aprendizaje fue otro: el padre todopoderoso y sabio cuya lógica valía para todos los que habitaran bajo su techo. Pero debido a que la realidad generalizada es otra, tienen que dejarla pasar y transigir ante planteos y demandas que se presentan con fundamentos muchas veces irrefutables desde el sentido común. 

La psicopedagoga Elvira Giménez de Abad cree que este tipo de conductas en las que los chicos observan y marcan los errores que cometen los adultos son más actuales porque tal vez existe menos distancia entre padres e hijos de la que existía hace algunos años. Lo que decíamos a comienzo. Antes los padres eran “los padres”, no eran cómplices, ni compinches, ni amigos de sus hijos. Ahora no es que deben ser sus amigos, porque no es el rol que les corresponde, pero el acercamiento y el abordaje entre ambos es muchísimo más cercano.

Pero aún siendo más horizontal la relación padres e hijos, no es una relación simétrica: la autoridad son los padres; pero si un padre comete un error, lo mejor que puede hacer es asumirlo y tratar de revertirlo. De lo contrario, el reproche estará siempre a flor de piel en cualquiera de las siguientes situaciones que les toque vivir. Pero además, es lo que corresponde a cualquier sana relación entre humanos, cualquiera sea el rango. Incluso es cada vez más habitual que jefes de empresas admitan sus equivocaciones ante sus empleados sin temor a que se vea disminuida su autoridad. Todo lo contrario. Eso enseña y ayuda a que los chicos se desarrollen con sentido crítico, con autonomía y responsabilidad. Y al corregir la falta no les quita autoridad a los padres.

Hoy, por ejemplo, son los mismos chicos los que les reclaman a sus padres que dejen de fumar. Quizá antes los niños también veían que era malo el cigarrillo, aun con menos información que ahora, pero en esta etapa lo expresan, les dicen que dejen de fumar, que se hacen daño. Y eso descoloca a veces al adulto que pretende que su hijo no se introduzca en el vicio, porque sabe que es malo, pero tiene un cigarrillo en la mano. Los chicos quieren ejemplos, no sólo palabras.

Como sucede con la televisión, las redes sociales tienen su lado positivo y otro peligroso. Lo positivo es que hay campañas contra el maltrato animal, el cuidado del planeta, de la ciudad y la calle. Lo peligroso es, como siempre, el hombre detrás de las máquinas. La perversidad encuentra invariablemente el camino para llegar a sus víctimas e Internet ofrece todas las ventajas para hacerlo. Por eso nunca debe faltar la supervisión del adulto respecto de los contenidos que los niños ven o la gente con la que se conectan, porque la pedofilia existe y se disfraza generalmente de lo más tentador para una criatura. 

De todas maneras, toda la tecnología para facilitar el acceso a la información jamás podrá equiparar las armas para la vida que da el tiempo de calidad compartido entre padres e hijos. Lamentablemente, es cada vez más escaso porque tanto unos como otros están inmiscuidos en actividades que los mantienen alejados del seno del hogar: hay que trabajar –de eso no se duda- y también ahora es prácticamente una receta médica el realizar actividad física; y de los chicos, ni hablar: entre escuela y actividades extracurriculares y deportivas, son turistas en sus propias casas. 

El problema de estos días es que, cuando finalmente se encuentran, el padre mira televisión y el hijo no se desprende de su celular. El adulto de la relación es quien en esa circunstancia tiene que hacer valer sus años y experiencia para poner reglas que, aunque causen rechazo, son para bien. El tema es que el agobio que se trae de afuera al hogar es tal que, una vez más, se dejan pasar estas cuestiones con tal de no sumar una nueva discusión a las tantas que se viven en el día. Pero esta preferencia por un status quo antes que una pequeña contienda significa ir construyendo una no-relación (aunque se comparta una mesa) que si se naturaliza terminará por convertirse en una guerra fría a detonar ante el primer chispazo. 

 


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