Editorial

Mente dolarizada, bolsillos en pesos


Como una de las tantas ironías del Perón más en su versión estadista que en la de caudillo político, decía “¿alguien ha visto alguna vez un dólar?”. Advirtiendo a los argentinos promedio de la década del ‘50, que ya comenzaban a mostrar una mente dolarizada, cuando la mayoría nunca había visto siquiera una vez la divisa.

Desde aquel lejano mediado del Siglo XX hasta la actualidad, el apego de los argentinos al dólar no ha hecho más que escalar, llegándose a hechos ya muy arraigados como que las propiedades, en nuestro país, se venden en dólares. De ahí en más, todos los precios se atan a las subas del dólar (aunque luego no bajen si la divisa se retrasa). Las clases medias sueñan con el dólar barato para viajar, los sectores del campo viven reclamando un dólar alto para exportar y todo el que puede ahorra en divisa extranjera.

No vamos a plantear el viejo argumento que si el peso argentino fuera fuerte la gente no se iría al dólar, porque ese es otro mito urbano, baste hacer un ejercicio más que interesante: conversar con chilenos, brasileños, uruguayos (salvo en Punta del Este) para comprender que nuestros hermanos no piensan en dólares sino en la moneda en la que cobran sus salarios, en la que compran las mercancías y en las que venden sus propiedades. Solo los grandes empresarios, sobre todo del agro que exportan commodities, y los economistas están pendientes del valor del dólar.

Esta actitud de otros países latinoamericanos les da certeza respecto de la economía doméstica que tienen, por otra parte los altibajos del dólar, cierto es, no les complica todos los precios de su mercado interno como sucede en la Argentina, precisamente por la colonización mental que tenemos con la divisa.

Quizá por eso el único país de la región donde un empleado promedio sufre un colapso si el dólar sube es en la Argentina, porque sabe que detrás aumentará todo lo que compra, tenga o no componentes de exportación. 

Este termómetro de la economía doméstica se contrapone con el de la macroeconomía, cuyo bien andar hace a la salubridad de la economía nacional. Para este sector, y todos los vinculados con la exportación (principal generador de la divisa para el país), el dólar está ostensiblemente atrasado. Y el ciudadano común que tiene la chance de viajar lo puede comprobar tomando como referencia bienes como una lata de Coca-Cola o un café. Es en esa comparación cuando salta a la vista que “todo en Argentina es más caro”. En realidad, es el tipo de cambio lo que hace que todo afuera sea más barato, en términos generales. Sabemos que hay también otros componentes, como la carga impositiva o el costo de mano de obra, pero el tipo de cambio juega también su parte.

Esta cuestión de la mente dolarizada no es menor, porque obliga al Gobierno a mantener muchas veces retrasado el precio de la divisa para que no impacte en precios internos y escale la inflación. Lamentablemente, el atraso del dólar nos genera otros conflictos económicos que, como un remedio que cura un problema y genera otros, terminamos pagando todos como una balanza comercial desequilibrada y el menor rendimiento de las divisas que ingresan al país.

El problema es que cuando se trata de cuestiones culturales, como nuestro apego al dólar, es muy difícil generar cambios de mentalidad. Lamentablemente el precio de la divisa sigue siendo la constante de la economía argentina y, precisamente durante el gobierno anterior, con cuatro años de vigencia de las restricciones a la divisa, fue puntal de la política económica dejar atrasar el tipo de cambio, como ancla para la elevada inflación e incentivo a las importaciones que contribuyeron a sostener el consumo y la actividad general. El cepo cambiario atrofió el ingreso de divisas a la economía. Con la llegada de Mauricio Macri al gobierno se dispuso una liberación del mercado de cambios que trajo como consecuencia una inmediata devaluación del peso, con el fin de revertir el ciclo de salida de dólares que en la práctica agotó las arcas del Banco Central. En fin que los dólares han seguido saliendo de este país tan difícil de domar y se retomó la discusión sobre el atraso cambiario, debido a que las altas tasas de inflación que se registran no se generaron por la suba del dólar en este caso. 

Sin ingresar en cuestiones técnicas que son para especialistas, podemos enumerar algunas razones para este comportamiento del dólar y su atraso: las emisiones de deuda que hizo ingresar muchas divisas a la Argentina (luego habrá que pagar esas obligaciones, pero eso será otra historia); el estancamiento económico que es un dato negativo para la población pero en materia cambiaria ayuda porque faltan pesos en manos de particulares para comprar más dólares. Y como estrella de las motivaciones: las tasas del Banco Central. Los elevados rendimientos de las Letras del Banco Central (Lebac) impulsan a que muchos inversores se deshagan de los dólares para buscar rendimientos en pesos. La mayor liquidez de divisas en la plaza financiera es motivo de la baja cotización.

La realidad es que en una Argentina donde se piensa en dólares pero se gana en pesos, la problemática no parece sencilla de resolver, tanto para economistas especializados en el tema que no aciertan a encontrar el modo de llevar a la divisa a su valor real para beneficiar las exportaciones, sin que eso implique complicar más la economía doméstica con mayor inflación.

 

En un lenguaje coloquial (y apenas callejero) podríamos decir que tenemos un “karma” con la cuestión del dólar y que ir resolviendo esta cuestión tendrá relación directa con nuestra posibilidad de normalizar la economía y lograr reacomodar variables que, aunque parezcan alejadas de nuestra realidad cotidiana, terminan teniendo estrecha relación con la suerte que correremos de aquí en más…


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