Una vez más las clases no comenzarán en la fecha prevista. Una vez más los gremios de docentes convocaron a un paro nacional como método de protesta. Una vez, los chicos, por los que todos dicen desvelarse, son los perjudicados.
El paro de 48 horas para el 6 y 7 de marzo es en rechazo a la propuesta de aumento del 18 por ciento en tres cuotas. Una oferta considerada escasa pero es hasta donde la Provincia -dice- se puede comprometer a abonar, según la propia gobernadora. Ofrecer más sería, a su criterio, una irresponsabilidad. Y asegura que no quiere cometer el error de salir de la coyuntura con una promesa incumplible que se traduciría, más temprano que tarde, en no poder pagar los sueldos por falta de recursos.
No es novedad que el inicio del ciclo lectivo sufra estos vaivenes. Viene sucediendo todos los años, salvo en 2016 ya que recién asumido el gobierno del PRO, los gremios parecieron haber considerado dar un período de gracia a las nuevas autoridades. Pero el año anterior a Daniel Scioli le habían hecho casi un mes de paro, siempre por reclamos salariales.
En esta oportunidad no se trata de la provincia de Buenos Aires o la Ciudad, sino de toda la Argentina, porque a la huelga han adherido los cinco gremios que nuclean a todos los docentes del país (Amet, Sadop, Suteba, Udocba, FEB y UDA). En lo que hace a nuestro territorio, la gobernadora María Eugenia Vidal anunció que utilizará todas las herramientas legales para obligar a los docentes a ir a clases: conciliación obligatoria, aumento por decreto de acuerdo a la fórmula anunciada y descuento de los días de huelga.
La situación se ha tornado compleja a estas horas, funcionarios y gremialistas se cruzan en todos los programas de televisión y radio. Cada uno con su punto de vista irreductible. Como es natural, salta a la vista que si ninguna de las partes cede, la negociación no llega nunca a buen fin.
Todo esto es ampliamente conocido y dudamos que podamos aportar algo novedoso a la sempiterna pelea por los salarios antes de iniciar las clases. Y la verdad es que los niños y jóvenes que están educándose quedan al margen de esta dura puja, pero sufren las consecuencias de las decisiones que toman las partes en pugna. Son ellos los que no tienen clases, mientras nuestra escuela pública se va adelgazando sin que podamos ponerle remedio.
Antes de avanzar en el análisis de esta temática, se hace necesario hacer algunas aclaraciones que, aunque parezcan ociosas no lo son. En principio nadie pretende cercenar el derecho de huelga a los docentes, porque está protegido por nuestra Constitución Nacional, tampoco es necesario recurrir al atajo de que prestar un servicio público elemental no pueden parar, ya que en la Argentina vemos todos los días huelgas de profesionales médicos en los hospitales públicos.
El problema es más profundo, comenzando por la hipocresía de una sociedad que afirma que le interesa mucho la educación, que es uno de los pilares del futuro, pero sin embargo estas declaraciones políticamente correctas luego no se reflejan en la realidad, en la propia comunidad educativa ni fuera de ella. Por eso nuestra escuela pública atraviesa un momento tan complejo, con problemas que van desde el aprendizaje mismo hasta la cuestión edilicia y el salario docente.
Sin dudas que es importante el diálogo y la negociación para llegar a acuerdos salariales, más aun cuando se trata de iniciar el ciclo lectivo. Pero la verdad es que la repetición de la conducta huelguista como método para obtener unos puntos más de incremento de sueldo parece ir agotándose en sí misma. Año tras año, las reuniones, las rupturas de negociaciones y el paro, como un sino inexorable.
Lo que ya no podemos ignorar es que así como sucede con los piquetes que se han transformado en una suerte de modo de vida, el de resolver todos los diferendos en la calle, generando el enojo de todos, los paros también van fatigando a la sociedad, mientras los alumnos quedan de rehenes de un conflicto en el que parecen no ser parte (aunque son destinatarios) y la sociedad empieza a preguntarse si no hay otro modo de protesta que no sea la suspensión de las clases, invariablemente cuando están por iniciarse.
Normalmente en este tipo de protestas, sean callejeras así como en los paros de actividades en los subtes, los hospitales o las escuelas suele haber coalición de derechos, porque a alguien se le cercena el suyo. Si hablamos de una huelga docente se le lesiona al niño el derecho a ir a aprender. Por eso es importante encontrar nuevas formas de protesta, otro modo de hacer sentir el descontento, llegar a las autoridades sin tener que poner en el medio de los estudiantes que son, al fin, los que se perjudican. Quizás con más imaginación y maneras más novedosas de queja que no impliquen dejar a los alumnos sin días de clase. Dejando el derecho de huelga que, insistimos, es una herramienta legal, para la última instancia y no para el primer traspié en una negociación.
En Bariloche, los bomberos voluntarios que reclamaban porque se les otorgue una ART, encontraron una manera de hacerse oír, de visibilizarse y de que la sociedad se enterara de su situación pero de un modo empático, constructivo: en el Centro Cívico, sin cortar el tránsito, sin banderas ni estruendos, hicieron un festival donde se bailó, se cantó y hasta se lanzó espuma simulando nieve. Entre cada número artístico, se leían las proclamas y consignas. Y lograron su objetivo ampliamente, porque fueron atendidos, porque la gente tomó conciencia de su problemática y los acompañó en el reclamo. Esto último es algo que los docentes han dejado en el camino por falta de consideración: la sociedad, en general, ya no los acompaña. Tal vez porque no los entienden, tal vez porque no han encontrado la forma de que se los entienda porque prevalece la violencia verbal, la agresividad y el extremismo en su protesta.
Los docentes seguramente podrán encontrar el modo de hacerse oír en sus reclamos con una nueva visión de la sociedad, sin recurrir siempre al paro como si fuese la única salida posible antes de comenzar el ciclo lectivo, primero 48 horas y la amenaza de su extensión, mientras los chicos se quedan sin iniciar la escuela, con todas las implicancias que tiene esta problemática.