Editorial

Los muertos en Brasil y los problemas de la región


Una noticia de nuestros vecinos brasileros impactó ayer cuando los diarios publicaron una estadística escalofriante: una persona es asesinada cada 10 minutos en Brasil. Pero, para poner la cifra en contexto es necesario resaltar que se trata de un país con 202 millones de habitantes. Nuestro país por ejemplo cuenta con 41.446.246 personas. Hay una enorme diferencia numérica, lo que arroja, por ende, un número mayor de episodios violentos. Es algo similar a lo que ocurre cuando nos sorprendemos ante la frecuencia con que aparecen estos “locos” tiradores en Estados Unidos, que asesinan masivamente en escuelas, centros comerciales y otros lugares públicos. Aquí tuvimos el caso del chico en Carmen de Patagones, mientras que allá estos hechos suceden casi con una frecuencia anual. Y es precisamente porque la población estadounidense es 10 veces mayor que la argentina, lo que determina que haya entre los habitantes más personas con esta criminalidad patológica. 

Si nos quedamos con el dato numérico, podría incurrirse en la falacia; lo lógico es abstraerse de la cifra total y quedarse con la incidencia porcentual. Pero en el caso de Brasil, aun relativizando la cantidad de muertes frente a su enorme población, el resultado es pasmoso: 64,6 asesinatos por cada 100.000 habitantes.

Los datos del vecino país surgen del Anuario Brasileño de Seguridad Pública, que registró 53.546 muertes violentas el año pasado, es decir, 146,7 por día, o 6,11 por hora.

Un estudio de la ONU completa esta información diciendo que Chile con 3,1 por cada 100.000 habitantes es el país con menos homicidios en la región. Lo siguen la Argentina (5,8), Uruguay (6,1) y Bolivia (8,4). En este sentido nuestro país está muy lejos de uno de los países que, junto con México, son los más violentos de Latinoamérica.

La Argentina, en cambio encabeza el ranking de los países con más robos de la región.

Estos números indican que el crimen forma parte de una crisis endémica, que exigen que Brasil encare definitivamente el hecho de que se requieren cambios urgentes para dar respuestas públicas a la violencia.

Es interesante observar que los homicidios siguen teniendo un perfil: el 93,8 por ciento de los asesinados son hombres; el 68 por ciento personas de raza negra, y el 53,3 jóvenes de entre 15 y 19 años. De esta información también se puede hacer una lectura: todo sugiere que precisamente por el gran tamaño de la población, hay mayores desigualdades sociales y es fácil de advertir cuáles son los sectores más perjudicados: minoría étnica ligada a una situación social precaria y jóvenes, capturados por el negocio de la droga. 

En Brasil dicen que en 26 años, desde el comienzo de la democracia, han muerto más de un millón de personas y eso, afirman, es cuatro veces más que lo ocurrido en Vietnam. Habla de una sociedad violenta y descontrolada en muchos sectores de la población. Lo afirma la Fundación “Getulio Vargas”, universidad que colaboró en la realización del estudio.

El drama gira sin solución de continuidad porque la policía brasileña está acostumbrada a redoblar la violencia para resolver los asuntos de inseguridad, lo que no ayuda a dar un cambio de paradigma. Las muertes por enfrentamientos con la policía el año pasado fueron 2.212, mientras que 490 oficiales perdieron la vida en estas situaciones. En los últimos cinco años, 11.197 personas murieron en choques con las fuerzas de seguridad en las calles del país, un promedio de seis por día. En el estado de Río de Janeiro, la policía mató a 416 personas el año pasado, lo que significó una tasa de 2,5 muertes por cada 100.000 habitantes, la más alta del país. 

Uno de los problemas más serios que padecen los brasileños es que en las inmensas favelas se refugia el narcotráfico. Por eso están instalando Unidades de Policía Pacificadora (UPP) en estas comunidades para evitar que sigan controladas por bandas de narcotraficantes. Esta tarea no será fácil y habrá muchos enfrentamientos y muertos por este motivo.

Actualmente, en las cárceles brasileñas hay un récord de 574.207 reclusos, de los cuales el 40,1 por ciento está a la espera de un juicio. Numerosos organismos de derechos humanos, como Amnistía Internacional, han criticado la violencia y el hacinamiento en las prisiones de Brasil, donde son recurrentes los motines de los detenidos en reclamo de mejores condiciones carcelarias. Esto en otra proporción también sucede en la Argentina donde hay cifras alarmantes de presos a la espera de juicios, como comentamos en el editorial del día martes.

Pero lo que sucede en Brasil nos debe servir de alerta, porque así como el narcotráfico anidó en las favelas y ahora es muy difícil erradicarlo, en la Argentina además del Conurbano, se ha instalado en Santa Fe, en Rosario, una ciudad vecina. Allí es donde se producen más homicidios, estilo “ajuste de cuentas” y crímenes violentos que no responden de manera directa a la inseguridad imperante sino al crimen organizado, que no es endógeno sino que llega y se instala donde le es posible, donde se lo deja. El secreto está allí: en estar alerta y que no se permita por ninguna vía, ni la judicial ni la política, afincarse. Esto fue lo que sucedió en el Conurbano con la llegada de extranjeros que sin mayores explicaciones lograron un estatus de residencia, incluso consideración en altas esferas sociales y políticas, a partir de sus colaboraciones económicas, como se desnudó en el caso de la ruta de la efedrina. 

Que no encabecemos el ranking de homicidios sino de robos, no deja de ser una buena noticia en medio de la inseguridad que vivimos, pero si no tomamos en serio la problemática del narcotráfico que ya está instalada en la Argentina, rápidamente se producen los desmadres y ya las soluciones son más complejas y violentas.

Y todo esto también se replica en el ámbito de las denominadas barras bravas de fútbol, que ya no son exclusivas de ese deporte sino que florecen a la sombra de esa excusa para cometer todo tipo de delitos. En los últimos días hubo varios asesinatos por “ajustes de cuentas” entre barras identificadas por clubes del ascenso en Buenos Aires, y también por enfrentamientos entre grupos internos. Una andanada de violencia sin fin que llega hasta un extremo del que se hace muy difícil volver. Porque este tipo de hechos violentos, con muertes de por medio, suelen tener represalias con más violencia y más muertes.

México y Brasil son países que arrastran, como tantos otros, una historia de violencia callejera y actuación de bandas de secuestros y de venta de estupefacientes de proporciones. Pero alguna vez comenzó el problema y alguien se distrajo en esa oportunidad, por eso llegan a estos niveles de conflicto.

 

Nosotros venimos viendo el proceso incipiente que se viene desarrollando en la Argentina con el narcotráfico y nadie debiera hacerse el distraído y menos aún las autoridades porque después, las consecuencias son inevitables.


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