Editorial

Los derechos humanos emergentes en la Argentina


La Argentina, por su historia y las heridas que han dejado las sucesivas dictaduras militares, ha circunscripto los derechos humanos -primero por necesidad y luego por imposibilidad de romper el cerco que se generó alrededor del dolor- a la cuestión derivada de la tragedia del terrorismo de Estado en la década de los 70. Como es natural y comprensible esta situación se arrastró durante décadas, ocupando el espacio de todo el concepto que los “derechos humanos” implican, justamente porque se habían vulnerado al extremo.

Sin renunciar a la memoria histórica, porque los pueblos que olvidan están condenados a repetir los errores, el momento indica que sería hora de redimensionar el concepto de derechos humanos, para enmarcarlos en la amplitud de su significado universal: derecho a la vida fundamentalmente, a la dignidad entendida como la vivienda, la salud, la educación, el medio ambiente, la igualdad jurídica. En nuestro país, el clamor público, las luchas reivindicativas, los gestos de defensa tienen siempre una connotación política, vinculada a la represión del Estado o el avasallamiento a las libertades civiles, mientras que estos derechos elementales y universales que mencionamos quedan como en un segundo plano, como si fueran otra cosa y no derechos humanos.

Hablamos de los “derechos humanos emergentes” que, si hundimos el escalpelo, se relacionan con cuestiones básicas que ya no debieran ni siquiera exigirse, debieran ser parte de lo común en la actualidad. Sin embargo están ausentes para muchos ciudadanos pero nadie levanta la voz de manera contundente y unánime como sí se ven pronunciamientos y acciones cuando se percibe una amenaza sobre las libertades individuales. Que también son parte de los derechos humanos –huelga decirlo- pero no son los únicos ni los más acuciantes en este momento de la historia. 

Por eso frente a los pensadores que hablan de “nuevos derechos para nuevas necesidades” no podemos menos que contestarles, nuevos derechos para viejas necesidades. Solo podemos considerar “nuevos” a cuidar el ambiente, a que no se siga dañando el agua, los bosques, la naturaleza, a respetar la orientación sexual, a la mujer de todo tipo de violencia. Ya que el resto de los derechos, se cumplan o no, son parte de las declaraciones de derechos humanos a los que institucionalmente todos los países adhieren.

Y creemos que estos derechos, iniciado ya el Siglo XXI, son los que debiéramos estar defendiendo con ahínco, en el plano social, político y judicial. La seguridad, no solo sobre los bienes sino, sobre todo, para la persona humana, que hoy se ve jaqueada por el delito, por la presencia de las drogas y el narcotráfico, por la violencia que incrementa los femicidios de manera asombrosa. Y todo esto necesita de la respuesta de las fuerzas de seguridad y de la Justicia hoy; que todos los recursos del Estado se aboquen a brindar garantías y respuestas sobre estas cuestiones urgentes. Precisamente es la sociedad, la que sin grieta y sin sentir que traiciona ningún pasado, debe exigir que así sea porque esto no sucedió hace 40 años, está sucediendo ahora y los argentinos estamos padeciendo.

No pretendemos enfrentar los derechos humanos, entendidos en la concepción pasada con la actual, sino entender que los derechos engloban una concepción más amplia a la que debemos atender y poner el acento en la necesidad que los argentinos tenemos en la actualidad, haciendo visible la realidad que estamos viviendo, donde muchos derechos elementales no se garantizan. Porque esto también atenta contra la vida.

En este sentido, lo vivido en las décadas que han pasado lleva a que las nuevas generaciones sean las que deban redimensionar los derechos humanos, dándoles un contenido que no represente solo saldar la herencia de la dictadura militar, sino que incluya una lucha por la vigencia de todos los derechos. Precisamente porque la realidad que deben enfrentar nuestros jóvenes (nacidos y educados en la democracia) es distinta a la de hace 30 años. Nuevas asechanzas y una evolución de la sociedad hacen que la mirada deba profundizar en función del conflicto presente que nos encuentra frente a otros “monstruos que pisan fuerte”: narcotráfico, trata de personas, delitos cibernéticos, tráfico de armas y una sociedad cada vez más jaqueada por el delito, justamente porque hay mucho derecho humano insatisfecho.

40 años pasaron de la tragedia y la verdad es que aquellos que han padecido la dictadura o se han destruido sus familias no pueden cambiar su percepción de los derechos humanos; tienen las heridas abiertas, la grieta entre quienes apoyaron el terrorismo de Estado y quienes eran cercanos a los grupos armados quizá no cierre nunca. Es muy poco probable que las enormes diferencias entre militares (presos o libres) que creen que han “salvado” la Patria y los que admiran a la guerrilla viendo el costado “épico” de su accionar no tienen razón para reconciliarse. Del mismo modo que quienes simpatizaban con los nazis no se reconciliaron jamás con la comunidad judía y es claramente mutuo. 

Sin embargo para las nuevas generaciones, lo que sucedió es parte de la historia, ya que disfrutan del período de democracia más largo de la historia argentina y son los que tienen más responsabilidades para romper el cerco con el pasado y empezar a reclamar por los derechos humanos en el sentido más amplio y altamente conectado a la actualidad. Los derechos a la dignidad, a la educación, la salud, la seguridad, a la alimentación, resignificando en cada caso a la aplicación concreta.

Los jóvenes no deben desconocer el pasado, al contrario, deben saber que la tragedia de la dictadura fue, de algún modo, una piedra fundacional de la larga democracia que tenemos y que los derechos humanos fueron pilar de este proceso. Queda en ellos salir de la trampa de vivir mirando el pasado y empezar a exigir a futuro. Porque la realidad que les espera es compleja, los desafíos de los viejos derechos incumplidos que se entremezclan con los derechos emergentes, y que son los derechos humanos de este siglo.

Porque las nuevas generaciones tienen el deber de enfrentar otras discusiones que también hacen a los derechos humanos, dándole a la concepción un nuevo y más amplio sentido. 


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