Editorial

Lastimar o profundizar la democracia, es la bisagra de estos tiempos


Se cumplió el 24 de marzo un nuevo aniversario del golpe de Estado más feroz del que tengamos memoria. Los actos de sus más de siete años de duración dejaron una sociedad sorprendida ante el horror y secuelas que trascendieron las generaciones. Lo que nos sucedió recorrió el mundo y hasta se estudió en universidades extranjeras para hundir el escalpelo en el terrorismo de Estado.

Atendiendo a nuestro pasado, una primera conclusión que surge del Día de la Memoria es que el mayor logro argentino es haber recuperado hace décadas la democracia. Y la verdad es que eso es lo único que no se discute en la política de los últimos 30 años. Hay una postura monolítica desde todos los partidos en que este sistema, con sus defectos y sus virtudes, es el mejor que existe en todo el arco de occidente.

Pero el desafío de haberlo conseguido no se terminó el 10 de diciembre de 1983; hay que preservarla y fortalecerla, cosa que no se produce de forma automática, por el solo hecho de votar cada dos años. El sufragio es una herramienta y no lo explica todo por sí mismo.

Profundizar la democracia, cuidarla, fortalecerla requiere de una cultura pública adecuada, un acervo de virtudes cívicas entre las cuales hay tres que son fundamentales

La honestidad: partiendo de la base de que  las decisiones de un gobierno democrático gozan de una legitimidad única, la ciudadanía debe sopesar los asuntos de relevancia que nos atañen según la evidencia y no por la procedencia, una suerte de mirar el contenido de una carta antes de ver quién la firma. Esto es algo que los legisladores y los concejales tienen como práctica: si les llega un proyecto, antes de ver lo positivo o negativo que tiene para los vecinos, miran primero el sello, para ver cuál es la procedencia política que tiene. Y al fin, es el sello y no el fondo de la propuesta la que termina por prevalecer. Por eso, muchas veces nuestros legisladores suelen ponerse en el lugar de “voz del pueblo” desde un lugar deshonesto, declamando cosas que aunque puedan ser anheladas no son posibles. El ciudadano tal vez no lo sepa pero el legislador sí. Y es un gran daño el que se hace de este modo al sistema, al “empiojar” la toma de decisiones legítimas; tanto o más grande que el que se les hace a los vecinos ilusionándolos con aquello que -saben de sobra- que no se podrá hacer, solo para que el oficialismo (cualquiera sea) pague el costo político de tener que decir que no. Vaya por caso cuando se le pide a un intendente por un asunto que no es de su competencia y sobre el cual no tiene decisión ni presupuesto (y el concejal lo sabe) o bien cuando se le exigen sumas de dinero que no figuran en el presupuesto que ellos mismos trataron y eventualmente aprobaron, y que por tanto conocen.

La responsabilidad: esto es, hacernos cargo de lo que decidimos, con sus costos. Si nos inclináramos por el Estado de Bienestar, por ejemplo, tendríamos que aceptar la disminución de la riqueza por la pérdida de los incentivos. Si optáramos por el crecimiento con pleno empleo, tendríamos que tolerar ciertos niveles de desigualdad. Estas son reglas de oro de la economía que, guste o no, siempre se terminan cumpliendo.

El realismo: dejar de exigir un gobierno ideal y contentarnos con vivir bajo el mejor gobierno que podamos y elijamos. La política, como la vida, no es un sueño abstracto, sino tomar las mejores decisiones que estén al alcance en cada momento; no las que serían ideales sino las posibles. El pragmatismo, en este caso, nos aleja de la frustración. En cambio el utopismo extremo solo lleva a la violencia y la negación.

Estas tres virtudes -honestidad, responsabilidad y realismo- hacen a la cultura pública, que es el principal sustento de la democracia. Y nosotros, los argentinos, los pergaminenses, carecemos de ellas. 

Frente a la necesidad de realismo, lo que hacemos es ideologizar la realidad, lo que nos lleva a una confrontación perpetua de modelos de país, que en términos económicos nos aleja en forma permanente del desarrollo. Lo que debiera interesarnos, en cambio, es calibrar si un gobierno nos muestra caminos posibles para mejorar la situación, poder planificar a futuro y construir sobre bases sólidas.

Frente a la responsabilidad, nos manifestamos de manera ambigua: pedimos verdad y cuando nos la dicen no nos gusta y atacamos al mensajero. Hemos escuchado durante los años del kirchnerismo la queja de muchos sectores por los subsidios a los servicios públicos. Sin embargo, cuando se abrieron listados para que quienes tenían una situación económica más holgada renunciara a los beneficios, nadie se anotó prácticamente. Así, un Gobierno populista prefirió evitar problemas y dejó todo como estaba. Cuando llegó al poder Mauricio Macri, con la soga aun más al cuello en el tema servicios, sin inversión en el área y a punto del colapso y comenzó a quitar progresivamente los subsidios (vamos por un 48 por ciento de quita recién) todos pusieron el grito en el cielo, aun aquellos que perfectamente pueden pagar los servicios que utilizan. 

En el plano local, los pergaminenses pedimos cosas concretas como el traslado de una comisaría pero no asumimos la responsabilidad social de tener que reubicarla y que en ese plan puede ser mi cuadra la elegida. Nos horrorizamos con la situación de alojamiento de los calabozos (que siempre fue sabida) pero no toleramos que unos nuevos y acordes estén en mi barrio. 

En síntesis, pedimos en simultáneo cosas incompatibles: crecimiento a tasas chinas y regulaciones que obstaculizan el desarrollo; suba de salarios y subsidios a la par de baja del déficit fiscal y la inflación.

Y qué decir de la honestidad intelectual de nuestra clase política, que sin objetividad alguna sobre las situaciones y sin respaldo en las evidencias y posibilidades, se ubica aleatoriamente de un lado u otro según la procedencia de la iniciativa o el rédito que le reporte para el siguiente comicio. Nuevamente citamos como ejemplo en este tema la tragedia de la Comisaría Primera, porque escuchamos desde las primeras horas del hecho a varios dirigentes locales, que por años se opusieron sistemáticamente a la alcaidía, criticando enfáticamente que todo sucedió porque Pergamino no cuenta con una y reclamando su construcción. Los archivos periodísticos no dejan mentir y en LA OPINION todo lo que alguna vez se dijo quedó escrito. Como también se pudo contrastar esta falta de honestidad a nivel nacional, a través de las grabaciones que se han repetido profusamente estos días, respecto de la problemática docente que no es nueva sino la misma que afrontó el gobierno anterior, y el anterior. 

 

Es decir, no somos ni honestos, ni responsables ni realistas. Sin estos tres elementos vitales de la cultura pública, la democracia que nació por cesárea el 30 de octubre de 1983 y que apenas salió de la incubadora, es una criatura que no termina de crecer y desarrollarse. 


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