Editorial

La muerte de jóvenes cristianos en Kenya enluta la Semana Santa


Un ataque cruel y absurdo, ha enlutado la Semana Santa en la comunidad internacional, conmocionada por la crueldad del accionar de jihadistas somalíes contra jóvenes, especialmente cristianos, en la universidad de Garissa, en el nordeste del país africano. Fueron asesinadas al menos 148 personas.

Entre el dolor y la furia, en Kenya culpan al Gobierno, porque hubo anticipos a través de rumores y advertencias en las semanas previas, respecto a que la universidad sería atacada. Sin embargo no se tomaron recaudos respecto a un posible ataque. 

Más si se tiene en cuenta que el líder del grupo somalí Al-Shabaab amenazó  incluso con nuevos golpes en territorio keniano, mientras Kenya mantenga tropas en Somalía.

El ataque duró varias horas, otro problema para el Gobierno, que tuvo una clara reacción lenta. Un grupo de cuatro jihadistas asaltó en la madrugada el campus de la universidad de Garissa (Nordeste), a unos 150 kilómetros de la frontera con Somalía, donde estudian miles de jóvenes originarios de distintas regiones. Luego de unas primeras ráfagas indiscriminadas, los jihadistas comenzaron a someter a un interrogatorio a sus víctimas con preguntas sobre la vida del profeta Mahoma, para separar a los cristianos de los islámicos. “No tememos a la muerte, para nosotros va a ser como unas vacaciones de Pascua”, se burlaron los jihadistas frente a sus víctimas católicas. La toma se extendió durante todo el día hasta la noche, cuando las fuerzas gubernamentales abatieron finalmente a los terroristas.

¿Un día entero de toma de una universidad y el Gobierno recién a la noche logra reducir a cuatro personas? 

El interrogante no es ocioso, porque el Gobierno de Kenya tiene claro que ha intervenido con tropas en Somalía, de modo que debe estar atento a que sucedan ataques terroristas, más cuando desde hacía una semana se rumoreaba que la universidad sería atacada. No se le quita con este comentario responsabilidad a los terroristas, sino que estamos marcando los errores estratégicos del Gobierno que podía  haber evitado parte de la enorme cantidad de muertos.

El gobierno reconoció que, además de los muertos, al menos 79 personas resultaron heridas, muchas de gravedad y hay un grupo de estudiantes desaparecidos, de modo que por una u otra razón, la cantidad de víctimas puede crecer. 

La comunidad internacional ha repudiado en forma inmediata el cobarde ataque contra jóvenes estudiantes civiles y desarmados y el Papa Francisco envió un telegrama al presidente de la conferencia episcopal de Kenya, el cardenal John Njue, en el que condenó la insensata brutalidad del golpe.

El conflicto entre Kenya y Somalía tiene raíces religiosas y políticas. Kenya es un país donde casi el 80 por ciento de la población pertenece a alguna denominación cristiana y solo el 10 por ciento es de religión musulmana. Y es así que desplegó tropas en Somalía, en 2011, para ayudar al gobierno a combatir a los jihadistas vinculados con Al-Qaeda.

El conflicto no comenzó ahí, sino a fines de 2008, cuando el grupo Al-Shabaab logró el control de la mayor parte del sur de Somalía e inició allí una estricta aplicación de la sharia. En 2009 un atacante suicida explotó un vehículo frente al hotel Medina en Beledwyne, Somalía, donde murieron 35 personas, entre ellas, el ministro de Seguridad somalí. En 2010 se atribuyó un ataque suicida contra espectadores de un partido de fútbol en Kampala, Uganda, en el que murieron 76 personas. En 2011 lanzaron un camión con explosivos contra un ministerio en Somalía y dejaron 139 muertos y 93 heridos. En 2013 los rebeldes jihadistas iniciaron un feroz tiroteo que duró tres días en el shopping Westgate de Nairobi; en total, hubo 67 muertos y 175 heridos.

De allí que Kenya ocupó militarmente Somalía para ayudar al gobierno a controlar a los terroristas y ahora sufre también las consecuencias de los atentados. Más aún siendo un país de gran mayoría católica, frente a fanáticos musulmanes enquistados en el país vecino.

Un grupo de jóvenes cristianos que estaban rezando cuando comenzó el tiroteo logró esconderse y escuchar los diálogos de los atacantes quienes, según el relato, hacían llamar a los jóvenes  y decirles “morimos porque Uhuru Kenyatta (el presidente keniano) insiste en permanecer en Somalía”. En cuanto llamaban a sus padres, los mataban.

El ataque fue desordenado y así los rescatistas de distintas entidades internacionales que ingresaron a sacar los cuerpos se encontraron con escenas dantescas, filas de muertos, cadáveres esparcidos por todos lados, jóvenes a los que les habían cortado la cabeza a tiros. Mujeres ensangrentadas y apiladas de las que muy pocas sobrevivieron. 

Aún se están reconociendo cadáveres y como hay estudiantes desaparecidos, hay familias que están en tensa vigilia esperando resultados. Algunos familiares fueron a reconocer entre los cadáveres si estaban sus hijos. Se viven, momentos de extremo dolor en Kenya. Tras este ataque, que  fue el más mortífero en Kenya desde el perpetrado por Al-Qaeda contra la embajada estadounidense en 1998, en el que murieron 213 personas.

Este ataque atroz enluta la Semana Santa de los cristianos, porque fueron mayoritariamente ellos los que perdieron la vida en Kenya.


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