Editorial

La inexplicable crueldad de la guerra: una escuela convertida en campo de batalla


 

Si habremos visto masacres en el mundo, en el siglo XX, que recordaremos algunas como homenaje a sus víctimas inocentes y las que ya se iniciaron en el siglo XXI. 

La lógica lleva a suponer que las sociedades evolucionan para ser más humanas, más civilizadas. Pero no. Los horrores que vemos dan cuenta de que en materia de odio y sangre estamos igual que hace dos mil años. O peor. El tiempo no pasa cuando se trata de la intolerancia.

El martes, el ataque más sangriento perpetrado en la última década en Paquistán, conmovió al mundo entero, que reaccionó con una enérgica condena internacional. Un comando talibán asaltó una escuela en la ciudad de Peshawar y dejó 141 muertos, en su mayoría niños. La deshumanización más espantosa que se puede cometer es matar a un niño en nombre de una ideología, una religión o una venganza. De eso, no hay retorno.

La ofensiva extremista, que duró ocho horas, fue calificada por el primer ministro Nawaz Sharif como una “tragedia nacional”.

La jornada de terror comenzó cuando un grupo de insurgentes vestidos con uniformes del ejército paquistaní entró antes del mediodía en un colegio bajo control militar en Peshawar, en el noroeste del país.

Dejaron un saldo de 132 niños y otros nueve adultos, personal de la escuela, irremediablemente muertos.

Los siete atacantes, pertrechados con chalecos llenos de explosivos, abrieron fuego y lanzaron granadas mientras iban de clase en clase disparando a los estudiantes. El vocero añadió que los insurgentes no tenían intención de tomar rehenes sino de causar el mayor número posible de víctimas. Disparaban a quemarropa a chicos inocentes que no podían defenderse. Una total cobardía, y vaya si consiguieron hacer daño. Atacar una escuela no tiene explicación, no hay ideología, religión ni guerra que lo justifique.

Las cadenas de televisión locales emitieron imágenes con escenas de caos alrededor del colegio, con un gran número de soldados y ambulancias en el área cercana a la escuela.

Nueve militares resultaron también heridos antes de que el ejército consiguiera liberar a 960 personas del interior de la escuela. Algunos chicos habían logrado huir antes de la intervención de las fuerzas especiales.

Sharif condenó el asalto y dijo textualmente: “Este ataque supone una tragedia nacional; los terroristas son enemigos de Paquistán, enemigos del Islam y enemigos de la humanidad”. Palabras muy justas dijo el primer ministro que anunció además tres días de luto nacional y una reunión con todos los partidos representados en el Parlamento paquistaní.

Tras la toma del colegio, el ejército paquistaní lanzó una operación contra los talibanes en la ciudad y posteriormente la amplió al resto de la provincia en busca de insurgentes.

El principal grupo talibán paquistaní, el Tehrik-e-Taliban Pakistan (TTP), reivindicó el ataque: “Queremos que sientan el dolor; elegimos la escuela porque el gobierno está atacando a nuestras familias”, indicó un vocero de los talibanes paquistaníes. La reivindicación de la masacre contrasta con la posición de los talibanes de Afganistán, que no se mostraron de acuerdo con el asalto y se solidarizaron con el dolor de los familiares de las víctimas, informó la BBC.

El problema es el de siempre, un ataque se responde con otro y la violencia es un monstruo que se alimenta con más violencia. Ya que el ejército paquistaní lanzó en junio una campaña militar en las zonas tribales del norte de Waziristán y Kyhber con continuos bombardeos y operaciones terrestres que, de acuerdo con fuentes oficiales, han dejado más de 1.100 muertos entre los insurgentes.

El grupo rebelde que se adjudica el atentado fue creado en 2007 contra el régimen militar liderado entonces por el general Pervez Musharraf.

La condena internacional no se hizo esperar. Barack Obama calificó de “atroz” el ataque y reiteró su compromiso con la lucha contra el terrorismo. El primer ministro británico, David Cameron, se mostró “profundamente consternado” por el asalto. Los mandatarios de la India y Afganistán, Narendra Modi y Ashraf Gani, se sumaron también a la condena internacional contra el ataque. La paquistaní Malala Yousafzai, que en 2012 estuvo a punto de morir por el ataque de un talibán, y el indio Kailash Satyarthi, ganadores este año del Premio Nobel de la Paz, expresaron su dolor por el hecho.

Ha habido tantas masacres: el Domingo Sangriento (Irlanda del Norte, 1972). Unos disturbios durante de una manifestación por los derechos civiles en Irlanda del Norte acabó con un Batallón de Paracaidistas británicos abriendo fuego contra los manifestantes. Murieron 14 personas y resultaron heridas más de treinta. 

Sin descontar que en el siglo XX se vivió la primera y segunda Gran Guerra a las que sumamos los horrores de la Alemania nazi, una verdadera masacre en campos de concentración por millones de personas. Los atentados islamistas como el 11-S, el 11-M o el 7-J, la primera y más importante fue el de las Torres Gemelas en New York. La matanza de la plaza de las tres culturas (México, 1968). Las masacres que intercambian árabes y judíos hasta la fecha, con breves intervalos de paz.

En los Juegos Olímpicos de México 1968, miles de estudiantes se concentraron en la plaza de Tlatelolco para protestar contra el Gobierno de Díaz Ordaz. El Ejército y la Policía rodeó la plaza y, aún no se sabe realmente por qué, comenzaron a disparar sobre la multitud. Más de dos horas de continuo tiroteo. Hubo 325 muertos.

Grupos de falangistas libaneses entraron en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, cercanos a Beirut. El Ejército israelí les dejó pasar para iniciar la matanza. El número total de víctimas se desconoce: los palestinos aseguraron que varios miles; los israelíes lo rebajaron a 800 y los cristiano-libaneses a 450. 

La represión en la Plaza de Tiananmen (China, 1989). De aquella madrugada del 3 al 4 de junio quedó una mítica foto de un estudiante frente a los tanques. La revuelta estudiantil contra el Gobierno chino que parecía ganar adeptos a cada hora en el resto de la población fue brutalmente aplastada por el Ejército de la República Popular. Murieron 200 estudiantes y resultaron heridos 6.000 soldados, otras estimaciones hablan de entre 2.600 y 5.000 muertos civiles. La represión duró meses y veinte años después, un centenar de aquellos manifestantes siguen encarcelados. 

La masacre de Sidi Rais (Argelia, 1997). Un grupo de unos 400 integristas islámicos armados llegó en la noche del 28 de agosto de 1997 a la aldea de Sidi Rais, a 20 kilómetros de Argel. Arrasaron con todo y dejaron 256 civiles muertos, entre ellos mujeres y niños. Se calcula que en una década de conflicto murieron en Argelia entre 150.000 y 200.000 personas.

¿Qué podemos decir de la humanidad, de sus odios, sus matanzas, que no sepamos? Tristemente, que no hemos aprendido, que no llegamos nunca a condolernos al punto de ponernos en la piel del otro, porque de ser así, no estaríamos hablando de hombres armados asesinando niños sin piedad. Y también podemos decir que la crueldad del hombre aún no ha encontrado su techo.

¿Tan poco humanos somos los humanos?

 

 

 


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