Editorial

La corrupción nos ha llevado a vivir como un país pobre


Aveces hay cuestiones que son más simples de lo que parecen, tan sencillo como dejar de robarnos -ni siquiera un lápiz un empleado público- a nosotros mismos. Con ese pensamiento tan minimalista de creer que lo que cada uno puede robar es poco e imperceptible para los montos que se manejan en el Estado, corrompemos todo y terminamos poco a poco rapiñando para cada uno el dinero cuyos fines son las obras, asignaciones, inversiones y servicios que nos hacen falta a todos.

No todos terminan de comprender en cuánto la corrupción nos ha quitado en décadas de saqueo en la Argentina en términos de calidad de vida. Sucede que en este país tan agrietado e ideologizado, hasta el “robo” al Estado es pasado por el tamiz de la política, de modo tal que si se acepta un modelo se tolera la corrupción o se juega al distraído, como contracara quienes adhieren a otro modelo la repudian. Vista así la cuestión, ninguno de estos extremos está pensando con claridad que, al fin, la transparencia en las cuentas públicas en un país con los enormes recursos que tenemos es el camino para el desarrollo. Así es que somos una nación rica que vive con los rigores de un país pobre, jaqueado por problemas estructurales y siempre con frazadas cortas, con enormes bolsones de estrechez e indigencia.

Debiéramos superar diferencias políticas en temas como la corrupción, sobre todo en épocas en la que los “carpetazos” son moneda corriente; todos los días nos enteramos de nuevos casos, todos de millonarios desvíos de fondos, tanto ahora, como nos sucedió en épocas anteriores. Porque la corrupción ya es endémica en nuestro país, es decir que se repite en todo el territorio y con el paso de los años, lo que cada vez hace que sea más difícil de erradicar. 

La pregunta que nos hacemos periódicamente y que hoy volcamos en esta página es cómo sería nuestro país si nadie robara por dos años, como sugirió alguna vez Luis Barrionuevo. Alguna pista podemos tener por estas horas.

El anterior Gobierno aparece muy complicado en hechos de manejos de fondos para obras públicas, cohechos, bolsos con dólares sobre los muros de un convento, obras pagadas y no ejecutadas, empresarios y funcionarios presos y una escandalosa ruta de dinero que involucra a la misma expresidenta Cristina Kirchner. Conociendo el costado altamente politizado de nuestra sociedad, la exmandataria en lugar de responder se victimiza y habla de “persecución” del partido judicial y del nuevo gobierno. Mauricio Macri también tiene, junto a varios funcionarios, causas abiertas que también se ventilan en tribunales. El oficialismo dice que salvo por Panamá Papers que lo tiene consignado en la causa, el resto de las denuncias las pide abrir el kirchnerismo buscando igualar la balanza del escarnio público que padecen por su gestión pero que no tienen asidero. 

Los ciudadanos estamos intoxicados ya de tantas novedades que se ventilan y nuestra Justicia, esa que es tan pendular y en muchos casos acomodaticia, tiene en sus manos todas estas causas de corrupción y la verdad es que es nuestro último bastión para encarar esta difícil problemática. Sería importante que fueran los jueces los que pusieran algo de cordura a estos temas con las investigaciones a fondo y las condenas que correspondan sin que a los argentinos nos queden dudas sobre su accionar.

A modo de ejemplo de la tesis que venimos planteando respecto de la calidad de vida que tendríamos si en este país no se robaran dineros del Estado como ha sucedido. Porque los recursos naturales están, la capacidad intelectual están, el dinero está (y es mucho, que proviene de nuestros impuestos), pero nunca nada alcanza.

Y decíamos que algo de lo que puede suceder si se deja de robar un poco podemos advertir de un tiempo a esta parte. El ejemplo más cercano lo tenemos con la autovía Pilar-Pergamino. Es muy importante el avance que se ve, que no se ha detenido desde hace más de un año. Se trata de un proyecto largamente esperado por los pergaminenses y por todos los que atraviesan el corredor de la ruta, una propuesta que lleva años de idas y vueltas. Y sobre todo, años de paralización porque no se emitían los certificados para los pagos a las empresas adjudicadas. Es decir, los trabajos se licitaban y se asignaban recursos que estaban a su vez en el presupuesto que se aprobaba, pero a la hora de pagar la plata no aparecía. Y ahí se paraban los trabajos. Esto no es falta de recursos, esto es robo. 

La autovía se inició en la gestión de Carlos Menem y a poco se detuvo; se reinició en las épocas de Néstor Kirchner y también se terminó parando, siendo la problemática eterna la supuesta falta de fondos. Al suspenderse la paga de certificaciones de obra, los trabajos se paraban, las empresas terminaban retirándose y la obra quedaba ahí, detenida. Las primeras experiencias se hicieron a través de empresas privadas concesionadas por el Estado. Y la verdad que viendo la cantidad de obras pagadas y no ejecutadas que tiene en su haber Lázaro Báez por ejemplo, es claro que no tenemos aún construida la autovía porque los fondos se “distraían” en trabajos que implicaran retornos. Tan claro como eso.

Al fin, Mauricio Macri, a poco de asumir como presidente tomó la decisión de terminar esta autovía, a través de la administración estatal y la obra está en plena marcha. Ya está listo el terraplén en el puente Parada Robles (kilómetro 77), se continúa a buen ritmo con la traza (cualquiera que viaja a Buenos Aires puede certificarlo) y se trabaja a la par en las circunvalaciones en Arrecifes y Pergamino. 

El problema nunca fue la falta de fondos, tampoco de planificación sino de desvíos de todo tipo, algunos a bolsillos particulares, otros a obras que tenían alguna utilidad política. Lo primero, un robo literal. Lo segundo, un uso discrecional de aquello que fue aprobado por el Poder Legislativo. Ambas conductas improcedentes. 

Y así pasaron años de espera y frustración, de accidentes continuos por la traza antigua angosta de la ruta en función del crecimiento del parque automotor y el porte de los camiones que por ahí circulan, una ruta por donde pasa buena parte de la producción agropecuaria del país rumbo al puerto de Buenos Aires. 

Es una realidad que la corrupción mata. Lo vemos en este caso, con las muertes que se podrían haber evitado en la ruta Nº 8, como lo vimos en la tragedia de la Estación de Trenes de Once en Buenos Aires. Y en líneas generales nos quita calidad de vida, posibilidades de desarrollo, de inversiones, de empleo, de crecimiento. 

No nos convenzamos de que somos un país pobre, “bananero”; convenzámonos de que somos un país corrupto y desde ese punto intentemos revertir la historia. Si no, todo lo que le pongamos en dinero a la Argentina para que salga adelante, se irá por los mismos caminos de siempre y como un ciclo sinfín, seguiremos viviendo como pobres.

 

Por eso se hace necesario desideologizar la corrupción y trazar una línea entre los que roban y los honestos. Una vez que logremos este claro objetivo, se puede discutir sobre idoneidad para el cargo, proyectos concretos que planea cumplir. Pero esa primera definición que hace a la decencia de nuestros dirigentes es un valor que debemos recuperar, si es que soñamos que alguna vez seamos un país en serio.


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