Editorial

Indec: una mentira pone en duda mil verdades


 

Hace ocho años Néstor Kirchner tenía dos preocupaciones: una interna y otra externa con respecto a la inflación. La interna es que según decía la Argentina era como un alcohólico recuperado en materia de incrementos de precios y mostrar así sea un dos por ciento era incentivar a los comerciantes e intermediarios. La otra preocupación era externa, como los bonos argentinos (heredados de otros gobiernos) venían atados al “ser” es decir a la inflación, cualquier punto que se reconociera eran muchos millones de dólares a pagar a los bonistas.

El tema era complejo, pero se eligió el camino de la picardía y comenzó la destrucción del Indec para poder violar a gusto las estadísticas de inflación.

A poco de andar este Instituto se convirtió en un organismo sin ningún prestigio, ni nacional ni del exterior y hubo que desarmar la estructura de buenos cuadros técnicos para poner amigos y militantes. No cualquiera se prestaba a “corregir” los números reales de inflación.

Kirchner sin que le temblara la mano, le dijo a una jefa del Indec que le pidiera la renuncia a Graciela Bevacqua, directora de Precios, la mañana del lunes 29 de enero de 2007. 

Más aún, Néstor Kirchner había ordenado al secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno,  que apretara a los técnicos para obtener la lista de informantes del Indec. El objetivo era obligar a las fuentes del organismo a rebajar sus precios cuando los encuestadores pasaran a relevarlos.

Todo empezó a manejarlo la mano derecha de Moreno y recién nombrada al frente del Indec, Beatriz Paglieri, que lo primero que hizo fue acordado con varios directores nacionales para no difundir el índice de inflación que Bevacqua venía calculando. Para la tercera semana de enero ya sumaba 2,1 de inflación, cifra intolerable para el inicio de un año de elecciones presidenciales, como 2007.

Y así apareció el  primer informe de inflación manipulado: en enero, según el Indec, los precios habían subido 1,1 por ciento.

La excusa que Moreno les ponía a funcionarios como Alberto Fernández, por ejemplo, era que en realidad en el Indec había manipulaciones para perjudicar al Gobierno con fines políticos. El revés de la trama en verdad.

Lógicamente que los candidatos a presidente actualmente, todos juran que volverán los equipos técnicos profesionales y se terminará la “unidad básica”. Y dicen esto además, porque fotos del edificio muestran carteles en los ascensores que dicen “Clarín miente” y “La Nación, Oligarca”. Hay pintadas en aerosol en las paredes. En fin un folklore propio de un local partidario y no de un edificio técnico del área de Economía.

La verdad es que hoy, ningún dato elaborado por el Indec es confiable. Los resultados del nuevo índice de inflación a nivel nacional (IPC-Nu), de Axel Kicillof, ya renovaron las sospechas. La composición de las canastas regionales nunca fue publicada, porque siempre es más alta que la que ellos tienen y el Instituto no difunde desde 2008 los precios promedio de los productos que releva.  Como si esto fuera poco, por “problemas de empalme”,  dijo “Coqui” Capitanich a quien envían a decir cualquier disparate, desde fines de 2013 el organismo dejó de publicar las canastas para calcular la pobreza e indigencia. La aguja del desempleo se mantiene inmóvil a pesar de la recesión. 

La destrucción estadística solo fue posible gracias al desmantelamiento institucional, como no podía ser de otra manera. La intervención desplazó a muchos técnicos y tomaron a cuanto amigo y entenado convenía. En 2007, el año de la intervención, la plantilla creció 24,9 por ciento. Moreno se convirtió en el nuevo gerente de Recursos Humanos del Indec. Varios de los vigilantes de precios en el Mercado Central y militantes de su unidad básica (Pueblo Peronista) ocuparon cargos directivos en el organismo.

Por supuesto que cuando echaron a los técnicos, muchos trabajadores se pusieron rápidamente al lado del “campeón” que era Moreno y se beneficiaron con cargos, mejores sueldos y ascensos. También algunos directores. Moreno derrotó a todos los que se le pusieron adelante por una razón: Moreno era Kirchner. Cristina heredó ese vínculo con el secretario de Comercio, pero con un cambio no poco importante que se grafica en esta frase: “Moreno es como un rottweiler. Kirchner lo tenía atado y a veces lo hacía chumbar. Cristina lo dejaba suelto en el jardín”, grafica Alberto Fernández.

Ante semejantes torpezas la oposición empezó a presentar índices privados en el Parlamento y eran más creídos por la gente que el Indec del kirchnerismo. La desconfianza en el Indec tiene múltiples consecuencias negativas. Desde el punto de vista del hacedor de política económica, se trabaja sin los instrumentos reales necesarios. Además, cuando la gente percibe otra inflación que la que calcula el Indec, deja de creer en todos los otros datos. Y eso genera una desazón, porque una mentira pone en duda mil verdades.

 


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