Editorial

Hijos que mandan, padres frente a la Justicia y el celular como herramienta


La noticia sorprende por lo inusual, en un país donde las normas son consideradas casi una recomendación que es elegible cumplirlas o no. Inéditamente, las autoridades políticas y judiciales decidieron accionar, con las herramientas existentes, frente a las llamadas con falsos avisos sobre bombas a las escuelas. En los últimos 20 días fueron detenidos 28 menores por esas amenazas y las investigaciones avanzan en al menos otros 120 expedientes. Es claro que los adolescentes gozan de la condición de inimputables pero, y aquí viene el detalle que permite sanciones, en todos los casos las líneas telefónicas están registradas a nombre de los padres y serán los adultos quienes sean llevados ante la Justicia. Doce padres de los 28 menores demorados en esas causas ya fueron imputados por el delito de intimidación pública.

“Vamos a empezar desde la provincia de Buenos Aires, a ir en una causa civil contra los padres para que se hagan responsables. Porque lo que le cuestan al Estado estas cosas que creen que son una broma es muchísimo”, explicó el ministro de Seguridad bonaerense, Cristian Ritondo.

En los casos concretos las autoridades de las escuelas bonaerenses deben presentar una denuncia por cada amenaza y eso habilita el seguimiento del caso con una inmediata identificación del teléfono utilizado para realizar esa intimidación. Como es lógico, los celulares de los hijos son adquiridos por los padres que firman el contrato con la empresa de telefonía móvil. Y es justamente esta herramienta la que permite a las autoridades y la Justicia accionar contra los mayores por el uso del celular que hacen los menores a su cargo.

En realidad, todo lo que hagan los menores en la sociedad es responsabilidad de sus padres hasta que alcancen la mayoría legal. Sin embargo, en el momento en que nacen, nadie hace firmar a sus progenitores un contrato de responsabilidad como sí lo hacen en la faz comercial las empresas de telefonía. Se asume, en cambio, una responsabilidad moral, ética y ante la ley pero luego, en los hechos, mucho de lo que hacen los menores queda en un limbo judicial ya que ellos son inimputables y la Justicia y las fuerzas de seguridad, aunque debieran, no van en busca de sus padres.

Tuvo que venir la ley de contratos comerciales para recordarnos como sociedad que los adultos somos responsables de las acciones de nuestros hijos. En un típico caso de aquello que se sobreentiende pero se desestima.

El tema abre el debate sobre cuestiones mucho más profundas que la amenaza de bomba a las escuelas que es al fin una de las consecuencias de tantos padres que se han corrido de la autoridad pero sobre todo de la responsabilidad de la formación de sus hijos. 

Los adultos no pueden ni deben eludir ese compromiso respecto de la crianza de los chicos. No solo por las cargas penales que les puedan caber en el accionar de los hijos, que en este caso de las llamadas es claro porque están los contratos de los celulares firmados por ellos como padres, sino por una cuestión lógica y moral de evitar que el adolescente que aún es inmaduro -y es natural que así sea- no se transforme en un joven destructivo, violento, dañino o cometa delitos como las amenazas de bomba y las confunda con bromas. Ellos pueden cometer ese error de configuración de la realidad, pero sus padres no. Ellos pueden creer que tener un celular es un derecho y es parte de su intimidad, pero sus padres no. Pueden considerar que es una herramienta lúdica, pero sus padres no. 

La necesidad de estar comunicados con los hijos como motivo primero para ponerles en sus manos un celular (cuyo costo en algunos casos supera los 20.000 pesos) ha dado paso a la caracterización de este aparato como elemento de entretenimiento y ámbito intimísimo de los menores. Nada más lejos de la verdad: el celular es una responsabilidad, como entretenimiento es altamente peligroso y su contenido no puede estar ajeno al conocimiento de los padres. Pensemos por un momento: ¿mandamos a nuestros hijos a la calle con 20.000 pesos en el bolsillo, que es lo que cuestan algunos celulares? Si nos dicen que van a salir, ¿no preguntamos a dónde y con quiénes van? ¿No nos alertamos e intervenimos si los vemos hablando con desconocidos adultos en la calle? Los adultos de hoy, que fuimos criados fuera de esta era virtual, tomamos estos recaudos. Y en paralelo, nos tranquiliza que nuestros hijos estén en su habitación en casa. 

¡Qué equivocados estamos! Su vida “real” transcurre precisamente en el mundo virtual. Y es allí donde no los estamos cuidando; ellos están haciendo una vida paralela en contacto con el mundo y nosotros felices porque están “seguros” en casa.

¿Sabemos con quiénes se contactan en el mundo virtual? ¿Sabemos cómo se comunican en el mundo virtual? Porque si en el colegio agreden a un compañero las autoridades nos lo harán saber, ¿pero si en las redes está haciendo bullying?

Porque pueden hacer daño y porque pueden ser dañados, la responsabilidad parental debe incluir, en un 100 por ciento, el control de los celulares de los menores. Desde el momento de la compra, cuando nos hacemos cargo al suscribir un contrato, hasta en cada día de su uso.

Llegado a este punto, es importante recordar que hoy un celular no es un teléfono y esa es la primera premisa que deben comprender los adultos respecto de sus hijos. El celular es una computadora, de modo que les abre una ventana no exenta de peligros para ellos, porque conocen gente sobre la que los padres no tenemos la menor idea, incluso gente que puede hacerse pasar por menor y no serlo, degenerados, delincuentes. 

Visto desde esta perspectiva, insistimos con que los padres, incluso los más atentos a la vida de sus hijos, sus amistades, relaciones y deseos, que los llevan y traen para que no anden por la calle, que les prohíben participar de ciertos ámbitos que consideran inseguros o inadecuados para la edad, deben tener conciencia de eso que conocen de sus hijos es una mínima parte de lo que en realidad sucede, y que es en su celular donde está la totalidad de su vida, la que puede incluir una enorme red de relaciones que los padres desconocen. Hemos aprendido que la computadora debe estar en un lugar accesible a todos en la casa, nunca en la habitación, para poder controlar el uso de los menores. Sin embargo, el teléfono va con los chicos a la cama, se ha convertido en una extensión del brazo de nuestros hijos. La tarea de la crianza, si somos conscientes del momento que vivimos, se torna más compleja, es verdad y es inevitable, pero hay que encarar definitivamente este tema en los hogares.

La actitud tomada por las autoridades es una buena señal; que hablaran de las amenazas de bombas como delito y no como travesura estudiantil es lo mejor que pudo haber pasado para que los padres tomen conciencia de la poderosa arma que pusieron en las manos de sus hijos y se hagan cargo de explicarles y exigirles su correcto uso, además de ser partícipes de lo que allí sucede. 

Lógicamente, los jóvenes mostrarán reticencia a poner su mundo en conocimiento de sus padres, pero estamos hablando de educación, de protección y de ejercicio de la autoridad. Del mismo modo que no los dejamos solos en muchos ámbitos de la vida real, no se los puede dejar solos en la vida virtual. Lo que hicieron estos jóvenes, amenazando con bombas y activando todo un protocolo casi 3.000 veces es lo menos que sucede en las redes, y así y todo es muy grave. Por eso no podemos estar ajenos ni permitir que los menores no nos habiliten la entrada a su teléfono bajo el argumento de que es una invasión a su privacidad. Quizá decir que no a un requerimiento de un hijo es más trabajoso, lleva a explicaciones, al esfuerzo de plantarse a sabiendas que al adolescente no le gustará. En cambio decir que sí a todo lo que pretendan es no solo más cómodo sino que no importa ningún conflicto. Pero hay que tener presente que la crianza de los hijos es un ejercicio donde no todo es pasarla bien, de eso se trata formarlos con responsabilidad.

Es probable -y auguramos que así sea- que esta actuación de las autoridades y la Justicia sobre los padres como responsables del uso que hicieron sus hijos del celular los haga reflexionar y vean que no están cumpliendo su rol, aquel que vino con el nacimiento de sus hijos, aunque no hayan firmado un contrato. Durante la adolescencia, a diferencia de la niñez, no será por un tiempo los héroes de sus hijos, porque poner límites no es grato, pero es necesario.


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