Editorial

Hay que cambiar el chip


Con una velocidad antes nunca experimentada, la tecnología nos sorprende día a día. Sin dudas gratamente, para aportar más confort a nuestras vidas, facilitar las gestiones y favorecer, en la medida que se le dé el correcto uso, las comunicaciones. 

No terminamos de adaptarnos al uso de un sistema, aplicación o programa, que prontamente aparece otro que lo destierra. Pensemos por un momento en todo lo que implicó la aparición del correo electrónico (e-mail) hace algo más de una década; sin dudas fue positivo, aunque también significó la caída importante de un sector, que vio mermado su uso y por consiguiente la afectación de personal: los servicios de correo. Y hoy, unos pocos años después, ya estamos hablando del fin del e-mail, cuyo uso se circunscribe prácticamente a una llave de acceso a otras tecnologías. 

Todo se mueve así de rápido; bueno, en realidad no todo: Estados, leyes, educación, maneras de hacer y pensar se están quedando rezagadas, causando problemas, algunos incipientes y otros ya de gravedad. 

La cuestión de la fuerza laboral es uno de estos problemas en ciernes. Cuando vemos, como sucede en estos días, que hay una gran demanda de trabajo, no debemos hacer la lectura simplista de que no se generan puestos. Además de ello, hay otro inconveniente que es que la mano de obra disponible no es la que se está necesitando. Ni siquiera los graduados universitarios la satisfacen, tanto es así que en ciertos rubros las empresas encuentran difícil cubrir sus vacantes.

Si nos ponemos a ver lo que estudian nuestros jóvenes, tanto en la educación básica como en la superior, nos daremos cuenta que no salen preparados para ocuparse en el mundo actual. También hay un gran peso en la elección de las carreras universitarias que viene dado por la historia del país y de cada familia y así que encontramos que carreras como Abogacía y las Ciencias Económicas siguen estando en el tope de las preferencias cuando en realidad ni siquiera es seguro que haya demanda de estas profesiones en el futuro. Sigue siendo habitual que cuando un joven manifiesta en el hogar que su intención es volcarse a una carrera nueva, o inclinada a lo creativo, el primer comentario que recibe sea “te vas a morir de hambre”. Este pensamiento, tan arraigado en nuestra sociedad, aunque siempre equivocado, nunca antes estuvo tan fuera de tino con la realidad. No solo las nuevas carreras son las que tienen más posibilidades en un futuro inmediato sino que, además, los estudios que estamos necesitando ni siquiera existen todavía en la mayoría de las universidades.

La tecnología ha hecho cambiar la sociedad rotundamente, su lógica, sus necesidades, pero nuestras cabezas siguen plantadas en el Siglo XX. Sucede en la educación curricular y en la doméstica. 

Desde la aparición de las redes sociales, ningún padre puede ni debe estar tranquilo porque su hijo está en casa. Más allá de los episodios de inseguridad que hay en las calles (y que siempre existieron), no hay mayor peligro para un niño o joven que estar en el hogar con una pantalla y Wi Fi. Literalmente, ese menor está en contacto con el mundo, con lo bueno y con lo malo que hay en él.  Entonces, aquel típico castigo de “te vas a tu habitación y no salís” que venimos repitiendo como muletilla por generaciones, debería a esta altura estar erradicado de la cultura familiar. 

No es fácil porque la calle también resulta insegura, pero de un modo que conocemos. Lo que tenemos que configurar mentalmente es que ese celular o tablet en la mano de nuestro hijo es peor porque es prácticamente la “dimensión desconocida”, Y más desconocida aun porque los chicos (que tampoco toman conciencia de eso) hacen un uso privado de los dispositivos, restringiendo el acceso con el uso de claves. Este es un punto en el que también los padres tienen que hacer un “clic” mental y asumir enérgicamente su rol sin temores; no les están invadiendo la privacidad a sus hijos, los están cuidando. Haciendo una analogía, tener acceso al contenido de sus teléfonos equivale a aquellos interrogatorios que se hacían respecto de “¿con quién vas?”, “¿en la casa de quién se juntan?”, “¿van a estar los padres en el lugar?”. Es una mezcla de  curioso y notable que esas preguntas aún formen parte de la rutina familiar pero al mismo tiempo los padres no tienen ni idea de con quiénes se contactan a través de las redes sociales. 

Los padres de una generación atrás tenían un control directo de nuestras relaciones; eran tangibles, nuestros amigos iban a nuestra casa o nosotros a las de ellos, pero con los amigos virtuales la situación es más indefinida y puede llevar a situaciones de peligro, físico o psicológico. Es fundamental que al educar a los niños sepan que esto no significa que transmitan sus miedos e inseguridades, sino que les enseñen a manejar sus herramientas con responsabilidad, deben aprender a cuidarse a edad muy temprana, ya que los celulares y las computadoras les llegan desde muy chicos. Pero más indispensable es que los padres, que aunque usen tecnología no terminaron de cambiar su “chip” en cuanto a la educación, tomen definitivamente el control sobre sus hijos y el uso de los dispositivos on line. 

En todo este atraso que tenemos con respecto al avance de la tecnología, también se encolumnan el Estado y sus leyes. El solo hecho de votar aun en papel y mediante un conteo manual es el botón de muestra de lo lejos que estamos como país de lo que vive cotidianamente un ciudadano que ya no va al banco, no necesita trasladarse para hace una compra ni dinero físico para subirse a un colectivo. Y del marco legal, ¿qué decir? Obsoleto para atender y sancionar una infinidad de nuevas modalidades criminales, como el grooming o el cyberbulling como las más habituales. 

 

Es claro que es un mundo tecnológico nuevo y que va cambiando con la velocidad de un rayo, por eso los padres deben ir adaptándose para poder seguir el paso de sus hijos, frente a un mundo que se ha hecho virtualmente cercano, pero no exentos de peligros para los niños y adolescentes. También deben cambiar su mentalidad respecto de la educación formal de sus hijos, alentando hacia lo nuevo en lugar con persistir en la muletilla de “m’hijo el doctor” y la placa en la puerta. Los jóvenes, por su parte, incluyendo aquellos que ya se encaminan a una profesión, deben sopesar que la falta de trabajo ya no tiene que ver exclusivamente con una coyuntura económica del país sino también con que su formación puede no ser más requerida en breve, y abrir el panorama incluso hacia lo que aun pueda sonar incierto. Y el Estado, dejar de sostener sistemas obsoletos por conveniencia política, por confort y por no capacitar a sus empleados, pero fundamentalmente los legisladores deben ponerse sin demora a configurar un conjunto de leyes que contemple la nueva realidad antes que nuevamente cambie de manera drástica, lo que no tardará en suceder. Porque, ¿quién usa en estos días el e-mail?


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