Editorial

El desvanecimiento del radicalismo


Un partido más que centenario como la UCR (que nació en 1891), va agonizando en la medida que en su alianza con el PRO no logra que lo traten como un socio de peso en el frente que encabeza Mauricio Macri. La historia reciente está llena de reclamos de dirigentes radicales solicitando espacio en las listas de candidatos, pero sobre todo, respeto de parte de la dirigencia de Cambiemos. También hay que reconocer la ausencia de liderazgos fuertes hacia adentro del partido y figuras atractivas y convocantes para el electorado. Quizás sea esta razón endógena la que propicia que suceda lo otro.

Camino a esta Paso, y al revés de las pretensiones ucerreístas, obtuvo más espacio en las nóminas la Coalición Cívica de Lilita Carrió, más empujados por el liderazgo de la legisladora que por los números reales que aporta su espacio a esta alianza. En este escenario, la UCR se cansó de reclamar mayor participación y equilibrio en el armado de las listas electorales de la alianza, en medio de tensiones entre ambas fuerzas políticas. Los dirigentes más enojados aparecen en Córdoba, Jujuy, Mendoza y La Rioja, pero es en la provincia de Buenos Aires donde hay un germen de rebelión encabezado por Ricardo Alfonsín. Por su parte, el presidente de la Convención Nacional de la UCR, Jorge Sappia, en declaraciones a la prensa reconoció que reclama “mayor participación” en el armado electoral y la necesidad del radicalismo de tener “protagonismo en las decisiones” del frente Cambiemos. 

La agonía que ya venía registrando el centenario partido se vio acentuada por la decisión del PRO de hacer todo lo necesario para que en cada distrito y provincia hubiera listas únicas entre macristas y radicales. Esta cuestión de no contar con figuras traccionadoras dejó a la UCR claramente relegada. 

Y aquí aparece un primer aspecto a tener en cuenta: ¿Es el radicalismo de hoy, por sí solo, capaz de reunir una cantidad de voluntades que los lleve a los primeros planos de una elección, así fuese de medio término? La otra cuestión es que los radicales ayudaron a ganar al PRO las elecciones nacionales en muchas provincias donde la UCR es fuerte y el macrismo no existía hasta el año pasado.

Entre ambas posturas se tensionan las cuerdas entre ambos socios de una coalición que, en la práctica es el PRO con dirigentes sumados del radicalismo y no un frente donde el poder se distribuye entre distintos espacios.

Hay una tercera cuestión para poner sobre la mesa: en las presidenciales quienes tenían la carta ganadora con el candidato, era el PRO, porque era Mauricio Macri el que tenía más chance de enfrentar a Daniel Scioli, al que de hecho le ganó en segunda vuelta. Pero el radicalismo tenía una territorialidad de la que el macrismo carecía y sin el cual quizá no hubiesen llegado al ballotage, porque Cambiemos logró mediando la alianza con la UCR tener una “parroquia” en cada pueblito a lo largo y a lo ancho del país.

Tanto en el 2015 como en esta elección de medio tiempo, van dos elecciones seguidas en que el radicalismo no lleva boleta en los comicios, lo que no permite visualizar si la UCR tendrá sobrevida después de esta alianza en Cambiemos.

Porque (al igual que hemos planteado en el peronismo) hay grieta también en el radicalismo entre los seguidores de Ernesto Sanz que se sienten ideológicamente cómodos con las decisiones económicas del Pro y los alfonsinistas que plantean gruesas diferencias para con las medidas que toma el macrismo. A esta altura el problema es cuántos porotos junta cada grupo en el marco del radicalismo, porque hasta ahora hay quejas pero no rupturas abiertas, de modo que aún no hay volumen entre los que enfrentan a Cambiemos como para romper relaciones.

Quizás la paulatina desaparición del radicalismo, un partido histórico de la Argentina tenga raíces más hondas que las que se ven a simple vista, mirando una alianza que se ha formado como hemos visto otras. Es probable que en esta necesidad de reordenar políticamente a la Argentina dándole marco cierto y sustento a los partidos, haya llegado la hora de una suerte de reconversión política. De modo tal que surjan nuevas estructuras sobre las cenizas de las viejas que ya no parecen dar respuesta a la sociedad.

La realidad actual marca que el radicalismo va camino a la extinción, aunque en este país es difícil anticiparse a poner una lápida sobre un partido centenario.

 

En la gran crisis política de 2001, tras el “que se vayan todos” que fue un clamor popular del inicio del milenio, la verdad es que no se fue nadie si vamos a sincerarnos hasta el hueso, pero las estructuras políticas tradicionales crujieron y los partidos políticos comenzaron a desdibujarse. Precisamente eso es lo que se está sintiendo ahora, la desaparición de unos partidos pero esperamos que, necesariamente, nazcan otros que sean fuertes y ordenen nuestra política doméstica, no esta dispersión de espacios que vemos en esta elección que sólo confunde al electorado. Porque de eso se trata una democracia sana.


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