Editorial

El campo está padeciendo la baja de la soja; la ciudad también


En el Mercado de Chicago la soja pasó de 558,06 dólares por tonelada a fines de mayo a 334,46 a fines de septiembre. Esta noticia que parece sólo para operadores bursátiles y de cereales es, en realidad, una información que influye en todo, desde la economía general del país, hasta en los propios bolsillos de los ciudadanos. Sobre todo en nuestra zona, norte de la provincia de Buenos Aires, sur de Santa Fe y de Córdoba.

Al caer el valor de la oleaginosa, principal exportación del país, hay una baja importante en los fondos que el Estado recibe por las retenciones y esos dólares le son al país muy necesarios. Por eso la presidenta “sangra por la herida” y acusa por cadena nacional a los hombres del agro de esconder la soja para perjudicar al Gobierno ya que mientras no se exporte la soja no recauda. Esta es una versión conspirativa de las que gustan al kirchnerismo. 

Pero en realidad, lo que el productor hace –como cualquier comerciante o fabricante- es esperar lo más que pueda para hacer el mejor negocio posible. Es lógico, natural que así sea y no se lo puede culpar por ello. Al fin, con lo que obtenga de esta cosecha que tiene para vender es con lo que tendrá que vivir hasta la próxima, además de comprar los elementos que le permitan afrontar la siguiente temporada. 

Además, cabe aclarar, que el dólar con el que el productor opera no es el “blue”, ni el contado “con liqui”, ni siquiera es el oficial. Es una cotización mucho menor, que hoy se ubica en los 5.51 pesos por dólar. O sea que hay que echar por tierra esa fantasía de que los chacareros “la juntan con pala” por tener el “oro verde” y cobrar en dólares. Ni lo uno, ni lo otro: la soja cae en picada y la cotización que se les aplica en virtud de las retenciones es bajísima.  No obstante, por necesidad, vende en pequeñas partes, como para tener liquidez para gastos cotidianos o comprar insumos de la nueva campaña. E incluso evalúa entregar la cosecha como pago para las semillas que necesitará, ya que de esa forma obtiene un mejor valor.  

En principio, sin ventas, los transportistas por ejemplo no tienen qué llevar en sus camiones. Se vende menos gas oil y hay camioneros sin ocupación ni salario. También las ventas de semillas y agroquímicos padecen lo suyo y según estiman en el sector hay una baja del 30 por ciento en sus negocios.

Padecen los comercios, sobre todo en nuestra zona porque hay menos dinero circulando, y los empleados de ese sector, en consecuencia, también temen por sus puestos. Hoy no hay como en otras épocas productores consultando por el precio de una camioneta. Han desistido de cambiar el modelo de su chata, una práctica que es habitual con las remesas de las cosechas.

En el sur de Santa Fe están las ciudades emblemáticas de la fabricación de maquinaria agrícola, como Armstrong y Las Parejas. Allí también padecen lo suyo. Es lógico, cuando los precios internacionales de la soja eran altísimos había inversión y eso incluía sin dudas a los tractores, tolvas y cosechadoras. 

La realidad es que el agro mueve toda la economía. Basta mirar unos años hacia atrás para recordar que cuando los precios internacionales eran buenos y el Gobierno era un buen socio del campo, en Argentina se construía más y el mercado interno era más pujante. 

Esa situación se mantuvo hasta 2008, cuando si bien era aún alto el precio de la soja, la pelea del Gobierno y el campo por las retenciones móviles generó un clima hostil que se reflejó en la economía. Allí empezaron las trabas a la exportación, los cupos para el trigo, la presión tributaria. Nunca más se reconciliaron el kirchnerismo y el campo, sintiéndose ambos enemigos y no socios. Este es un problema serio que venimos arrastrando, porque tener al Gobierno “con los tapones de punta” con uno de los sectores más productivos del país, nunca es gratis. Y a ese alto costo para toda la sociedad, ahora se suma la caída del precio internacional de la soja que no para desde el mes de mayo.

Los productores mientras tanto veían cómo se desvalorizaba su cosecha recién levantada a medida que los números descendían en las pizarras y comenzaron a preguntarse qué irá a pasa con la siembra en curso.

Ahora estamos en un círculo vicioso, en vez del virtuoso que tuvimos hace unos años: con menos ingresos el productor ni invierte ni gasta y esto repercute en muchas otras actividades ligadas o no al campo. Porque el agro es el motor de nuestra economía, no sólo de la región sino del país, porque al Gobierno le están faltando esos dólares que antes ingresaban a paladas por las retenciones a la soja.

Lamentablemente esta ausencia de dólares se reemplaza con la “maquinita de hacer dinero” que posee el Gobierno, generando cada vez más inflación porque es el Estado el que trata de generar movimiento económico en forma artificial, invirtiendo (en buena hora por otra parte) y tomando empleo, pero no lo hace con dinero fuerte sino con plata sin respaldo, tratando de resolver los problemas que deja un modelo que muestra su agotamiento por donde se lo mire.

En Pergamino entre la caída del precio de la soja y la enorme inflación que padecemos, la recesión se nota y mucho en las calles, especialmente a esta altura del mes. En la situación que vivimos, no hay nada que los pergaminenses no sepamos.

Como es obvio de advertir, la baja de la soja ha afectado más a los productores chicos que a los grandes. Los productores de 30 a 60 hectáreas ganan para vivir y no pueden reinvertir un peso en su campo.

Horacio Peroni, gerente de la Cooperativa Agrícola Ganadera de Armstrong, donde la explotación rural como mucho supera las 100 hectáreas, aporta un dato. Productores de 30 a 60 hectáreas que depositaron allí 80 toneladas de soja las tienen para vivir en los próximos meses. Antes la utilizaban para invertir; ahora para comer. Esto también terminó influyendo en los seguros, porque los pequeños productores han tenido que achicarse, ahora aseguran por menos quintales contra el granizo, sin ir más lejos.

Las inundaciones en buena parte del este bonaerense terminan de completar un panorama nada alentador. Esos campos que se anegaron no pueden por ahora ni trabajarse ni arrendarse.

Ante esta dura realidad que nos golpea a las ciudades que son clásicamente agropecuarias y al país en general, el Gobierno debería estar tomando medidas de incentivo al campo, antes que acusarlos de escondedores de soja.


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