Editorial

El bono a 100 años muestra nuestras debilidades, no nuestras fortalezas


Nos remite a algo de realismo mágico el pensar que el Gobierno tomó otros 2.750 millones de dólares del mercado internacional con la emisión de un nuevo bono en esa moneda (el Global 2117), con vencimiento en 100 años. Huelga decir que es el plazo más largo en la historia del país, y validó una tasa del 7,91 por ciento anual. Y como es natural, el título generó polémica entre los analistas del mercado, porque pagará semestralmente a sus tenedores un interés del 7,125 anual, lo que supone para el Tesoro sumar un costo de unos 200 millones de dólares al año para honrarlo.

El debate entre los economistas arde a estas horas, porque no se trata de cualquier préstamo: unos 26 presidentes tendrán que cumplir con este compromiso que tomó esta semana el macrismo, nosotros, nuestros hijos y nietos van a llevar la deuda en las espaldas. Por eso el tema no es menor y traerá agrias discusiones en el Parlamento, porque aunque está previsto en nuestro marco legal la “urgencia” para tomar créditos externos por parte del Poder Ejecutivo, el plazo de este bono indica que debe pasar por la Legislatura, porque compromete un tiempo que, en mentalidad de los argentinos, es infinito. En este país es imponderable lo pueda pasar con la economía en un año, es impredecible lo que sucederá cuando haya elecciones presidenciales –especialmente si hay cambio de signo-, e inimaginable pensar dónde estaremos parados en 100.

El ministro de Finanzas, Luis Caputo, explicó que la emisión buscó “balancear los plazos de la deuda” que, por la aceptación que tienen las Letras del Tesoro, “tiene un desarrollo local volcado al corto plazo”, al punto que un 20 por ciento del pasivo vence en un año. He aquí una arista positiva de este último acto de gobierno: hasta hace dos años solo nos prestaba Venezuela, a una tasa usuraria del 15 por ciento y a cinco años de plazo. Por eso habla Caputo de compensar plazos largos con cortos, tasas altas con bajas.

El tema es que si bien es auspicioso que el exterior nos considere fiables a 100 años y obtengamos tasas razonables, lo que nosotros argentinos sabemos es que cultural y estructuralmente no estamos preparados para este tipo de herramienta financiera.  

Según explican, la operación se enmarca en el objetivo del Gobierno de “asegurar el financiamiento en las mejores condiciones posibles para el crecimiento de la economía y la generación de empleo”. Lo cierto es que toda la deuda que se está tomando es para paliar déficit. Esa es la verdad y ese es el real problema, no la longevidad del bono.

La pregunta que nos hacemos, a modo de “abogado del diablo”, es qué otra vía le queda al Gobierno para encuadrar el déficit fiscal sino tomar deuda. A “groso modo”, porque no somos economistas pero podemos sopesar las reglas básicas de la contabilidad, cualquier achicamiento del Estado en estos momentos de crisis socioeconómica no es viable. Es imposible disminuir la ayuda estatal sin que ello implique un colapso social. El sinceramiento de tarifas para erradicar subsidios ya fue probado y reprobado; luego del fallido shock se optó por el gradualismo, que hasta el momento viene siendo demasiado gradual como para impactar en los números. Y por otro lado tenemos un ya importante retraso cambiario también afectando nuestra balanza comercial, pero devaluar no sería lo más oportuno. Entonces, ¿cómo sobrellevar este déficit que venimos arrastrando por más de cinco décadas? La salida coyuntural más conveniente es sin dudas un bono como el Global 100, siempre hablando dentro de lo nefasto que es el endeudarse para paliar déficit. ¿Pero somos un país lo suficientemente estable y maduro en su finanzas como asumir tal compromiso? 

Los economistas en general salieron cuchillo en mano a diseccionar este Global 100, poniendo en foco que, como dice el profesor De Pablo, palabras más palabras menos, con qué fondos vamos a pagar estas deudas que estamos contrayendo si el país no tiene inversiones y no crece como para contar con el extra para cumplir estas obligaciones.

“La tasa parece baja en relación al pasado reciente y a nuestra historia pero es alta para el mundo de hoy. El colocador siempre va a resaltar que despejás necesidades de financiamiento, pero conceptualmente es transferirles a cuatro generaciones un sacrificio que no quiere hacer esta generación”, juzgó el economista Agustín Monteverde. Y resaltamos este comentario por sobre muchos otros negativos al respecto, porque hace foco en que se prorratea el sacrificio que debiéramos hacer, una suerte de gradualismo de la deuda, para que no pague todo una generación, nos endeudamos por cuatro generaciones. 

Llegado a este punto, nos planteamos cómo salir de la encerrona en la que estamos, porque esta deuda se está tomando, entre otras variables de la economía, porque tenemos un dólar retrasado, que en definitiva el Gobierno mismo viene sosteniendo para evitar que se dispare la inflación. No vamos a entrar en detalles técnicos que terminan por aburrir al lector que no es avezado en la materia. Sin embargo, la inflación es uno de los puntos centrales que empuja al oficialismo a tomar medidas como mantener el dólar atrasado y esto tiene consecuencias. 

No escapa al análisis que en la Argentina cada vez que hemos asumido una economía de mercado nos ha ido mal, precisamente porque, por nuestra idiosincrasia, no seguimos las reglas de oro que la sostienen. La economía de mercado no es “el Cuco”; el problema es querer implementarla y nunca terminar de hacerlo, el tomar algunas cuestiones que vienen con ella y dejar otras; en fin, el aplicar un modelo “a medias” es lo que hace que no resulte. Y si encima sucede lo que en nuestro país, que con cada cambio de partido gobernante se hace un viraje, nunca tendremos un modelo exitoso. 

Cómo será de relativo todo en nuestro país que ni siquiera los enunciados más básicos aquí se cumplen: si hay recesión, es decir, si no hay ventas, los precios deberían bajar. Esa lógica en Argentina no se da. Aquí hay recesión y no bajan los precios. Eso no sucede en otros países del mundo, donde la escasez de circulante lleva a que los aumentos de precios cedan en forma rápida. Aquí no. Somos ya expertos en inflación con recesión, lo que se llama fenómeno de estanflación, raro en el mundo y uno de los lugares donde se genera es la Argentina. ¿Tienen la culpa entonces los empresarios? A prima facie, así pareciera pero no es tan sencillo y plano el análisis, porque nuestro empresariado se ha acostumbrado a sobrevivir a los cambios de reglas de la economía durante décadas y décadas. Y se protege como puede, por eso en cuanto huele que vendrá cualquier movimiento en las reglas impuestas aumenta sus precios, precisamente para que no se lo terminen consumiendo los costos. Porque así estamos construidos desde hace casi dos siglos y la realidad es que las cuestiones que se hacen consuetudinarias son las más difíciles de modificar. 

Más que un problema económico tenemos un problema cultural. Y eso no se soluciona ni se empeora por medidas de Gobierno. Es por esta cuestión de mentalidad y la historia tan cíclica que nos precede que pensar en una deuda a un siglo nos da escalofríos. Tomar una deuda a 100 años es propio de países estables y previsibles. Argentina no lo es. 

El Gobierno debe lidiar, entonces, con su propuesta de asumir un modelo capitalista en una nación cuyos efectores halagan a los países que han crecido bajo este sistema, pero se niegan a asumir los costos de llegar a esos objetivos. Porque todos añoramos un país sano, sin déficit, pero -como planteamos más arriba- nadie tolera más ajustes, todos nos alzamos cuando se sinceraron las tarifas y estamos agazapados frente a la amenaza de cualquier quita de subsidios. Ni hablar de una puesta a tono del dólar. Por todo esto y por el costo político de recurrir a estas modalidades, el Gobierno termina en la toma de deuda para sostener este momento crítico de una economía que, en realidad, necesitaría de todo lo arriba mencionado para comenzar a reactivar. Así y no pudiendo enfrentar un cambio cultural de porte para encarar reformas estructurales, se recurre al préstamo externo para cubrir gastos corrientes. Lo que cualquiera sabe que es un error que pagaremos varias generaciones, como nos sucedió en el pasado.


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