Pettinato: ¿quién no tiene parientes raros?

Hablo de los microparientes, de esos que casi no hablan, ni escuchan ni comentan.

Una amiga me dijo un día: “Yo tendría que haber nacido con hermanas, pero nací con hermanos. ¡Quería chicas, porque te enseñan cómo maquillarte, cómo bailar, cómo salir, cómo vestirte, cómo peinarte!” “¿Los varones qué?”, pregunté.

“¡Los varones sólo te enseñan cómo tirar de una bombacha con los dientes!”.

Reímos, pero pensé en los parientes, la cantidad, los estilos, las personalidades, sus chistes propios, sus gastes, su visión del mundo y de la vida y del trabajo. Todo eso que vemos una vez al año en las fiestas y decimos: “¿Así que este tipo que tengo al lado piensa que tendrían que volver los milicos? Y dicho sea de paso, ¿quién es?”.

Y no hablo de suegras, de esas que les decís: “Por favor, mi casa es su casa” y a los dos días te gritan: “¡Fuera, fuera de mi propiedad!”.

No hablo de ellas.

Hablo de los microparientes, de los que están en la última silla de la mesa larga y hacen menos ruido que una mosca sobre una hoja de lechuga y casi no hablan, ni escuchan, ni comentan.

Son seres más allá de si les tocó ser primos lejanos o parentescos que no sabemos describir.

“Hola, yo vendría a ser el tío de tu hermana, que a la vez es la prima de mi prima, que se casó con un amigo tuyo”. Ok, sigamos comiendo.

-¿Quiere waldorf o no?

-¡Me encanta! Es la misma que comía tu hermana, que a la vez es sobrina segunda de...

-¡Basta, señor. ¡A nadie le importa usted!

Y la familia, como las casas, no se pueden cambiar. Nunca crecen. Thomas Wolfe decía: “No se puede volver a casa”.

Yo diría que sí, pero vas a ser tratado como un chico de 8 años. Jaja.

Las mujeres suelen hacer comentarios familiares con muchísima precisión y una maldad única y refinada. “Siempre tuve una abuela buena y una mala”. ¿Cómo se puede tener eso? ¿Cómo distinguir dos personas muy mayores, con una pata en el cielo, intentando hilar las dos palabras que les permite el Alzheimer, y una nieta cualquiera diga: “ésta es la mala”, cuando tal vez el comentario fue sólo mal humor de anciana?

Hay gente que uno debería querer porque lo dice la sociedad. Pero no sucede. Hay sobrinos que desconocemos, primos que no vimos nunca y en mi caso, insólito, gente que me dice: “¿Vos tenés un hermano en Merlo?”.

-No.

-Roberto, hola. Yo soy amigo de un primo tuyo.

-¿De dónde?.

-De Ituzaingó”.

-¡¡¡Nooo!!! ¡Sólo somos mi hermana y yo, y en los últimos años ya retiramos nueve sillas de la mesa familiar!

Y esta gente que me pregunta, ¿saben desde dónde avalan la credibilidad de su afirmación?

-Qué raro que no sea tu primo, porque tiene el mismo apellido”.

-¡¡¡Nooo!!!

Sin embargo, todo ese enjambre de avispas y dulces abejas que conforma el rancho familiar da sus frutos. Uno aprende. Aprende de los más grandes y no sólo a tirar de una bombacha con los dientes como decía mi amiga.

Mis primos eran espiritistas. Me traspasaron el miedo a lo desconocido, el terror a la oscuridad y una gran alegría de creer en la vida eterna y la reencarnación. Un día me sentaron y me dijeron: “Cristo no es así. Cristo era rubio, para empezar”. Después me llevaron a un casamiento y vi cómo la sacerdotisa entraba en trance y hablaba con voz de hombre. En fin, si el novio no entendió lo que quiere decir “casamiento” con ese sistema, no lo aprenderá jamás. Jajaja.

Otro me enseñó a cortar leña y uno me explicó cómo se acostaba la gente y pegaba esos gritos tras la puerta. Otro me regaló un forro, otro me sentó al volante y alguna que otra prima se acercó demasiado... Como para que nunca lo olvide.

Por eso se ha dicho siempre: “La felicidad completa es tener una larga, larguísima, enorme, amorosa y variada familia... En otra ciudad bien alejada”.

Yo amo a mi familia, amo a mi pareja, a mis hijos, pero hay algo que amaría mucho más de tenerla: ¿qué tal una vida?

Fuente: Clarin.