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Luis Alberto Spinetta: un cultor de la amistad, el arte y la buena cocina


 El legado El Flaco en Vélez el 4 de diciembre de 2009 cuando reunió a todas sus bandas para repasar su extensa trayectoria (CLARINCOM)

'' El legado. El Flaco en Vélez, el 4 de diciembre de 2009, cuando reunió a todas sus bandas para repasar su extensa trayectoria. (CLARIN.COM)

El Flaco solía agasajar a sus amigos con distintos platos. Entre ellos, el sushi tenía un lugar de privilegio.


Hoy se cumplen cinco años de la muerte de Luis Alberto Spinetta: el 8 de febrero de 2012 su cuerpo se elevaba al silencio debido a un cáncer de pulmón. Y desde entonces se multiplicaron los recordatorios, las celebraciones y reconocimientos a su creatividad inagotable y su legado ético: haber sido siempre fiel a sí mismo, con el arte al frente.

Pero a la par de lo musical y de la vigencia de Spinetta dentro y fuera del rock, hay otro plano de disfrute que alimentaba el mismo Flaco cada vez que deseaba celebrar los encuentros y juntadas con sus amigos: la comida. Tras los altos muros de su casa en la calle Iberá al 5000, en Villa Urquiza, en su enorme cocina amaba agasajar a sus íntimos con recetas y elaboraciones sin fronteras: pizza y pastas, comida tailandesa y mexicana. Hasta tenía una larga mesa repleta de frascos con especias para componer y armonizar sus platos.

Lo contó más de una vez: comprar condimentos en el Barrio Chino de Belgrano era algo mágico para él. Y si las culturas orientales -y sus gustos milenarios- cautivaron siempre a Spinetta, sobre todo lo inspiró Japón: primero, para su mítico disco acústico Kamikaze (1982), luego en la canción Fuji, para Estrelicia MTV Unplugged (2001), y hasta en el rock and roll Sacrificio japonés, que compuso con su amigo Roberto Mouro y con Juanse como regalo para el disco Ratones Paranoicos (2009). “Si mañana no despierto, nada cambiará. Seremos los fantasmas, hechos de verdad”, cantan los dos. Y al final: "No te quedes cuando más te necesitan, para un sacrificio japonés”.

Y la cocina de Japón fue la que potenció ese placer de la amistad. En 1998, El Flaco ya era un apasionado del sushi cuando comenzó a ir a cenar al prestigioso restorán Yuki, en Pasco 740 (en Balvanera), del maestro del sushi Kazuo Kaneto. Un espacio con ventanas esmeriladas que lo vuelven invisible desde afuera, y al que asistían directivos de empresas japonesas, políticos y varios artistas: Norma Aleandro y el Les Luthiers Jorge Maronna, entre ellos. Cuentan que hasta Francis Ford Coppola fue a cenar más de una vez a Yuki.

“Para Luis Alberto Spinetta era una ceremonia venir aquí: sobre todo amaba el sashimi -pescado crudo- de besugo que yo le hacía. El se sentaba en una misma esquina junto a la barra. Era su lugar”, revela Kaneto, de 66 años. Es bajo, tiene pelo blanco y ya está casi recobrado de un tema en el corazón. “Luis llegó a venir a cenar hasta tres veces por semana, solo, con amigos o acompañado. Nos volvimos amigos profundos”, jura Kazuo.

Hoy, un retrato enmarcado de Luis Alberto Spinetta -con una rama de olivo sagrada- cuelga bien alto en la esquina, frente a la barra de Yuki. Justo arriba de su rostro hay un kamidana: un altar shintoísta en miniatura para honrar a los espíritus presentes y a los protectores del hogar. “En febrero de 2012, una semana después de que Luis falleció, colgué ese retrato en lápiz que me regaló un cliente, apuntando a la silla donde se sentaba. Siempre lo llevamos con nosotros”.

Sin ansiedad ni egos mutuos, la amistad entre Kazuo y El Flaco se desplegó no sólo en la cocina sino hasta en lo más íntimo. “‘Kazuo, tengo este problema’, me decía. Los que sabíamos lo que le pasaba éramos muy pocos: la familia, los músicos, dos o tres amigos, y yo”. Y se queda pensando. Kazuo: “¿Me aguanta a que llegue mi esposa Emi, así seguimos recordándolo?”.

Los avatares del amor y del dolor también fueron una conexión entre los dos. Una noche de 1999, Spinetta le dijo: “Kazuo, hace un año y medio que no tengo inspiración. ¿Sabés por qué?”. “Sí, Luis”, le contestó el japonés. “Pero al tiempo recuperó la inspiración e hizo otro disco: Los ojos”.

En eso entra Emi Hiroze dando pasos rápidos y se sienta junto a Kazuo: sus ojos son de un oscuro brillante tras los anteojos grandes. “¡Luis vino con tantos amigos! Me acuerdo del gran músico Carlos Franzetti, que vive en Estados Unidos. También vino algunas veces con Rodolfo García. Era un ambiente muy lindo el que se armaba”, cuenta la esposa de Kazuo.

Detrás de ella aparecen sus hijos veinteañeros Megu y Akira Kaneto: todos cobijan imágenes consigo de Luis Alberto Spinetta. “El también se daba maña con el sushi. Cuando no podía venir a cenar, a veces yo le mandaba bien envuelto el pescado fresco en un remís, para que él mismo lo cocinara en su casa, adonde en otras ocasiones nos invitaba a cenar. Hacía pastas muy buenas. También nos invitó al concierto de él y Las Bandas Eternas, en Vélez”, revela el dueño de Yuki.

Y prosigue: “Luis elegía venir acá porque nadie lo molestaba, Yo fui uno de los primeros que supo de su enfermedad. El me llamó por teléfono para contármelo”, dice. Al tiempo, Kazuo lo llamó y le preguntó: “Che, Luis, ¿querés comer algo?”. Y Spinetta le contestó: “Sí, crudo”.

Kazuo le llevó un pescado blanco entero, el arroz aparte, y comenzó a elaborar el sushi en la enorme cocina de Spinetta. “Ese día de febrero hacía mucho calor, pero Luis tenía bastante fuerza”, evoca Emi Hiroze. “Armamos toda una ceremonia: hicimos la mesa y Luis puso un disco del pianista de jazz Hernán Jacinto. Escuchamos la música, comimos sashimi y disfrutamos los tres”.

Cuando terminaron, Spinetta los acompañó hasta la puerta. “El domingo que viene volvemos. ¿Querés comer pastas?”, dijo Kazuo. El Flaco les sonrió y les tomó la mano. Faltaban pocos días para el 8 de febrero. “Luego entendimos que esa era su despedida para nosotros. Spinetta era el alma más pura que conocí”.

REGISTRO DE UNA NOCHE MÁGICA Y ÚNICA?

El 4 de diciembre de 2009 quedó marcada como una de las fechas más importantes del rock argentino. Para siempre y sin discusión. La idea de Luis Alberto Spinetta de reunir a sus bandas de todos los tiempos en un mismo escenario y en un mismo concierto dio como resultado una de las noches más llenas de magia que debe registrar la música popular a lo largo de su historia. Su banda de entonces y la de los ‘80, Los Socios del Desierto, Spinetta Jade, Invisible, Pescado Rabioso y Almendra, más una extensa lista de invitados -Charly, Fito, Juanse, Cerati, entre otros- repasaron y actualizaron un repertorio que la caja Spinetta y las Bandas Eternas, editada en forma independiente en su primera versión, condensó en tres CDs y tres DVDs, acompañados por un libro con textos del músico y fotos de los ensayos, de Eduardo Martí; y del show, de Hernán Dardick. Ahora, Sony acaba de lanzar una nueva versión, que además de aquel material -esta vez en tres CDs y dos DVDs-, agrega un tercer DVD con imágenes de los ensayos, y la reproducción de una libreta con apuntes de puño y letra del Flaco. (CLARIN.COM)


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