Cultura y Espectáculos

Gustavo “Pucho” Giménez, de profesión actor y “buen tipo”


 Gustavo “Pucho” Giménez falleció el miércoles pasado a los 53 años (LA OPINION)

'' Gustavo “Pucho” Giménez falleció el miércoles pasado a los 53 años. (LA OPINION)

Falleció este miércoles a los 53 años de edad. Era empleado judicial, pero su actividad despuntó por el teatro ya pasado sus 40 años en el Taller Florentino. Pero no sólo el teatro pasaba por la vida de este leal amigo. También el fútbol con su pasión por Independiente y Douglas Haig, al que no le falló un solo partido.


Este obituario podría llevar el título: “Se fue un buen tipo”, porque sin necesidad de abundar en palabras, eso era exactamente Gustavo “Pucho” Giménez, a más de ser un actor que disfrutaba de sus trabajos y aceptaba participar en todos los elencos de Pergamino, siempre y cuando “fueran buena gente”. Solo esa era su condición.

“Pucho” era empleado judicial, pero su actividad despuntó por el teatro ya pasado sus 40 años en el Taller Florentino que tan certeramente conduce “Neme” Carenzo desde hace años. En poco tiempo pasó a ser parte de aquellos primeros “pobladores” del Grupo de Teatro Florentino con el que escribió imborrables puestas en escena destacándose con roles como el del Agente Pérez de “Sueño de barrio”; su Homero de “La sufridera” de Claudio Gotbeter o en la inolvidable comedia que protagonizó, “Mi mujer es el plomero”, que lo consagró como un talentoso comediante.

En 2010 fue parte del elenco convocado por La Barraca para celebrar el Bicentenario de la Patria con la obra “Siga el baile”, basada en “Marathon” de Ricardo Monti. Interpretó un monólogo en el que Hernán Cortes deliraba ante la fiebre y la cercana muerte y lo vimos como un actor al que el escenario no le era esquivo; un actor comprometido en su rol dramático. 

Al enfermarse estaba ensayando “Deseo” basado en la obra de Eugene O’Neilly dirigido por María José Sharry, trabajo que debió interrumpir debido al exigente tratamiento que sus médicos le pautaron.

Pero no solo el teatro pasaba por la vida de este leal amigo. También el fútbol con su pasión por Independiente y Douglas Haig, al que no le falló un solo partido; ya era parte del “paisaje” su presencia en la tribuna vivando y alentando al equipo local. Como hobby practicaba el fútbol con sus amigos, pero solo jugaba como arquero cuando podía “volar de palo a palo”, como el mismo decía. Allí su juego se mezclaba con gente de su edad y adolescentes hijos de sus amigos que disfrutaban de su sonrisa y su criterio solidario como exacta militancia de vida.

Como dijimos al empezar esta nota, “Pucho” era esencialmente un buen tipo y, si cabe el término, “amiguero” como pocos. No faltaba a un solo asado, así tuviera más de uno en el día; él siempre llegaba aunque fuera tarde y compartía el plato y el vino como si fuera el único; con su “barra” de la adolescencia se reunía todos los días del año, a las 20:30, en un bar de la ciudad; una cita ineludible e impostergable; y a sus compañeros de teatro les regalaba la paz y tranquilidad de saber que en él siempre estaba la mano tendida. Después recalaba en el hogar de la familia, con su mamá, su hermana y los sobrinos que para él eran los “hijos” que no había tenido.

Queda una silla vacía en la mesa de la “buena gente” y un espacio imposible de llenar en el teatro independiente de la ciudad; queda una obra por estrenar y ese adiós que se hace tan lejano e intangible. Queda el “chau” por decir y el que dejamos explícito en esta despedida. Chau, Pucho, hasta el próximo “partido”. (Jorge Sharry)


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